Pero bueno, es lo que hay, aunque me da pena. También, estaré inactiva desde el 18 al 3 de agosto o así. Intentaré terminar el 22 para subir el 21 el jueves, pero no puedo prometer nada.
¿Qué más...? No mucho. Solo decir que, como es habitual, el capítulo no va corregido. Además, este es bastante larguito (18 páginas).
Y... creo que eso es todo. Feliz verano a todos, y espero que disfrutéis mucho.
A todos los escritores del planeta, que hacen lo que hacen con ilusión, ya sea para los lectores, para ellos mismos, o para nadie. Gracias por enseñarnos tanto con un puñado de palabras.
--------------------------------------------------------------
Capítulo 20.
Hubo un momento de confusión, en el que los tres nos miramos
sin saber muy bien qué hacer. Los ojos ambarinos de Ancel expresaban un brillo
de desconfianza, escrutando la maleza que nos rodeaba, en busca de aquel que
nos había salvado, o que trataba de mandarnos al Limbo.
Aunque, pensándolo mejor, podría habernos disparado ya.
–Si es un Purgador, estad atentos –advirtió Ancel.
–¿Y qué demonios vamos a hacer ahora? ¿No deberíamos
continuar? –preguntó Tom.
Ancel sopesó nuestras opciones.
–Tienes razón. Sigamos.
Echó a andar en una dirección, y pronto su cuerpo volvió a
estar oculto por la maleza.
Tom y yo le seguimos de cerca, procurando no perderle de
vista. Observé la espalda de Ancel con detenimiento, sus musculados hombros y
definida corpulencia. El pelo castaño se le rizaba en la nuca, formando
graciosos remolinos. Musitel colgaba de la vaina, tapándome una gran parte de
la visión.
Cuando llevábamos un buen rato andando, Ancel se detuvo en
seco, mirando hacia todas partes, escrutando la maleza.
–¿Qué…? –empecé, pero Ancel me cortó.
–Shh, he escuchado algo.
Se giró de nuevo hacia la espesa vegetación, frunciendo el
ceño. En ese momento, unos ojos saltones totalmente fuera de lugar asomaron del
follaje, sobresaltándonos a todos.
Estaban puestos en una cara seria, surcada por arrugas y
adornada con una larga barba blanca. El hombre llevaba un sombrero cubriendo lo
que, supuse, era una calva.
Había un brillo inteligente en sus ojos, mezclado con la
hostilidad irritada de alguien mayor que no soporta la incompetencia.
–¡Zanetti! –exclamó, alzando su bastón.
Mi amigo esbozó una media sonrisa.
–Hola de nuevo, Ernest.
–¿Qué haces por aquí?
No se me pasó por alto que el anciano nos había ignorado por
completo tanto a Tom como a mí. No es que me importara, pero teníamos cosas
importantes que hacer.
El rostro de Ancel se puso serio ante la pregunta del
hombre.
–Tienes que ayudarnos.
La cabaña que Ernest consideraba su hogar no estaba lejos
del lugar donde nos había encontrado. Era una destartalada construcción de madera,
con un tejado que no parecía estable y una puerta medio desencajada.
–Así que fuiste tú quien mandó a Rigel al limbo. ¿Por qué?
–preguntó Tom, una vez dentro.
El hombre correteaba alrededor, recogiendo libros, hojas
sueltas, y demás porquería acumulada.
–Bueno, no voy a dejar que os Conviertan. Menos a Ancel.
La mirada que en ese momento le dirigió me hizo preguntarme
si habrían compartido alguna experiencia en el pasado. Todo apuntaba a ello.
–¿Qué necesitáis, jóvenes?
Después de saludar a Ancel, Ernest había reparado por fin en
los otros dos Purgadores que había a su lado, pero cuando formuló la pregunta,
miraba a Ancel.
–¿No te has enterado? –dijo este.
–¿Cómo lo habría hecho? Ya nadie se acuerda del viejo loco
que se fue del Consejo –replicó el hombre, esbozando una amarga sonrisa.
–¿Te fuiste del Consejo? –intervine yo–. ¿Por qué?
Ernest me observó durante unos momentos. No, más bien, a mí
no. A mi esencia, que brillaba con una luz más fuerte que nunca a mis ojos.
Estaba iluminada con un resplandor rojizo mucho más intenso que el de Ancel,
Tom o el propio Ernest.
Entrecerró los ojos, con la comisura de los labios levemente
alzada, en un indicio de sonrisa.
–Leyna Shellow, ¿eh? He oído muchas habladurías por ahí,
pero no creía que fueras real.
Yo no hice más que sostenerle la mirada. ¿Qué podía decir,
si no?
–¿Cómo sabes mi nombre? –Fue lo único que se me ocurrió.
–Sé muchas cosas, muchacha. ¿No te ha hablado Ancel de mí?
–Lo cierto es que no he tenido mucho tiempo, Ernest. Han
pasado muchas cosas.
–Eso parece, sí. Ponme al día, te lo suplico.
Estuvimos durante casi dos horas hablándole a Ernest desde
mi muerte hasta que nos había encontrado y salvado en el bosque.
El anciano no movió ni un solo músculo durante nuestro
relato, en el que participamos Ancel y yo mayoritariamente. Nos saltamos
detalles como nuestros besos, o el hecho de que Tom y yo éramos conocidos.
Ancel no aportó ningún detalle extra, como yo había creído
que haría. Se limitó a contar toda la historia que yo ya conocía.
–Interesante –musitó Ernest una vez hubimos terminado–.
Realmente interesante.
Los tres escrutamos su semblante, a la espera de que
añadiera algo más. Lo hizo después de un corto espacio de tiempo.
–Según lo que me has contado, deberías ir a ver a las Parcas
para que Lucifer no tenga modo de encontrarte u obstaculizarte.
–Es por eso por lo que he venido –contestó Ancel–. Leyna
necesita entrenamiento, y debo ir solo a Zemla.
–Imposible. Ella debería acompañarte.
–Cierto –dije yo.
–Ni de coña –replicó Ancel.
–Piénsalo bien, chico –Ernest se levantó del lugar donde
estaba sentado–. Los dos bandos os buscan a ti y a Leyna, pero nadie quiere
deshacerse de Tom. Si la dejas aquí, ni él ni yo vamos a poder evitar que
alguien se la lleve. Está más segura a tu lado. Además, creo que a ella no le
gustaría separarse de ti –la sonrisa pícara que me dirigió hizo que me
sonrojara hasta las orejas.
Entonces, su expresión se tornó seria, y sus ojos se
abrieron mucho.
–¿Cómo es posible…? –farfulló.
Sus ojos pasaron de Ancel a mí y de vuelta a Ancel. Pude
notar mi creciente preocupación, así como la de mi amigo.
–¿Qué? –preguntó.
–¿Acabas de…? ¿Te acabas de sonrojar? –balbuceó el hombre.
Yo miré a Ancel en busca de ayuda, quien se rascó la nuca
con inquietud.
–Oh.
Ernest lo había comprendido por fin. Pero, ¿el qué?
–Entonces estás en muy grave peligro, Shellow. Tenéis que
iros ya –nos apremió.
–¿Qué pasará con Tom? –pregunté, sin poderlo evitar.
–Le enseñaré todo lo que aún no le habéis enseñado vosotros,
y más de lo que podríais haberle enseñado nunca –Ernest sonrió–. Un placer
conocerte, Shellow.
Asentí con la cabeza en dirección al anciano, y luego hacia
Tom, que respondió con un gesto.
–Cuídate –le dije.
–Volveremos para llevarle a Eroz. Trata de entrenarle un
poco también en el arte de la lucha –Ancel estaba serio.
–Supongo que te encargarás de adiestrar tú mismo a Leyna. En
el paso de Caronte podéis parar.
Nadie añadió nada más. Ernest nos observó desde su puesto,
al lado de lo que parecía una cocina, mientras que Tom nos vio marchar sentado
en un sillón.
Su pelo castaño fue lo último que vi antes de que se cerrara
la puerta.
Ancel y yo caminamos durante horas, hablando sobre temas
banales, hasta que surgió el asunto de Ernest.
–¿Es verdad que se fue del Consejo? ¿O solo está degenerado
por la edad?
Ancel emitió una leve carcajada.
–Es verdad.
–¿Y qué pasó?
–Era demasiado listo.
Arqueé las cejas, incrédula.
–Me estás tomando el pelo –sentencié.
–¡No! Es verdad.
Sus ojos ambarinos refulgieron con un brillo de picardía.
Se detuvo y me miró con intensidad, como si sus ojos,
dorados, de repente me quemaran. Una media sonrisa cruzaba su rostro conforme
este se acercaba, acabando con la distancia entre ambos.
Cuando sus labios rozaron los míos, sentí una descarga de
calor que me recorrió el alma entera. Me sujetó la cabeza con una mano,
mientras la otra se deslizaba suavemente a mi cintura.
Coloqué mis dedos en su nuca, revolviéndole los mechones
sueltos que formaban remolinos en el cuello de su camisa.
La presión de su boca contra la mía se incrementó, llegando
a ser hasta fiera. Noté la esencia de Ancel pegada a la mía, fusionándose ambas
con cada segundo que pasaba, forjando nuestra relación.
Oímos un ruido a lo lejos, pero ninguno de los dos se
molestó en investigar. No hasta que fue demasiado tarde.
–Vaya, vaya. Esta es la segunda, Ancel.
Los dos nos giramos a la vez, encarando a la esencia más
irritable del Otro Lado, la Tierra, y cualquier plano espacio-temporal
existente.
Sin embargo, esta vez no estaba solo. Detrás de él, dos de
los guardias de Lucifer, armados hasta las cejas, nos contemplaban impasibles.
–Cogedlos –ordenó Nergal.
Rebusqué en mis bolsillos, procurando que no me viera nadie.
Al fin, tomé uno de los dardos, que no había devuelto a Ancel.
Y, simplemente, esperé.
Esperé hasta que fuera el momento oportuno para sacar la
mano de mi bolsillo e intentar sorprender a los dos hombres que se abalanzaban
a por nosotros.
El problema era que no sabía cuál era ese momento.
Miré a Ancel, en busca de ayuda, mientras los guardias
avanzaban hacia nosotros. Él ni siquiera tenía la mano en la empuñadura de
Musitel, que descansaba en la vaina, apoyada en su espalda.
Miraba imperturbable a Nergal, aunque me habló mentalmente.
“Leyna, le he hablado a Ernest de tu habilidad antes. Me ha
contado muchas cosas que ahora mismo no te puedo decir, pero, recuerda, cuando
no sepas qué hacer, solo cierra los ojos y déjate llevar.”
Me sorprendí por el contenido de su mensaje. No era muy
claro, aparte de que me molestaba un poco que no hubiera confiado en mí o en
Tom como para tratar el tema de mi poder en alto, en lugar de hablarlo
mentalmente con el anciano.
Sin embargo, no era momento para pensar en ello.
El guardia que venía a por mí estaba cada vez más cerca,
acechándome con una ancha espada.
No me quedó más remedio que cerrar los ojos y confiar en
Ancel.
Noté que mi estómago empezaba a arder, como si un fuego se
abriera paso para salir al exterior desde el rincón más profundo de mi alma.
Apreté los ojos con fuerza, tensando también la mandíbula.
“Déjalo salir” me dijo Ancel.
Y lo hice.
Relajé los músculos de mi cuerpo, y, como si hubiera tragado
dinamita, exploté.
El fuego que estaba adormecido en las profundidades de mi
ser resurgió en todo su esplendor. Abrí los ojos, de repente sintiéndome
enfadada. Iracunda.
Vi a Ancel, con los ojos abiertos y fijos en mí. Esos ojos
dorados que reflejaban el resplandor de la llama en la que se había convertido
mi esencia.
Incluso pude divisar un atisbo de miedo al principio. Sin
embargo, el verdadero y puro pánico se mostraba en las facciones de nuestros
atacantes, que no daban crédito.
Nergal tenía la boca abierta, y parecía lanzarme una mirada
suplicante.
Sin embargo, no iba a tener piedad.
Adelanté un pie. Luego el otro. Y comencé a andar,
sintiéndome nueva y poderosa.
Nadie se atrevió a mover un solo músculo.
Le tendí la mano a Ancel cuando pasé por su lado. Él
entendió lo que quería, por lo que me pasó a Musitel, que emitió una vibración
cuando mis dedos se cerraron en torno a su empuñadura.
Ancel se apartó, con la cabeza alta, expectante. Nergal
temblaba de miedo, situado tras los también asustados guardias.
En ese momento, una sonrisa de triunfo apareció en mi
rostro. No sé de dónde salió, pero se quedó allí durante un largo tiempo.
Sopesé mis opciones.
Podría mandarlos a todos al Limbo en aquel preciso instante.
No creía que se atrevieran a defenderse, siquiera. Pero yo no era así.
Dirigí a Ancel una mirada en la que iba impresa una
pregunta. Él inclinó la cabeza hacia Nergal y, acto seguido, negó.
Yo asentí, comprendiendo. Si les dejábamos escapar, podrían
contarle a Lucifer lo que había sucedido aquí. Los guardias tendrían que morir.
Sin embargo, Nergal era demasiado débil, por lo que con una
amenaza bastaría. Además, algo me decía que Ancel tenía una idea en mente.
–Al suelo –les dije a los dos guardias, apuntándoles con
Musitel.
Ellos se miraron entre ellos, con el miedo pintado en la
mirada.
–Y tirad las armas –añadí.
Mi voz sonaba distinta. Más autoritaria, más confiada.
Y eso, quizá, fue lo que les empujó a dar un par de pasos
vacilantes hacia mí. O una mezcla de todo.
Ancel se acercó también.
–No sé si es mejor que los matemos a todos.
–No somos asesinos, Ancel. Y creo que tienes algo que hacer
–su mirada se dirigió automáticamente hacia Nergal, mientras una sonrisa
aparecía en su rostro. Era una sonrisa fría.
–Está bien. Pero puedo hacerlo yo, si quieres –sus ojos, que
ahora parecían de fuego, me miraron intensamente.
–No soy una niña pequeña.
–No. Pero todo cambia cuando le cortas la garganta a alguien.
Y, créeme, lo que estás a punto de hacer es peor que la muerte.
–Sí, bueno. Esto no es tan malo, al fin y al cabo –sonreí un
poco, devolviéndole la espada, cuyo brillo se tornó más tenue al caer en las
manos de Ancel.
–Date la vuelta –me ordenó–. Vigila a Nergal.
Yo asentí,
comprendiendo que Ancel no quería perturbar mi mente. Y, aunque me costase
admitirlo, yo temblaba de miedo por dentro.
¿Lo habría hecho? ¿Hubiera sido capaz de matar a dos hombres
que solo estaban haciendo su trabajo? Probablemente no.
Conforme la lengua ígnea que había surgido de entre las
profundidades de mi ser se retiraba, sentí que la energía se escapaba de entre
mis manos.
Sin embargo, el recuerdo del fuego consumiendo mi esencia
seguía allí. Y permanecería allí para siempre, haciéndome revivir una y otra
vez que soy más poderosa de lo que todo el mundo piensa, incluyéndome a mí.
–Todavía puedo contigo –le advertí a Nergal, que había
movido la mano detrás de su espalda, donde quedaba fuera del alcance de mi
vista.
Se encontraba de rodillas, con el flequillo negro tapándole
los ojos. Las gafas estaban medio caídas sobre el puente de su nariz, y parecía
más joven aún.
Su expresión cansada me hizo recordar qué era en realidad.
“No es más que un niño. Un simple niño”. Sin embargo, era un chico a las órdenes de un monstruo.
Nergal retiró su mano y la puso donde yo pudiera verla, casi
a regañadientes.
–Soportaré cualquier dolor. No voy a caer bajo vuestra
presión –dijo el muchacho.
–Leyna –era la voz de Ancel.
Antes de que pudiera girarme, noté su mano en el hombro, y
su respiración en mi oído.
–Tenemos que irnos ya –dijo.
–¿Qué pasa con él? –señalé al chico, que continuaba con la
mirada posada en el suelo.
–Tendrá que venir con nosotros –contestó Ancel.
–Ancel. ¿Ir adónde?
–A las cuevas Predene. Hogar de las Parcas.
Realmente, las cuevas daban miedo.
Imponentes estalactitas colgaban del techo, amenazando con
caer sobre nuestras cabezas. Ancel me había explicado a la entrada que no nos
mandarían al Limbo si se desprendían, puesto que eso solo era posible mediante
la espada de alguien de tu “especie”, pero sí nos causarían un gran dolor.
Por eso, los tres avanzábamos con cuidado, tratando de
evitar pasar por debajo de un saliente y, en caso de no tener más remedio,
correr.
Nergal no había hablado nada, y seguía así. Simplemente, se
limitaba a obedecer, aunque un poco a regañadientes.
–¿Cuántos años tienes? –le pregunté.
Él me miró con sorpresa, y luego dirigió sus ojos hacia un
carámbano que parecía colgar en precario equilibrio, preparado para derrumbarse
sobre nuestras cabezas.
–Catorce –respondió. Por un momento, noté que su voz había
temblado. Él trataba de contenerse, pero su labio comenzó a vibrar, y las
lágrimas acudieron a sus ojos, a pesar de que no podían ser derramadas–. Morí
con catorce años. Mis padres vieron morir a su hijo pequeño.
Los oscuros ojos del niño estaban vidriosos.
–¿Qué…? –No llegué a terminar la frase. No quería hacerlo.
–Estaba enfermo. Problemas del corazón –se encogió de
hombros, con el dolor pintado en la mirada–. En los cincuenta, era una especie
de milagro vivir más de una década con una enfermedad cardíaca.
–Lo siento.
Él profirió una suave carcajada.
–¿Sentirlo por qué? Tú no has hecho nada malo. No fue tu
culpa que naciera así, ni tampoco que muriera. No fue culpa de nadie. Ni
siquiera de Ancel –hizo una pausa mientras esquivaba una estalagmita, que nacía
del suelo bien afilada–. No veo por qué la gente dice eso.
–Quizá porque no hay nada más que decir. Y puede que sea
mejor añadir algo en lugar de quedarse callado.
–Créeme, Leyna, el silencio dice lo que las palabras no
pueden expresar.
Y entonces, todos callamos. Principalmente, porque no había
nada más que decir, pero también porque había una abertura en la cueva, que
daba a una gran estancia.
En el centro, tres mujeres ataviadas con vestidos rotos y
desgastados estaban sentadas frente a una mesa repleta de lana. Sus esencias
eran de un color plateado, diferentes de cualquiera que yo hubiera visto antes.
–Leyna –me llamó Nergal–. Quiero que sepas que…
Pero, en ese momento, una voz profunda se interpuso a la
suya, interrumpiéndole. Era como una mezcla de varias tonalidades, que, estando
juntas, se convertían en una melodía completamente nueva.
–Leyna Shellow… Nuestra hija… Ha regresado por fin –decían
las Parcas.
LEYNA ES HIJA DE LAS PARCAS????OMG DIOS SANTO!!!!TU CAPÍTULO ME HA ENAMORADO!!!!Sigue así q tus lectores incondicionales preferimos esperar y encontrarnos con trabajos tan espectaculares como éste q no esperar y encontrarnos con q ya no sabes por donde coger la historia así q no te preocupes y tómate tu tiempo y sobretodo:
ResponderEliminarDISFRUTA EL VERANO!!!!
Bueeeeeeno…
ResponderEliminarMe acabas de dejar flipando muy fuerte. ¿Sabes qué es de las cosas que más me gustan de tu historia? Que parece que llega un momento en el que crees que más o menos controlas lo que sucede en la historia, los personajes, la trama… y de repente llegas con cosas así y te quedas como WTF??? ¿Qué ha pasado en el espacio-tiempo?
Que sepas que entiendo perfectamente lo que es no querer revisar los capítulos, puede llegar a ser muy tedioso. Yo personalmente, para hacerlo un poco más ameno, tras terminar de escribir lo dejo reposar un rato y luego me voy a hacer otra cosa y cuando vuelvo lo repaso. Porque hacerlo según lo escribo… buff.
También me parece perfecto que esperes todo lo que quieras, sobre todo si quieres darle un giro argumental a la novela. Como tú debes de saber muy bien, hacer esas cosas no es tan fácil como parece, y tienes que tener las ideas bien organizadas en tu cabeza. Así que, aunque a todos tus lectores nos duela, ¡tómate tu tiempo! Será lo mejor.
Bueno, yo me despido ya. Espero que no te entre mucha crisis con esta novela, que está genial.
Un besín
Hola ^^ Te he nominado a los Premios Liebster Award :) Pasate por mi blog para que puedas ver las bases :) lectorasinfrenos.blogspot.com.
ResponderEliminarPor cierto la novela está genial :) Felicitaciones
¡¿QUÉ?! Este capi me ha dejado con más dudas que antes... Si el lío de Lucifer y toda la historia de la guerra era complicado, entender esto va a ser casi imposible... Diiooos me encaantaaa tu libroo, y Ancel, ah y Leyna también me cae bien... Es genial ;D
ResponderEliminar