¡Buenas! ¿Qué tal? :3 Hoy traigo este capítulo, con una sorpresa, acción y secretos desvelados ^-^ Espero que os guste y no resulte aburrido. Ya sabéis que cualquier cosa que no cuadre, me la podéis decir, porque ese son el tipo de cosas que yo, como escritora, no puedo ver. Así que, por favor, comentarios. Decidme qué os ha parecido, quién es vuestro personaje favorito y por qué, qué esperáis que ocurra. Lo que sea, pero dadme opiniones, por favor.
Gracias =)
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Capítulo 10.
–Bienvenida al Infierno –susurró Ancel.
Me di cuenta entonces de que estaba inclinada hacia delante,
con las manos apoyadas en las rodillas y la vista fija en el suelo.
Al levantar la cabeza, el reino de Satanás se abrió ante mí
en todo su esplendor.
“No es como pensaba”, fue mi primer pensamiento.
Lo cierto es que no sabía qué esperar del inframundo.
Supongo que fuego, demonios y oscuridad. Sin embargo, en su lugar encontré toda
una ciudad, perfectamente construida en lo que parecía la eternidad misma.
Era la perfecta definición gráfica de “estar en el cielo”.
No había paisaje, ni árboles, ni ninguna presencia a excepción de espíritus
humanos y el semental de Ancel. Simplemente, la ciudad estaba construida sobre
una base de luz blanca.
No había asfalto ni adoquines, pero tampoco coches ni ningún
medio de transporte parecido. Había diferentes chalets a lo largo de la
“calzada”, que parecían albergar incluso familias.
–El procedimiento aquí es un poco más complejo que en el
Cielo –explicó Ancel–. Como ya te he dicho, los que poblamos el Infierno somos
diferentes de una manera un poco extraña y que te costará entender, pero, de
todas formas, el caso es que nosotros sentimos, y ellos no. Nosotros recordamos.
–¿Recordar en qué sentido? –Me imaginé a mi padre sin
reconocerme, sin saber siquiera mi nombre.
–No tienen constancia de lo que pasó en la vida que
tuvieron.
¡BAM! Ahí estaba. Si conseguía ver a mi padre, no tendría ni
idea de quién era.
Asentí levemente, con la cabeza baja.
–Como nosotros sentimos, algo que ya has podido comprobar, y
recordamos, algo que también, nos gusta vivir en un ambiente familiar. Los que
murieron jóvenes se suelen ir a casa de alguna pareja que quiera tener a su
cargo algún niño, como si fuera su hijo. No podemos tener descendencia, porque
las leyes de la naturaleza no lo permiten, pero algunos son capaces de
modificar la existencia que permanece en el limbo y construir estos magníficos
chalets –la verdad, no me quedé con la mitad, pero dejé que Ancel siguiera hablando–.
Por supuesto, hay mucho más que contar, pero no vas a poder ingerirlo todo, y,
como sé que no has pillado casi nada, te voy a dejar pensar. Pero no demasiado
fuerte, por favor.
–Pues lo único que no entiendo, son dos cosas. La primera,
¿qué quieres decir con “algunos son capaces de modificar la energía”?
–Lo que tú acabas de decir. Eso es lo que significa.
–No. Me refiero, ¿qué significa “algunos”? ¿Por qué no
todos? ¿Hay que tener entrenamiento o algo?
Ancel sonrió abiertamente.
–Vaya. Probablemente seas una de las pocas que saben hacer
las preguntas como se deben.
–Sí, genial, bonito halago, pero contesta.
–Se Asciende con la habilidad. A lo mejor el espíritu ya la
llevaba, o a lo mejor la vida que tuvo con un cuerpo humano y corpóreo, se la
dio. Quiero decir, si ese humano en cuestión trabaja desde los cuatro años con
una espada, es muy probable que el espíritu al Ascender tenga mucho manejo con
el arma.
–Y ese es tu caso –adiviné–. De todas maneras, me he dado
cuenta de que hablas de los espíritus como si fueran totalmente ajenos al
cuerpo humano. Como si fueran dos cosas completamente diferentes.
–Ese es otro tema un poco más complicado –Ancel se pasó la
mano por la nuca, haciendo una mueca.
–Bonita indirecta. Vámonos.
Él sonrió y echó a andar por detrás de mí. Nuestros pasos
emitían un suave sonido, un ritmo leve que se desvanecía entre la blancura del
aire.
–Como sabes, mucha gente pensaba y piensa, gracias al
escritor Dante, que el Infierno consta de nueve círculos. Nadie sabe por qué,
ni cómo, pero llevaba razón.
Intenté recordar quién era Dante, sabiendo que lo estudié
cuando estaba en la ESO, hasta que por fin me vino a la mente: escribió la
Divina Comedia.
–Entonces, ¿podemos suponer que un espíritu se lo dijo o
algo así? –dije con sorna.
–No te mofes. No es gracioso. De hecho, nos pone en peligro.
–Sí, vale. Sigue hablando.
–Nadie sabe qué paso, o si fue coincidencia, pero el caso es
que acertó. El Infierno, tal y como lo ves ahora ante tus ojos, está dividido
en nueve avenidas. Al final del todo, se encuentran las puertas del Averno,
tras las que se halla Satanás. Hay muchas habladurías y teorías acerca de este
lugar, pero la de los romanos es la más acertada. Para ellos el Averno era la
entrada al Infierno, aquí son la entrada al palacio de Satanás.
–Interesante. ¿Has estado alguna vez en el Averno?
Ancel rio levemente.
–Leyna, soy el General del ejército y mano derecha de
Satanás. Segundo más poderoso en todo este Imperio. ¿Crees que nunca he estado
en el Averno? Vivo allí.
Arqueé las cejas. La verdad era que se había estado
pavoneando sobre su puesto una gran cantidad de tiempo y que había sido un
error por mi parte preguntar eso, pero aun así pensé en ponerme a la defensiva.
No obstante, me detuvo algo que dijo, y que, al parecer,
para mi cerebro era más importante que el orgullo.
–¿Vivir? Tenía entendido que no teníamos necesidades
físicas.
–Y no las tenemos. Pero ya te he dicho que nosotros
recordamos, y que la mayoría preferimos tener un hogar, una cama, una cocina, y
demás cosas que nunca utilizamos pero que mantienen vivos los recuerdos de la
vida que perdimos.
–Creía que no te gustaba rememorar tu pasado.
–Y no me gusta. Pero yo te hablo de mi vida, no de mi pasado
–y echó a andar, dando por finalizada la conversación.
Nos hallábamos ya en la Quinta Avenida, faltándonos cuatro
para llegar al final del Infierno.
Nos habíamos cruzado con muchos transeúntes, quienes se
habían parado a mirar –siempre a una distancia prudencial–, con una mezcla de
curiosidad y respeto.
Ninguno de los dos habíamos dicho nada en ningún momento.
Simplemente, nos limitábamos a mirar al frente e ignorar los comentarios y
observaciones que recibíamos.
Sin embargo, hubo uno que me llamó la atención.
Era un chico, de unos trece años más o menos, con una
energía electrizante, mucho menor que la de Ancel o la mía propia, pero con
algo que me atrajo.
Estaba mucha más viva que cualquier otra esencia,
seguramente porque el chaval era joven, pero aun así me acerqué.
El chico me sostuvo la mirada sin pestañear, siempre muy
erguido y seguro sobre sus talones. Ancel, a mi lado, no se detuvo siquiera a
echarle un vistazo.
–¿Tú eres de la que todo el mundo habla? –inquirió el joven,
haciendo, ahora sí, que Ancel parara su paso.
–No es de tu incumbencia, muchacho –contestó Ancel, tajante
y autoritario.
–¿Cómo te llamas? –Pregunté yo, ignorando por completo a mi
compañero.
–Adler –respondió el niño mientras se levantaba de la piedra
en la que estaba sentado.
Me fijé en que la ropa que llevaba eran harapos. Lo que una
vez había sido una camisa marrón, ahora colgaba de su hombro, rota y sucia. Los
vaqueros también estaban desgastados y con varios parches que se estaban
desprendiendo sobre las rodillas.
–Ancel –dijo el chico a modo de saludo, inclinando la cabeza
con una sonrisa sarcástica.
–¿Qué quieres, chaval? –Ancel dio un paso peligroso hacia
Adler–. Tenemos que hacer algo importante.
–No quiero nada –contestó el otro con cara de inocente.
Ancel me sorprendió por su dureza con el chico, quien
parecía que no tenía ni un hogar, ni una ropa ni nada.
–¿Hay pobres en el Mundo de los Muertos también? –Pregunté
al oído de Ancel.
–Pocos.
–¿Y por qué lo tratas así? Es obvio que él sí es pobre.
–Y también es obvio que acabas de llegar aquí –respondió
tajante.
–Tengo algo para Leyna –intervino entonces Adler.
–Ni de coña –Ancel me agarró del brazo con fuerza para
sacarme de allí. Sin embargo, me opuse con rotundidad.
–Quiero verlo.
–Por aquí –Adler sonrió.
Se sacudió la ropa y echó a andar en dirección contraria
hacia la que nos dirigíamos. Oía a Ancel soltando palabrotas por lo bajo, pero
no le hice caso. Pasamos dos, tres edificios, hasta llegar a una esquina, que
se abría hacia la izquierda por un callejón.
Era probablemente el único sitio que no era blanco. Se veía
bien en él, pero era como si un velo oscuro lo protegiera de toda la pureza del
aire.
Observé bien a Adler, quien mostraba una sonrisa en el
rostro que aún no conseguía ubicar. Ancel iba mirando a ambos lados, atento.
Estuve a punto de regañarle, porque no sabía de dónde venía tanta terquedad.
Vale que podríamos arriesgarnos a llegar tarde y enfadar a
Lucifer. O a lo mejor castigaban a mi compañero de alguna horrenda manera que
le hiciera retorcerse de puro sufrimiento durante no sé cuánto tiempo.
En seguida me arrepentí de no haberle hecho caso.
Era obvio que estaba nervioso. Lo podía ver en sus
facciones, habitualmente gélidas e impasibles, pero también era palpable en el
ambiente.
Adler siguió avanzando por el callejón, que parecía
infinito, con paso seguro. Algunas veces me pareció ver un brillo malicioso en
sus ojos azules, pero era tan fugaz que me pareció habérmelo imaginado.
–Te esperaremos aquí mientras tú coges lo que sea que le
quieres dar, Adler –dijo Ancel de repente.
Adler se dio la vuelta con fingida sorpresa y reprimiendo
una sonrisa.
–¿Te da miedo estar aquí, mi General? –Una sonrisa peligrosa
y sarcástica se formó en las comisuras de sus labios.
Ancel dio un paso, con la mano sobre la nuca. Me hizo falta
mirar un rato para reconocer lo que en realidad hacía: tener la mano lo más
cerca posible de la empuñadura de Musitel. Era una amenaza explícita.
–Sabes que nunca me has caído bien, Adler. Por varias
razones. Pero, te puedo asegurar dos cosas: la primera, que si esto es una
trampa, lo pagarás bien caro. Y la segunda, que si ella sufre daños, no te hará
ninguna falta pagarlo, porque estarás pudriéndote en el limbo, vagando sin
cesar en tu memoria –aunque habló con calma, el enfado iba impreso en cada una
de sus palabras.
–Tarde –susurró Adler, con una leve risita.
En ese momento, alguien embistió por detrás a Ancel, quien
dio un traspiés en mi dirección y me empujó hacia una pared de bruces. Apoyé
ambas manos en lo que parecía ladrillo, y, cuando me disponía a darme la
vuelta, mi visión quedó tapada.
Pude notar las manos de un desconocido sobre mis ojos, pero
eso no impidió que pudiera captar su esencia. Al no disponer de mi sentido de
la vista, mis otros órganos se dispararon, haciendo mi oído muchísimo más agudo
que antes. Noté el miedo subiendo por mi estómago, pero un sexto sentido se
disparó de repente, dándome la primera noticia de su presencia.
No obstante, reprimí el miedo y dejé que mi capacidad
saliera a relucir. No tenía ni idea de qué era, pero sabía que me ayudaría.
Al principio sentí un calor repentino junto a mi costado.
Los párpados también me empezaron a escocer, y así con todos los puntos en los
que mi cuerpo y el de mi agresor entraban en contacto.
Procuré expandir mi habilidad más, sin adivinar todavía su
funcionamiento, y, por fin, lo capté.
Podía percibir las esencias con mucha más claridad que los
demás incluso con los ojos cerrados. Aparecían nítidas en mi mente, imágenes
perfectas de las presencias que me rodeaban
Me concentré en el espíritu que tenía detrás y pude
distinguir a un hombre alto y desgarbado, sin demasiada musculatura.
Sin duda pensaron que iba a poder fácilmente conmigo.
No portaba ningún arma –lo que significaba que también
pensaban que yo iba a ser una pija de cuidado–, pero un cinturón de armas le
cruzaba el pecho.
No me pregunté por qué lo llevaba vacío, ya que supuse que
se las había entregado a su o sus compañeros para luchar contra Ancel.
Oía perfectamente los sonidos de la batalla: el ruido de los
filos de espadas entrechocadas, algún grito ahogado que emitía Adler e incluso juramentos
que soltaba Ancel.
Volví a expandir mi habilidad hacia delante, hacia donde
provenían los ruidos.
Pude captar la presencia de Ancel, quien se movía raudo y
veloz, enarbolando a Musitel con destreza. Adler peleaba también con una espada
corta, salvo que sus movimientos eran mucho más torpes y normalmente daba
traspiés.
Y luego había otra figura, que parecía ser una chica.
Llevaba el pelo recogido en una coleta y procuraba hacer perder el pie a Ancel.
“Tramposa”, pensé.
Y eso, de alguna extraña manera, me hizo enfurecer.
Levanté el pie fijando de nuevo mi habilidad en el chico que
me sujetaba, intentando que no se avispara de mi movimiento.
Luego tiré de mi pierna hacia atrás, clavando el talón en la
entrepierna de mi agresor, quien cayó al suelo de rodillas entre gemidos de
dolor.
Ni Adler ni la chica se enteraron de que estaba libre.
Ancel, sin embargo, que estaba en frente de mí, sonrió y miró hacia mi derecha
significativamente antes de volver a esquivar el nuevo golpe de Adler con
agilidad.
Le escruté el rostro, sin entender su mirada, pero él seguía
absorto en la pelea. Dirigí mis ojos hacia el lugar que habían señalado los
suyos y descubrí una pequeña ballesta.
Pesaba bastante, por lo que me arrodillé y la apoyé en mi
muslo. Luego examiné los alrededores en busca de una flecha o algo parecido que
pudiera usar como munición.
Vi una punta sobresaliendo del cinturón de armas del chico,
que al parecer no estaba tan vacío.
Me acerqué a él con cuidado, y, utilizando una piedra que
había encontrado en mi camino, le golpeé con fuerza la cabeza para asegurarme
de que no tuviera la suficiente capacidad de lucha como para arremeter contra
Ancel.
Luego saqué la flecha del cinturón y la coloqué con cuidado
en la ballesta. Después, recé y disparé.
La punta se clavó en la pierna de la chica, quien dejó
inmediatamente las cuerdas que pensaba lanzar a los pies de Ancel. Mi compañero
la golpeó con la empuñadura en la sien y la chica cayó al suelo.
En dos movimientos rápidos, la corta espada de Adler estaba
en el suelo, a un par de metros de ambos, y la punta de Musitel se encontraba
pegada al cuello del chico.
–¿Estás bien? –Preguntó Ancel; sus ojos me observaron de
arriba abajo, ansiosos.
Asentí, tragando saliva y siendo consciente por primera vez
de la adrenalina de la batalla.
–Has tenido suerte, capullo. Te dije que lo pagarías caro si
era una trampa, y menos mal que ella está bien. Pero sabes que no tengo piedad,
como no la tuve con tu hermano –Adler le escupió a la cara ante la mención de
su hermano y Ancel aumentó la presión de su espada–. Por eso, tú y tus amigos
estaréis un rato retorciéndoos de dolor aquí mismo.
Y dicho eso, le abrió un tajo con la espada en el pecho,
formando una A. Adler apretó los dientes y cerró los ojos fuertemente.
–Sabes que esta espada causa más dolor. ¿Creías que me
podías ganar en un combate? Porque es la solución más lógica que tengo para tu
comportamiento, y, aun así, sigue sin ser coherente. Sabes que no estoy en mi
puesto por casualidad, y aun así sucumbes al egocentrismo. A veces me dais
asco.
Terminó con Adler, quien soltaba sollozos mientras se
envolvía con los brazos.
–Vuestros nombres –dijo Ancel, señalando a los cómplices de
Adler.
–Emil –respondió el chico entre dientes.
–Mallory –respondió ella.
Ancel asintió y procedió a hacerles la A en el pecho, de la
misma manera que a Adler, solo que las suyas eran más pequeñas.
Luego me agarró del brazo y tiró de mí hasta sacarme del
callejón.
–Te he visto con ese tío. Estabas haciendo algo. Tu esencia
ha cambiado, él tenía incluso miedo. ¿Me puedes explicar qué ha pasado? –Su voz
sonaba ansiosa.
Le miré embobada un rato. ¿Tan importante era? Parecía
incluso preocupado.
Me obligué a reaccionar.
–No sé qué ha pasado. Noté un calor de repente en los puntos
en los que me tocaba, y luego algo intentando salir de mí, y...
–¡¿Qué?! ¿Qué más? –Me apremió.
–Lo dejé salir. Y… pude percibir todas las esencias. Supe
que Emil llevaba un cinturón. Sabía que había una chica. Sabía que Adler
llevaba una espada corta.
–Tu habilidad –adivinó.
Yo asentí, y de repente las piernas me fallaron.
Sentí que los brazos de Ancel me rodeaban para evitar que
cayese al suelo. Intenté abrir los ojos, a pesar de que fue en vano.
Luego, el mundo se fundió en negro.
Cada vez eres mejor.
ResponderEliminarEste capítulo ha sido como una bomba en serio. Me encanta, y con esta maravilla llega mi mini biblia:
Sabes que te voy a decir, como siempre, que eres increíble escribiendo y que llegaras muy lejos, pero no sé que más puedo decirte. Sabes que estaré aquí para todo lo que necesites y más. Y que te invito a que sigas. No lo dejes nunca porque cada día mejoras un poco más y así continuamente, ¿Y sabes qué? Me gustaría llegar a lo que estas llegando tú con mi edad.
Sigue así. Te quiero.
Uf!me tienes en vilo,todo va encajado,la relación entre ellos hecha chispas,el infierno esta descrito de miedo,tu narrativa se va creciendo,cono la historia...como tu,aquí seguiré,pero me estas matando,lo que daría por leer de seguido...
ResponderEliminarSimplemente increíble. Este capítulo ha sido buenísimo (como todos los demas) y de añadir algo quizás más diálogo entre ancel y ella, porque me gusta mucho la actitud de capullo que tienexD
ResponderEliminarSigue asi, eres muy buena:D
Oh dios! No paras de sorprenderme, en serio, este capitulo ha sido como una bomba, impresionante, aunque todavia no veo clara las respuestas... La verdad es que no entendi muy bien lo que significa toda esa habilidad que tiene Leyna y que es tan imoportante para Lucifer y Ancel. Ah y un punto que debo reconocer, me encanta en tu historia, es como describiste el infierno, me encanto que contaras un propio lugar inventado para el libro, que si hubieras dicho lo que se piensa que es el infierno, te ha quedado genial.
ResponderEliminarMe tienes cada vez más intigrada!! Sigue así ;D