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Capítulo 14.
–Me temes –su voz
rebotó en las paredes de mi cerebro, si es que tenía uno tangible.
–¿Por qué dices eso?
–Has cerrado con llave
todos tus recuerdos y pensamientos.
–Nergal sí te teme, y tiene razones para ello. Yo no.
–Eso es porque no me
conoces –de algún modo era como si me estuviese desvelando un secreto que
solo sabían unas pocas personas, como si se estuviese abriendo a mí.
–Me gustaría hacerlo.
Él rio un poco y luego su voz dejó de ser un eco.
–Titubeas.
–Es posible.
Se produjo un incómodo silencio en el que ninguno sabía qué
decir. Seguía notando la presencia de Ancel bien clara en el interior de mi
cabeza.
–¿Cómo lo has hecho? –pregunté.
Él suspiró, pero no dijo nada.
–Es tu habilidad –adiviné.
–Así es. Por eso te leía los pensamientos –dijo, con voz
queda.
–Pero, entonces, ¿qué es, exactamente? ¿Introducirte en
cabezas ajenas, leer la mente?
–Tengo poder sobre el raciocinio, emociones y pensamientos
de cualquiera.
–Vaya. Eso es muy útil.
–Algunas veces –me pareció que se encogía de hombros.
Era plenamente consciente de que le costaba abrirse, y lo
estaba intentando. Conmigo.
–¿No me ibas a contar lo de los Purgadores?
–Ah, sí. Cierto. No te asustes –la sorna volvía a estar
presente en su tono de voz–. Vas a ver imágenes, y vas a oír mi voz de fondo. Te
iré explicando cada cosa mientras tanto.
Tragué saliva y asentí, sin estar muy segura de si él podría
captarlo. No obstante, pareció que sí, porque al rato dijo:
–¿Preparada?
–Siempre.
Y una oleada de imágenes me invadió.
En la primera, Satán miraba fijamente un páramo helado.
Algunos escombros estaban amontonados en pequeñas montañas en algunos puntos.
Un monte a la derecha escondía cuevas y pasadizos, de los que pendían grandes e
imponentes estalactitas que amenazaban con caer en cualquier momento.
Una esencia entró en la estepa congelada. Podía sentir, desde
mi posición tras un árbol desnudo, el potente calor que emitía.
Conforme avanzaba hacia mí, fui escondiéndome tras el
tronco, para evitar que me vieran.
–Es un recuerdo, no se girarán para verte –la voz de Ancel
salió de ningún sitio y se coló por todas partes, reverberando en mi mente y
provocando eco en las grutas heladas.
Miré hacia el cielo, confusa por un momento. Luego volví a
fijar mi mirada en la presencia que había entrado y que ahora escrutaba la poca
vegetación que cubría las lindes de la tundra.
Se detuvo en algún punto a mi derecha, achinando los ojos
para intentar ver más. Sin embargo, estaba demasiado lejos, por lo que comenzó
a andar hacia el lugar del que su mirada no se movía.
A cada paso que daba, el calor iba aumentando. Cuando estuvo
lo suficientemente cerca como para permitirme observarlo con detenimiento, pude
averiguar que era una esencia de extremo poder, que emitía una energía mucho
mayor que la de Satanás.
Siguió caminando con paso rápido, hasta alcanzar el lugar al
que se dirigía. Se agachó al suelo y recogió un objeto que emitió un leve
resplandor al rozar un rayo de sol.
Tras una sonrisa, el espíritu dio marcha atrás para cambiar
su rumbo ahora hacia la montaña recubierta de nieve.
–Síguele –indicó Ancel.
Comencé a andar tras la figura.
–¿Quién es? Tiene mucho más poder que Lucifer.
Ancel pasó de contestar olímpicamente. De hecho, estuvo
tanto tiempo callado que incluso pensé que algo le había pasado.
No conocía el
procedimiento de lo que estábamos haciendo, ni si era legal. Tan solo tenía la
confianza puesta en Ancel como fuente fiable, y ahora que desaparecía…
Habíamos llegado ya hasta la entrada de una gran caverna
cuando se dignó a contestar.
–A ver si adivinas.
–Como si me gustaran las adivinanzas –respondí, con el sarcasmo
impreso en la voz.
Ancel no dijo nada más sobre el tema. Se limitó a hablar
solo para darme indicaciones, que, de todas maneras, tampoco fueron muy
abundantes.
Cuando casi perdí de vista a la presencia, Ancel soltó un
improperio que me rebotó en los oídos.
–Ese vocabulario –le dije.
–Recuerda que yo también puedo oír los insultos que me
lanzas desde que has llegado aquí –contestó, en tono de broma.
–Bueno, es que te los mereces.
–Eso piensas tú.
–Y además, ¿no escuchas las preguntas que también te dirijo?
–Las ignoro –casi pude ver su sonrisa torcida, con un brillo
malévolo.
–Bien, pues te las voy a formular todas en voz alta hasta
que decidas no ignorarme.
–¿Quién es?
–Ya te he dicho que lo adivines.
–Vale, bien. ¿Qué busca?
–Lo sabrás dentro de poco –otra evasiva.
“Qué bien ayudas, Ancel”, pensé.
–Gracias –respondió.
En ese momento me hubiera gustado tenerlo delante para
haberle soltado un guantazo.
–Otra pregunta más –añadí después–: Y te juro que como no
des una respuesta clara, tu cabeza quedará colgada del marco de la puerta.
–Dale –dijo, reprimiendo la risa.
–¿Dónde narices estabas tú? Se supone que todo esto lo
estabas viendo, que lo estoy viendo más o menos desde tu punto de vista, pero,
¿dónde narices estabas?
–En… en realidad esto no son todavía mis recuerdos.
–¿Qué? –Apostaría lo que fuera a que tenía los ojos más
redondos que un par de pelotas de ping-pong.
–Son recuerdos robados –aclaró.
–¿De quién? –Me figuraba de quién podía ser, porque,
obviamente, solo había una esencia en todo el Inframundo lo suficientemente
vieja como para haber “vivido” esto.
–Lucifer –dijimos a la vez.
Habíamos pasado por un entramado de pasillos y grutas de
diferentes alturas antes de llegar a la enorme caverna que ahora se abría ante
mí.
En el centro, una gran estalagmita salía disparada hacia el
techo, donde un gran número de carámbanos colgaban peligrosamente.
La presencia de gran poder se había arrodillado a los pies
de la gran estalagmita, con la larga barba blanca casi tocando el suelo.
Parecía un señor mayor, aunque era evidente que su estado
físico era bueno, sino excelente.
El objeto que había recogido antes se hallaba ahora en el
suelo, justo delante de él. Emitía un resplandor verdoso, que provocaba ondas
en el aire en el que se reflejaba.
Entonces, la presencia habló:
–Señor de los Purgadores, te invito a hablar.
Se oyó una risa apagada que no venía del techo y que no era
la de Ancel.
Luego, una imagen salió en forma de holograma del objeto. Al
principio, el aspecto de la figura era desfigurado y extraño, pero conforme se
empezó a definir, descubrí una silueta
que era más bien conocida: Satanás.
–No me tenéis que invitar, vos podéis hablar cuando os dé la
gana, su Señoría –dijo, con avivada sorna.
–Quiero que nos batamos en duelo –dijo el anciano.
–Sabiendo que perderéis, ¿aún tenéis la valentía de retarme?
–Lucifer arqueó una ceja.
–Por lo menos tengo coraje –aseveró con aplomo y frialdad el
otro hombre.
–Juego con ventaja, y lo sabéis.
–Las emociones hacen débil al hombre.
–Os equivocáis. Le dan la humanidad, y la humanidad le da
fortaleza –una sonrisa apareció en el rostro de Lucifer.
El anciano no respondió. Se limitaron a observarse
mutuamente, lanzándose miradas que destilaban odio por parte de Satanás y una
cruel frialdad por parte del otro hombre, que aún continuaba siendo anónimo.
A pesar de que la imagen de Lucifer estaba en una especie de
holograma, se podía notar la energía que despedía su esencia, que era muy
fuerte, pero sin llegar a igualar siquiera a la del anciano.
–Ancel –dije.
Él no respondió, pero, de alguna manera, supe que seguía
allí, y que me escuchaba.
–¿Quién demonios es ese hombre?
–Qué poco perspicaz eres, mujer –me reprochó. Yo le ignoré–:
Seguro que alguna vez has oído hablar de él. ¿Es que nunca has ido a misa o
algo?
Puse los ojos en blanco para ocultar la corriente de
emociones que me recorrían entera. ¿Sería posible? ¿Existía de veras aquel que
la gran parte de la población veneraba? ¿Era como se creía o sería
completamente diferente, como había resultado ser el Infierno?
Además, eso solo era un recuerdo. ¿Dónde estaba ahora, en
esos precisos momentos? ¿Muerto? ¿En su trono dirigiendo el Paraíso?
No tenía ninguna respuesta para las preguntas, y tampoco
podía identificar todo lo que sentía. ¿Curiosidad? ¿Miedo?
Quizá una mezcla de ambos. O quizá no se asemejaba a ninguno
de los dos.
Era como si me hubiesen vaciado el estómago para poner un
montón de mariposas en su lugar. No son nervios, o, al menos, creo que no. Pero
se parecen.
Probablemente, sea una mezcla de sorpresa y un miedo hacia
lo desconocido, hacia algo que es completamente nuevo.
En ese momento, el anciano, que había reconocido como Dios,
habló.
–He hallado la forma de llegar hasta vos. Ya no estaréis a
salvo de la ley nunca más.
–Os invito a entrar a mi reino, Señor. Os esperaré yo mismo
en la puerta, pero debéis saber que no hay vuelta atrás una vez penetras en mis
territorios.
Y luego, la imagen desapareció, junto con el holograma de
Satanás.
Pasé varios minutos sumida en una oscuridad que me engullía,
y, por primera vez, sentí verdadero pánico, porque desde que había llegado,
nunca había hecho tanto frío, y jamás me había sentido tan sola.
Luego, poco a poco, las tinieblas se fueron retirando,
dejándome ver un paisaje que sí conocía.
La blancura del Infierno se hallaba ante mí, aunque no de la
misma manera que antes. Porque ahora lo veía desde fuera.
Un gran portón doble de madera se encontraba detrás de mí.
Estaba recubierto de un color blanco inmaculado, con los bordes de las puertas
pintados de color dorado, que resplandeció bajo la luminosidad.
–Esto es mucho, muchísimo tiempo después del recuerdo que
acabamos de dejar–comenzó a explicar Ancel–.Y esto sí que forma parte de lo que
yo viví. Satanás llevaba siglos y milenios preparándose para la inminente guerra
contra Dios y su séquito.
–Pero, ¿por qué empezar la guerra? –interrumpí.
–Porque Dios no es como nosotros, o como Lucifer. Él es un
Alma.
–¿Un Alma? –inquirí, confundida.
–Así es. Nosotros somos Purgadores.
–¿Y eso es…? –Dejé la pregunta implícita en el aire.
–Los Purgadores recordamos. Nuestro espíritu conserva parte
de su humanidad: sentimientos, emociones… Ellos no tienen nada más que la
pureza del Cielo.
–Entonces, ¿querían la guerra porque somos diferentes?
–No solo por eso. Hay muchas razones, aunque la mayor es el
problema que tenemos con su Ley –hizo una pausa–. Ellos se rigen por las normas
que dicta la justicia, son algo así como sagradas, y nosotros incumplimos el
edicto más importante.
–¿Y cuál es? –pregunté, con una curiosidad creciente.
–No podemos entrometernos con el mundo viviente.
–¿Y cómo se supone que lo hacemos?
–Dos cosas. Nosotros sentimos y recordamos. A más de uno se
le ha ocurrido viajar al plano terrestre, pero, creo recordar que una vez me
preguntaste si atravesábamos paredes o algo así.
–Ajá.
–Bien, pues no, no lo hacemos. Nosotros tenemos algo que
para ellos es muy peligroso.
–¿El qué?
–Una parte material –debió ver mi cara de total
desconcierto, porque se apresuró a añadir–: Si bajas al plano material, tu
espíritu reaccionará con los cuerpos, tanto vivientes como inertes.
–¿Eso quiere decir que si entro en una casa y cojo un
objeto, quien esté delante verá el objeto levitando, pero no conseguirá
advertirme?
–Justo eso.
Me quedé pensativa, digiriendo, sacando conclusiones.
–No comprendo. ¿Qué es lo que nos hace peligrosos para
ellos, entonces?
–Su ley más importante dice que ningún ser inmaterial podrá
entrar en contacto con el mundo viviente. Nosotros llevamos incumpliendo esa
norma desde que llegó el primer Purgador. Cuando éramos pocos, los Almas se
limitaban a advertirnos, pero conforme nuestro número aumentaba, se daban cada
vez más casos de “fenómenos naturales” en la Tierra, que eran causados por
nosotros mismos. Incluso algunos se hicieron visibles para los humanos.
«Cuando Dios se enteró de esto, amenazó directamente a
Satanás, en este mismo lugar. Le dijo: “si no lográis contener a vuestros
súbditos, me veré obligado a contenerlos yo.”
–¿Y luego qué paso?
–Se marchó.
–¿Nada más? ¿No hizo nada Lucifer? ¿Pararon los Purgadores
de…?
–Paciencia, saltamontes. No me dejas hablar –casi pude ver
su sonrisa–. Después de irse, Lucifer me hizo convocar una asamblea para
anunciar la única ley que tenemos los Purgadores: está prohibido bajar más allá
del Segundo Nivel.
No pregunté qué significaba, pues supuse que sería el
segundo plano después de otro, que estaba seguramente pegado al terrestre.
–De todas maneras, el ser humano es impredecible, egoísta y
cabezota, además de un experto en romper las reglas. Por eso, muchos Purgadores
siguieron bajando.
«Lucifer acabó con esto a base de asesinatos, por así
decirlo. Lo peor que te puede pasar aquí es el Destierro, o la muerte, que
viene a ser lo mismo, porque es antinatural e imposible morir dos veces. Así,
Satanás conseguía enterarse de todo aquel que salía del Infierno, y le esperaba
en su vuelta para clavarle una daga y mandarlo al Limbo. Fue muy eficaz.
–¿Cesaron los viajes espacio-temporales?
Ancel asintió.
–Sí, pero lo hicieron demasiado tarde –su tono de voz había
adquirido un tono glacial, que resonó en cada hueco de mi esencia–. Vas a ver
lo que pasó unos tres meses después de aplicar la ley.
Y luego, se hizo el silencio.
Miré a mis alrededores, escrutando la blancura del aire. La
falta de sonido comenzaba a abrumarme, hasta que un sonido rasgado penetró en
mis tímpanos y me hizo estremecerme.
Poco a poco, filas y filas de Almas comenzaron a surgir por
el horizonte. Gritaban y alzaban sus armas al aire, clamando el cumplimiento de
la ley.
Avanzaban rápido, pues en pocos minutos ya habían acabado
con la mitad del camino que me separaba de ellos.
Dios estaba al frente, con la mirada puesta en el portón de
madera. Un brillo de desafío cruzó sus ojos fugazmente.
¿Sería capaz de derrotar a Satanás? Seguramente.
Sin embargo, algo tuvo que pasar, porque Lucifer seguía
siendo Señor del Infierno y ni siquiera había oído el nombre de Dios en todo el
tiempo que llevaba aquí.
La energía que emitía el cuerpo del hombre era electrizante
y más grande que antes, casi.
Estaba claro que era muy poderoso.
Entonces, de improviso, una ranura se abrió entre las
puertas de entrada al Infierno, y por ella comenzaron a salir las legiones de
soldados.
No había ni rastro de Satanás o Ancel.
Ríos de Purgadores que expresaban diferentes emociones
salieron a raudales del Infierno, portando todo tipo de armas.
El ejército de Dios detuvo su avance al comprobar lo que
pasaba.
Era evidente que el anciano no tenía planeado empezar una
guerra y que apenas había traído la mitad de sus tropas.
Por fin, salió el último Purgador y las puertas se cerraron
tras dos figuras, una de ellas atlética y alta, y la otra un poco más baja y
menos esbelta.
Lucifer y el General de su ejército.
Ancel.
Durante un momento sus siluetas se vieron reflejadas contra
la luz, por lo que no alcancé a verle la cara hasta que se colocó al frente del
ejército infernal, al lado de Satanás.
Tenía la misma pinta, aunque no había ni rastro del brillo
sarcástico de su mirada. Además, era unos centímetros más bajo.
–Hemos venido a negociar –dijo Dios, rascándose pensativo la
barba–. En el nombre del orden y la Ley –añadió.
–¿Y la horda de soldados que traéis detrás? ¿Viene para
firmar? –intervino Ancel, sarcástico.
–¿Es tu nuevo perro faldero? –inquirió el anciano.
–Es vuestra perdición –corrigió Satanás, con una sonrisa
maliciosa.
Luego lanzó una mirada a Ancel, que asintió obediente y se
giró hacia el ejército.
–Estás acabado –susurró Lucifer.
Y tras una orden de Ancel, los soldados se lanzaron al
ataque.
Dios miró hacia los lados, buscando una salida de escape o
alguna manera de salir victoriosos. Era evidente que estaba atrapado, en el
propio territorio de Lucifer, y que sería imposible tratar de llegar a un
acuerdo con éste.
Los Almas empezaron a caer bajo las espadas de los
Purgadores, que, además de superarlos en número, tenían una clara ventaja en
cuanto a preparación.
Entonces ocurrió una cosa sorprendente. Dios, en mitad del
campo de batalla, cerró los ojos y dejó correr su esencia, que se expandió
hacia arriba, abajo y a los lados.
Cubrió toda la zona con su espíritu, sacrificando su poder,
sabiendo que era la única forma de que la batalla no acabara en una masacre.
Su espíritu se fragmentó en miles de pequeños haces de luz,
que se esparcieron por el lugar, entrando a las esencias de las Almas,
haciéndolas más poderosas, llenándolas de agilidad y fuerza.
–Si no puedo guiar a mi gente hacia la libertad que da el
orden y la Ley, lo harán a través de mí. Me has declarado la guerra, Señor del
Infierno, pero has declarado una efímera. Yo te declaro una eterna –las
palabras de Dios disipándose en el aire, conforme se extendía el desconcierto
en la zona.
Para mi sorpresa, Satanás rio. Fue una risa amarga, a la que
siguieron unas palabras que me helaron la sangre:
–Ya ha visto lo que querías que viera, Ancel. Sal de mi
cabeza, abandona mis recuerdos. Soy más poderoso de lo que creéis y no me gusta
que andéis ejerciendo vuestro libre albedrío por mi mente.
Y me dirigió una mirada fría. Me la dirigió a mí. Al lugar
donde me encontraba. A mis ojos.
Y luego la imagen se desvaneció.
Cada vez se me hace más difícil no leerlo de seguido,te vas superando...lo que no se me hace difícil es leerte...
ResponderEliminarAquí tu fan nº 1 para decirte: Alucinante.
ResponderEliminarCada vez te explicas mejor y más... no sé, profesional, supongo, y oye...
''–Paciencia, saltamontes. No me dejas hablar –casi pude ver su sonrisa–. ''
¿Saltamontes, eh? ^-^
Y esta frase me ha gustado, mucho:
''Me has declarado la guerra, Señor del Infierno, pero has declarado una efímera. Yo te declaro una eterna.''
Se nota tu talento cada vez más, este capítulo es por ahora mi 2º favorito (el 1º es el del beso, obviamente). Yo no lo habría hecho mejor, tienes mucha imaginación y con tus explicaciones da la sensación de estar allí viendolo/escuchándolo todo :)
ResponderEliminarMe encanta *-*
ResponderEliminarYA ESTÁS SUBIENDO EL 15, pero sin presiones eh <3 jaja.
Bueno decirte que tu novela está genial, que me he enamorado de Ancel (y sus comentarios).
Y eso, que espero que subas ya pronto el siguiente que lo estamos esperando (estoy segura de que no soy la única). bss!:3
pd: cuando subas el 15 súbelo también en Wattpad pls ^.^