No me matéis plis :3 Hay algunas cosas puestas para hacer gracia, pero pueden resultar... ¿gordas? No sé, bueno, el caso es que están solo para divertir y que la lectura se haga entretenida. No penséis mal de mí ni nada, porque eso solo probaría que nunca habéis leído a John Green y... en fin, me estoy haciendo un lío xD Ya sabéis, al menos tres comentarios por favor, que el final del capítulo puede chocar y quiero saber las emociones. Un saludo.
Capítulo 1.
***
Capítulo 1.
En la actualidad.
De nuevo su rostro, de
rasgos finos pero firmes y decididos, aparecía ante mí. Su presencia inundaba
la sala, haciéndome parecer pequeña en comparación. Era mi ángel. El que me
había acompañado en los momentos más difíciles, el que me había rescatado de la
tempestad y la oscuridad. El que me cuidaba y cuidaría siempre.
Sin embargo, esta vez
era diferente. Sus facciones eran más duras y firmes. Me abrazó de nuevo,
expandiendo su presencia por la sala como hacía siempre que soñaba con él. Pero
ahora era más frío, más distante.
Sus palabras resonaron
en lo más profundo de mi mente: “ha llegado la hora”. Y entonces todo se volvió
negro, me sumí en un remolino del que era incapaz de salir, sin saber qué
pasaba. ¿Y mi ángel sin alas? Seguía allí, pero tragado por las tinieblas.
Oh, mierda.
Había vuelto a llegar tarde.
Cuando abrí la puerta del laboratorio de biología dos
segundos después de que tocara el timbre (contados, no os creáis), el señor
García me lanzó una mirada que no significaba nada, salvo que estaba castigada.
Esperé en el umbral de la puerta, con una mano sujetando la
correa de la mochila, mientras echaba un vistazo al aula. Sobre cada mesa había
colocada una bandeja con múltiples utensilios –cuchillos, tijeras, pinzas, etc–
y a su lado un plato vacío. Mientras me recorría un estremecimiento de asco, el
señor García se movió, destapándome la visión de su mesa, donde reposaba una
caja en la que estaba escrito: “animales de disección”.
Así que no eran mis compañeros los que olían mal. Una
preocupación menos.
El señor García dio un paso hacia mí y volví a centrarme en
él. Una parte de mí deseaba que me echara fuera y no me dejara entrar. Ya
copiaría cualquier apunte luego. Pero, ¿en serio? ¿Disección de animales con
ese vejestorio dirigiendo? Seguro que confundía la lupa con el cuchillo y la fastidiábamos.
–La voy a dejar entrar solo porque la clase de hoy es
imprescindible para el examen final, pero la próxima no pasa –dijo finalmente.
Maldecí por lo bajo mientras abandonaba mi puesto y me
dirigía hacia la mesa donde me sentaba con mi mejor amiga, Lía.
–Menos mal que te ha dejado pasar, no creo que hubiera
podido soportar la clase sin ti aquí –susurró cuando me acomodé a su lado.
–Yo hubiese preferido quedarme fuera –mascullé, mirando de
soslayo la caja que contenía a los animales muertos.
–Puaj, no sé cómo le han dejado traer eso –se quejó Lía,
captando mi mirada.
–Si no leían el cartel no sabrían qué llevaba dentro. El
olor puede pasarse por alto, tratándose del señor García.
Lía profirió una risita que hizo que el señor García nos
llamara la atención.
–Guarden las risas para el próximo tema que vamos a dar.
–¡EL SEXO! –Saltó uno de los chicos que tengo detrás.
–Siendo más finos, señor Vidal, la reproducción humana. Una
de las maravillas de la naturaleza.
–Como no se calle ya, lo va a empeorar todavía más –susurró
Lía a mi lado.
Yo asentí, concorde con ella, mientras el señor García
recorría la clase colocando un asqueroso animal sobre los platos. A Lía le tocó
un pescado putrefacto, mientras que a mí me puso una rata que no hacía más que
mirarme mal.
“No te quejes” pensé “soy yo la que tiene que abrirte de par
en par”.
Lía procuraba no mirar mi plato, porque, si bien su pescado
le daba náuseas, mi rata era mucho peor.
–Tienen toda la clase para describir lo que el animal tiene
dentro –y añadió, al ver la mano de Vidal levantada–: también los órganos
reproductores, pero cualquier palabra malsonante restará medio punto, así que
no se pasen.
Resoplé con desgana. ¿Tenía que abrir una rata muerta que
despedía un hedor peor que el de mi hermano después de hacer deporte y, para
colmo, anotar cualquier cosa que me resultara interesante?
A punto estuve de escribir cualquier cosa en la hoja en
blanco, pero al recordar que ello contaba para la nota final, traté de hacerlo
bien.
Y entonces, ¿cómo se abría un animal sin despedazarlo?
Porque, en serio, si yo con una lupa peligraba, imaginaos con un bisturí.
–No pienso meterme a medicina –susurró Lía, sin mirar aún mi
rata.
Yo asentí y, con la mano temblando y el desayuno en la
garganta, amenazando con salir, decidí hacer un corte en la tripa que
seccionara al animal en dos partes para poder… investigar. Tampoco pensaba
sacar un diez–de hecho, me estremecía solo de pensarlo–, pero con un notable me
valía.
Un aroma todavía peor se apoderó de mi ambiente en cuanto
abrí la rata. Lía ahogó un grito y se puso las manos sobre la boca, lívida. Se
inclinó hacia el otro lado, en el pasillo, y echó el desayuno y la cena del día
anterior.
El señor García vino en seguida, y, en cuanto vio el
estropicio, pasó la vista a mi rata.
–Sabía que me habían timado –comentó.
Abrí los ojos incrédula. ¿Timado? ¿Es que encima había
negociado por… eso? Coloqué mis manos
sobre mi boca, tal y como había hecho Lía antes, y traté de serenarme.
–¿Pu… puedo acompañarla a la enfermería? –Pregunté, con la
voz más temblorosa que pude fingir–. Yo también me encuentro mal.
El profesor suspiró.
–Iros antes de que huela mal.
“Como si no lo hiciera ya” pensé, pero me apresuré a levantarme
y coger a Lía por los hombros para sacarla medio a rastras de la clase.
Recé por que el pasillo estuviese desierto, para evitar
encontronazos que nos fastidiaran los dos años de instituto que nos quedaban a
ambas. Afortunadamente, la enfermería no estaba muy lejos del laboratorio y, al
estar en mitad de la primera clase, no había demasiada gente por allí.
Llegamos hasta la inmaculada puerta blanca con una cruz roja
en ella y, sin molestarme en llamar –tampoco es que pudiera–, la abrí y entré
en ella.
Francisca, la enfermera, estaba sentada a un escritorio con
un iPad entre las manos.
¡Ah! O sea, ¿que hasta la enfermera tenía iPad?
Levantó la vista y nos dirigió una mirada que decía: “iros
de aquí si queréis vivir hasta mañana. Estoy a punto de llegar al nivel
veintinueve del Candy Crush.”
Sin embargo, se levantó y, sin molestarse si quiera en
saludarnos, sonreírnos o preguntarnos, agarró a Lía y la tumbó en una camilla.
–¿A ti te pasa algo? –preguntó Francisca, mirándome de
reojo.
Negué con la cabeza apenas imperceptiblemente, rezando para
que no me echara, pero fue en vano.
–Pues lárgate –replicó.
Maldecí por lo bajo mientras salía de la enfermería, echando
una mirada por encima del hombro a Lía, que estaba lívida y sin enterarse de
nada de lo que ocurría a su alrededor.
Al dar el primer paso fuera de la sala, me choqué con un
chico rubio, que me sacaba una cabeza e iba vestido con el chándal de deporte.
–Perdón. ¿Sabes dónde está el laboratorio de biología? Tengo
que darle esto a Leyna Shellow–dijo, mostrándome un sobre cerrado con mi nombre
en su exterior.
–Eh… sí. Soy yo –estaba desconcertada. ¿Un sobre para mí?
¿De quién? Y, además ¿el que me lo hubiera enviado, no podría haberlo hecho
después de clase? – ¿Quién te lo ha dado?
–Tom –respondió.
–¿Thomas Brand? –No me lo podía creer.
–Sí. Oye, tengo que irme o la entrenadora se va a poner hecha
una furia.
Agarré el sobre y lo miré, dándole vueltas entre las manos.
¿Tom me lo había enviado? ¿Y por qué no me lo daba él?
Pensé que quizá era que le daba vergüenza, pero Tom y el
término vergüenza eran completamente antagonistas. De hecho, creo que esa
palabra no formaba parte de su vocabulario.
Como otras tantas.
Suspiré. ¿El chico más bueno del curso me había enviado un
sobre cerrado, fuera de la fecha de San Valentín? Si no circulaban cartas ese
día, cualquier otro ya era toda una rareza.
Lo doblé y me lo metí en el bolsillo, mientras me encaminaba
al baño de chicas. Podía usar la excusa de que quería limpiarme las manos de
las babas que Lía me había echado durante el camino. No es que fuera mentira,
pero tampoco era del todo verdad.
Me aseguré de que no venía nadie antes de cerrar la puerta
del servicio, y entonces, rasgué el sobre que contenía la carta de Tom.
No sabía qué me encontraría, pero, desde luego, no era lo
que en realidad me encontré. Me había esperado una disculpa por tirarme el zumo
en quinto, o incluso una burla, pero, ¿que me invitara a tomar algo? Eso era
una broma seguro.
Sin embargo, el papel estaba perfumado con su colonia, y me
había molestado en pedirle los apuntes innecesariamente en sexto solo para
hablar con él, así que reconocía perfectamente su letra, además de que se
sentaba a dos sitios de mí en matemáticas.
Resoplé, metí las manos debajo del grifo y me las llevé a la
cara, para refrescarme un poco. La idea de volver a disecar mi rata me daba
mareos.
A la salida del instituto iba andando sola. No había visto a
Tom en todo el día, por lo que no había tenido oportunidad de escrutarle la
cara para ver si al mirarme hacía algún gesto.
Lía se había marchado a casa después de estabilizarse, por lo que me
tocaría regresar sin compañía.
Aunque, ¿adónde iba a ir? La nota rezaba claramente que
fuera a una heladería, que yo no conocía, nada más salir de clase. ¿Y si era
una broma pesada y me tenían algo guardado allí? Tom estaba bueno, pero los
populares suelen sobrepasar el límite de la estupidez.
No obstante, había algo que me atraía irremediablemente y,
sinceramente, la voz de mi cerebro que me decía que podía poner como excusa
haber estado en la biblioteca, no ayudaba.
Finalmente, y en contra de cualquier mente lógica, me encaminé
hacia la dirección que indicaba la nota.
Hablaba sobre la esquina de una calle que no conocía, pero
que sabía dónde quedaba, justo la que cruzaba la avenida donde vivía Lía.
¿Le hablaría a ella sobre la carta? No lo tenía pensado.
Supongo que dependería de cómo fuera la tarde. Sabía que nos habíamos prometido
nada de secretos, pero todos los tenemos… ¿no?
Cruzaba un paso de peatones de una carretera por la que se
suponía que no pasaban coches, cuando, mientras miraba a un niño pequeño
saltando las rayas blancas, un dolor me atravesó entera.
Solo vi el reflejo del sol contra la carrocería de un coche
plateado antes de preocuparme más por el suplicio que sentía.
Empezó en el costado, y luego, tras unos segundos de
suspensión en el aire, más dolor se me extendió por el cuerpo. Me quedé sin oxígeno,
boqueando en el suelo mientras intentaba pararme la hemorragia. Notaba la
sangre caliente, pero no me fijé demasiado en ello, puesto que el dolor que
sentía era aterrador.
No sentía las piernas, y temí no volver a andar, aunque esa
no era la mayor de mis preocupaciones en ese momento. Oía vagamente a la gente
lanzando gritos, era semi consciente del barullo que se había montado a mi
alrededor. Pero, conforme pasaba el tiempo, me fui dando cuenta de una cosa que
terminó por aterrorizarme: perdía la consciencia.
No del modo en el que te desmayas, sino de otra manera, como
si hubiese tenido algo metido dentro que me abandonaba poco a poco. ¿Qué
significaba eso? Nunca me había quedado inconsciente, pero tampoco nadie me
había contado lo que se sentía.
Quizá era mejor así. Si me desmayaba, no sentiría el dolor.
Pero, ¿y si entraba en coma? A lo mejor era eso lo que me estaba pasando.
Intenté luchar, levantarme o algo, agitar los brazos, pero
no conseguí nada. Una voz me decía que me rindiera, que me sometiera a la paz
de la pérdida de consciencia.
Ignorando cualquier consecuencia y atenazada por el dolor,
me dejé llevar por la vocecita. No había una antagonista que me dijera: “eso
está mal, debes luchar”. Pero lo cierto es que no tenía ni fuerzas ni ganas.
Al final, noté que me aupaba. Estaba completamente segura de
que estaba despierta. Completamente, además. Todo era muy confuso. Veía
borrones de gente corriendo, las luces parpadeantes de la ambulancia y más
abajo, mi cuerpo, ensangrentado y con los ojos cerrados.
Un momento. ¿Mi cuerpo? Al mirarlo de nuevo y recordarlo
todo, me di cuenta de lo que había pasado, por muy incoherente que sonara.
Estaba muerta.
Tu madre, tu tía, y tu perro.
ResponderEliminarERES JODIDAMENTE MAGNIFICA, y perdón por la expresión.
Y lo del Candy Crush, muy bueno de verdad, Bea esto es incteible, en serio que ya no es que me guste como escribes es que te admiro en serio, el dia que yo escriba así acuerdate de que me haga un monumento, de verdad, simplemente, sin palabras.
Estoy llorando ¿sabías? Dios, esto es demasiado. Por el Ángel.
EliminarMe atrae mucho,veo varias historias en una o varios caminos que seguir,como narras y describes también,solo es mi opinión,no soy esperta,solo lectora,animarte debo pues me a gustado!
ResponderEliminarHas metido toques de humor que hacen más amena la lectura (como tú misma has dicho), y por tanto ya no eres sólo la reina del misterio y la intriga, sino que también eres la reina del humor, de verdad que me he reído como una loca ajajaj xD
ResponderEliminar¿¡La castigan por llegar dos segundos tarde?! Qué marvado el profe :P
Qué asco lo de diseccionar animales, entiendo a Lía...
Era todo muy divertido hasta que la han atropellado...jolín...noooooooooooooooooooooooooooo por qué por qué por qué nos haces esto, Bea? Yo te matooooooo xD síguelo pero ya mismo. :P
Jajaja he aprendido de la Diosa del humor y el sarcasmo, Cassandra Clare xD Ya os he dicho que no me matéis xD
EliminarParece que la alumna se ha convertido en maestra xD
EliminarTe vamos a matar igual que tú has matado a la protaaaa xD
Diooss!!! Pareces una profesional!! Rectifico, ERES una profesional!! Me encanta esta novela nueva es muy muy original! En el final me has dejado de piedra!! Tengo ganas ya de saber que pasará después!
ResponderEliminarPor cierto, cuando sepas algo mas de la publicación de tu otro libro, avísame porfa... es que me gustó mucho y me gustaría saber como acaba. ^-^
Muchas gracias^^ Y claro, en cuanto tenga una editorial y eso, os daré noticias ^^ Aunque ya os digo, que a lo mejor hasta que lo veáis publicado pueden pasar muchos años...
EliminarNo importa!! jajajaja xD
EliminarDios! En serio, me has impresionado... Tù lectura siempre fue adictiva pero este toque de angeles que le has metido ahí algo raro... Me ha encantado! Diosss y tú manera de expresarte es taaaaan magnifica en serio, creo que me enamoré de tu escritura... Y ese toque sarcastico y de humor que lr has metido a la historia, me ha encantado!!! Voy a seguir leeyendo xD
ResponderEliminar@Daniela_Amo2
PS: Con lo del Candy Crush me morí de risa jajajaaja
!Muy bien escrito! me gusta como te expresas:)
ResponderEliminarMe ha gustado bastante, aunque sea un poco reacio al humor.
ResponderEliminarYo hubiera escrito otra cosa en donde la enfermera y el iPad, no suelo poner objetos tan modernos en mis escritos, pero aún así está bien.
¡Voy a seguir ya mismo, y con ganas!