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sábado, 22 de febrero de 2014

Prólogo.

Bien, comenzamos con "Al Otro Lado de la Ventana". Ya sabéis que hasta los 3 comentarios no subo el capítulo 1. Saludos.

Prólogo.
Año 3 d.C
La lluvia caía sin cesar en la gran explanada mientras el sol terminaba de esconderse. Los individuos que abarrotaban el páramo desierto ignoraban por completo la condición atmosférica, ya que ésta no les afectaba en absoluto.
Cada vez llegaban más y más, haciendo que los ya presentes se tuvieran que juntar unos con otros para que todos cupieran en la explanada. Sin embargo, eran muchos, demasiados.
Se colocaban en dos bandos, unos en frente de otros, lanzando miradas amenazadoras al grupo enemigo. Se habían ataviado con ropajes que no necesitaban llevar, pero a los que ya se habían acostumbrado. Todos portaban uniformes militares robados, con varias armas colgando del cinturón. La mayoría empuñaban largas y afiladas espadas, pero otros asían cuchillos arrojadizos, arcos y flechas y algunas mazas.
Un murmullo se apoderaba del panorama mientras un joven de unos diecisiete años con una especial habilidad para la espada, observaba el paisaje con ojo crítico.
No tenía claro si iban a vencer, pero desde luego que lucharían, por su libertad.
Bajó con gran gracilidad la colina donde se encontraba, hasta colocarse al frente de su grupo, más fuerte y rápido pero con menor número de componentes.
Desenvainó su espada, que destelló bajo la luz de la luna, mientras el agua mojaba su pelo.
“Es muy poderoso” se escuchaba por el llano.
La levantó, mientras un rayo surcaba el cielo y dejaba ver su cabello castaño cayendo sobre unos ojos extrañamente ambarinos.
El murmullo cesó, mientras ambos bandos observaban con admiración el filo de la espada del muchacho. Ni siquiera Gabriel, liderando el grupo enemigo, dijo nada mientras la espada de su contrincante apuntaba al cielo.
Cuando la bajó, miró a Gabriel y sonrió mostrando todos sus dientes. Éste sintió un escalofrío, y supo al instante que no era por el frío. El frío ya no le afectaba lo más mínimo.
Gabriel apretó la mandíbula mientras se preguntaba cómo iba a vencer a un joven tan vigoroso. Ni siquiera él había alcanzado tanta fuerza.
No obstante, apartó esos pensamientos de su mente mientras encaraba al chico. Éste dio dos pasos al frente, interponiendo entre ambos su espada, que a tantos de los suyos había convertido.
Gabriel desenvainó también la suya y miró al joven con la cabeza ladeada.
–Dime una cosa, chico –dijo–. Dime cómo te llamas.
–¿Importa eso? Lo sabrás cuando te conviertas bajo mi espada.
–Eso está por ver. Pero dime tu nombre, al menos.
–Te lo diré con una condición –respondió el muchacho, esbozando una sonrisa torcida.
–¿Estás de broma? ¿Crees que me importa tanto tu nombre?
–Lo suficiente como para estar desprotegido a una distancia muy poco prudencial de mí. Además, sé que tienes curiosidad por saber quién ha causado tanto terror entre los de tu gente –contestó–. Pero te gustará mi condición.
–Adelante –masculló Gabriel.
–Quiero que nos batamos en duelo tú y yo. Estoy falto de alguien bueno con quien luchar. Los demás podrán batallar mientras tanto, pero ni los míos ni los tuyos nos molestarán. Si cualquiera de los dos se alza con la victoria, la guerra parará y los dos bandos se irán a casa tal y como hayan quedado durante nuestro combate.
Gabriel hizo ademán de pensárselo, solo porque no quería admitir que aquel chico estaba siendo muy generoso. Sin embargo, debía sopesar sus opciones. Si el muchacho no lo engañaba o le ocultaba algo, ganaría mucho, pero si escondía algo entre sus filas…
No obstante, era mucho mejor que tener a aquel chiquillo corriendo entre su ejército, sesgando cuellos con la velocidad de un rayo. Porque era capaz de aquello y mucho más.
Gabriel había oído hablar de su gran estrategia. Gracias a su habilidad con la espada, a la que llamaba Musitel, y su impresionante velocidad, conseguía colarse entre las filas enemigas (dejando un gran número de convertidos a su paso) hasta el mísmisimo centro, y una vez allí empezaba a atravesar soldados con su arma.
Nadie, ni siquiera Gabriel, era tan bueno como él en duelo. Pero sí que era uno de los pocos que podían entretenerlo durante una cantidad de tiempo considerada.
–¿Cómo sé que cumplirás tu palabra si muero? –inquirió Gabriel.
–Que Satán me condene si no lo hago.
Gabriel alzó la barbilla.
–Que así sea –susurró.
El muchacho sonrió, alzó su espada e hizo una pequeña reverencia.
–Mi nombre es Ancel –y se lanzó al ataque, chillando el grito de batalla.
Pilló a Gabriel un poco desprevenido, por lo que no tuvo más opción que interponer su arma entre su cuerpo y el filo de Musitel, varias veces, hasta que logró estabilizarse.
El duelo al principio era una rutina de ataques y desvíos por parte de Gabriel. Éste no lograba encontrar un hueco en la defensa de Ancel por mucho que se esforzara en fintar y esquivar los golpes que el muchacho propinaba.
Gabriel sabía que tenía mucha velocidad, pero no se imaginaba hasta qué punto. Lo que vio le sorprendió.
En un golpe, Ancel amagaba para atacar por la derecha, por lo que Gabriel se protegió el lado izquierdo. Sin embargo, en menos de un segundo, Ancel fintó a izquierda y se cambió la espada a la mano izquierda, haciéndola atravesar el costado de Gabriel.
Éste reprimió un grito ahogado mientras la hoja de Musitel avanzaba por entre sus costillas, quemándole por dentro y deshaciendo su forma corpórea.
Ancel sonrió y extrajo la espada mientras el cuerpo de Gabriel se desvanecía en el aire.
Había ganado.
En ese momento, la lucha que se libraba a su alrededor se volvió presente, y Ancel alzó de nuevo a Musitel, ordenando a su gente que detuviera la batalla.
Todos pararon de luchar en seguida, dándose cuenta por primera vez de que habían vencido. Todos… excepto uno.
Un niño, de apenas once años, sediento de venganza por aquellos que habían convertido a su abuelo, hizo caso omiso de la señal de Ancel, ignorando por completo la peligrosidad de su acto.
Antes de que el muchacho se diese cuenta, el niño ya había atravesado a otro con su flecha, y profirió un sonido triunfal, que pronto acabó cuando uno de los cuchillos arrojadizos de Ancel le atravesó la espalda, haciéndole desaparecer para toda la eternidad, perdido en el limbo.
Ancel maldijo en silencio, con el miedo pintado en su mirada.
Quizá no tuviera importancia. Quizá Satán no existía. Quizá…
Pero el cielo se abrió, la lluvia cesó, las montañas se removieron y el suelo tembló.
Una cegadora luz roja iluminó la explanada, haciendo que los presentes se taparan la cara con las manos.
Ancel se llevó la mano libre a la empuñadura de Musitel, que había envainado en cuanto el cuerpo de Gabriel había desaparecido.
En cuanto pudo abrir los ojos, se quitó la mano de la cara, mientras el miedo le recorría entero.
Ante sí había una presencia mucho más grande y poderosa que cualquiera. Ancel sabía que él sin su forma corpórea intimidaba lo suficiente como para hacer que hasta los llamados Siete Arcángeles le temieran. Sin embargo… al lado de su señor, no era nada.
Hincó una rodilla en el suelo mientras bajaba la cabeza en señal de sumisión.
–Mi joven Ancel –murmuró Satán; y, aunque lo había dicho en bajo, su voz reverberó por toda la explanada–. ¿Has incumplido tu palabra?
–No, mi señor.
–No mientas, chico. Eres poderoso, pero yo lo soy más –advirtió su amo–. Y ahora dime, ¿si no has incumplido tu palabra, por qué estoy yo aquí?
–Ha sido una equivocación, Príncipe de las Tinieblas. Yo ordené parar, pero uno de mis soldados desobedeció. Se le impartió el castigo apropiado –se apresuró a decir.
Para su sorpresa, Satán rio.
–Lo siento por ti, mi joven Ancel. Te confié el mando de mi ejército porque tenías las suficientes cualidades, y eras el mejor. Pero hiciste un juramento, ¿recuerdas?
Por supuesto que lo recordaba. Aquellas palabras que tuvo que pronunciar aquel día se grabaron a fuego en sus entrañas. Apenas habían pasado diez años desde su Ascenso cuando se convirtió en el más poderoso del Otro Lado. Y tres años más tarde, un consejero de Satanás le hizo acudir a un páramo helado para realizar un ritual, en el que debía jurar para convertirse en el capitán del Ejército de las Tinieblas.
“Juro solemnemente dar la cara por mi pueblo, protegerlo con mi vida, conducirlo a la victoria y, sobre todo, alzarme en la grandeza en su nombre.”
Al rememorarlo, Ancel supo a qué parte del juramento se refería su señor.
“Juro solemnemente dar la cara por mi pueblo…”
Tragó saliva, a pesar de saber que era un acto muy humano.
–Tranquilo, Ancel. No seré duro contigo, puesto que te enfrentas a las consecuencias sin oponer resistencia y has puesto al Arcángel más poderoso en nuestro bando –miró alrededor, a ambos grupos, que seguían observando anonadados–. Podéis marchar, sobre todo si no queréis ver lo que va a pasar ahora.
Ancel cerró los ojos fuertemente. ¿Qué iba a pasar? Desde luego sufriría, eso lo tenía claro. Si no, Satán no estaría echando a los demás de la explanada. Y eso le hizo plantearse otra cosa más: iba a sufrir mucho. El Príncipe de las Tinieblas no era famoso por su compasión.
Cuando el chico los abrió, solo estaban él y su señor en el llano. De haber tenido corazón, se le habría salido del pecho.
Satán sonrió.
–No te preocupes, joven. Será un dolor fugaz y solo hará crecer tu poder. Pero también es una maldición, así que ándate con ojo.
Ancel asintió y alzó la cabeza, con orgullo.
–Así me gusta. Con honor.
Oyó una risa antes de que un nuevo rayo surcara el cielo y le cayera directamente en la cabeza. De haber sido un rayo normal no le habría afectado lo más mínimamente, pero este le atravesó por dentro, mientras sentía a su alma retorcerse de dolor. Cayó de rodillas al suelo, cerrando los ojos y procurando no gritar.
Sin embargo, no aguantó mucho.
Chilló como nunca nadie había chillado. Sentía como si la sangre volviese a correr por sus venas, y en ese momento, el pensamiento le hizo calmarse un poco.
No obstante, al momento siguiente, ese líquido, o lo que fuera, que parecía sangre, se tornó en fuego que quemaba sus entrañas.
Al cabo de media hora, observando a Ancel retorcerse en el suelo de dolor, Satán lo miró levantarse cuando el sufrimiento cesó, tambaleante.
–¿Qué… me habéis hecho? –Jadeó.
–Ahora, mi joven Ancel, tienes el poder de matar a los mortales con una guadaña. Te harás llamar la Muerte o Parca y deberás aprender a controlar tu nueva adquisición.
Un caballo negro apareció, relinchando, ya equipado con silla y brida, y con el arma citada por Satán anteriormente, atada a la montura.
Ancel sintió que se estremecía por dentro. ¿Matar a los mortales? ¿Y cómo se hacía eso? Sin embargo, cuando fue a preguntar, Satán había desaparecido.
Lo que en un principio le pareció una maldición, se tornó en seguida en una gran ventaja. Algo extraño se apoderó de su mente, y, antes de contenerse, acarició el cuello del caballo negro, que resopló nervioso.
Sonrió malévolamente.
–Vamos a causar algunos estragos, ¿quieres? –dijo, mientras montaba.

7 comentarios:

  1. Ya me lo pasaste por tuenti jejeje xD Como todavía es el prólogo no te puedo decir nada más que un caballo negro *-* me encanta xD

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  2. COHF COHF!!! Dioooos me encantaaaaa <3 Madre mia esta geniaaaaal!!! Aunque ya me lo habia leido antes es aun mejor la segunda vez. Espero que tu blog tenga tanto exito o mas que el anterior. En serio es estupendoo <3 y tengo ganas de terminar mas alla del limite. Jakaja eres la mejor escritora de el mundo mundial y del universo universaaaal :D. Te quiero ma

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. COHF COHF!!! Dioooos me encantaaaaa <3 Madre mia esta geniaaaaal!!! Aunque ya me lo habia leido antes es aun mejor la segunda vez. Espero que tu blog tenga tanto exito o mas que el anterior. En serio es estupendoo <3 y tengo ganas de terminar mas alla del limite. Jakaja eres la mejor escritora de el mundo mundial y del universo universaaaal :D. Te quiero ma

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  5. La verdad me ha enganchado bastantes este principio y voy a ponerme a leer los demás, por ahora, vas por buen camino... La historia parece buena jeeje seguire leeyendo!! ;)
    @Daniela_Amo2

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  6. Impresionante... Los origenes de la muerte...

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  7. De momento me encanta.
    El tema de que al final se haga La Muerte, es increíble.
    Es tremendo.
    Quiero seguir, y quiero seguir ya.

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