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viernes, 15 de agosto de 2014

Capítulo 25

Anteriormente en Al otro lado de la ventana:
"Un par de minutos después, nos habían reducido a todos.
Solo tuve tiempo de ver que Ancel esbozaba una sonrisa cansada antes de que todo se volviera negro."

Y este último capítulo os lo dedico a todos. A todos vosotros. Hayáis estado desde siempre, hayáis llegado cuando apenas quedaban un par de capítulos por subir. A todos y cada uno de vosotros. Mil gracias por acompañarme en este viaje que constituye escribir una novela. 

[Este es el capítulo más largo de la novela (19 páginas); disfrutadlo :)]
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Capítulo 25
Cuando me desperté, el mundo no eran más que imágenes borrosas, ruidos extraños y recuerdos.
Parpadeé varias veces tratando de ignorar el dolor de cabeza, hasta que pude ver lo que ocurría a mi alrededor.
Una voz calmada (la de Ancel, supuse) hablaba con otra que me producía escalofríos (Lucifer). Sin embargo, había otras personas en la sala. Y no eran guardias.
Me habían puesto de espaldas para que no viera, y lo suficientemente lejos como para que no oyera. Pero ellos no conocían mis poderes.
“Estúpidos” pensé.
Luego, busqué en mi interior hasta dar con el primer poder que había aparecido. El que me permitía ver a la gente sin… bueno, sin en realidad verlos.
Estaba atada de pies y manos con una especie de cinta aislante, junto a una pared en lo que parecía un gran salón.
Supuse que estaríamos en el Infierno, dentro de la guarida de Lucifer. A su merced, por supuesto.
Había hasta diez hombres en la sala. Entre ellos Ancel, pero no había ni rastro de Nergal. Evité preocuparme demasiado antes de saber qué había pasado.
Lucifer estaba sentado en una especie de trono colocado en un estrado. Los demás le miraban desde abajo.
No había guardias, aunque todos los Purgadores de la sala llevaban colgada al cinto una espada, y quién sabe qué otras armas escondían bajo la ropa.
No pude investigar más, puesto que la puerta uno de los hombres se había separado del grupo para ir en mi busca.
Aparté mi poder y volví a mi situación. Justo un par de segundos después, el espíritu había llegado al lugar donde me encontraba.
Sacó la espada y cortó la cinta que impedía que moviera los pies. Ni siquiera se molestó en mirarme. Algo me decía que le daba incluso miedo.
Me cogió de un brazo y me levantó a la fuerza. No me debatí, no serviría para nada.
Me llevó entre los presentes, hasta colocarme al lado de Ancel, justo frente a Lucifer.
Le dirigí una mirada a Ancel, y este me la devolvió. Parecía apenado, aunque no entendía por qué.
 –Leyna Shellow… –dijo Lucifer, con un profundo deje en la voz–. Te voy a proponer un trato.
Levanté la cabeza, desafiante. No iba a permitir que Lucifer me acobardara, aunque en realidad sí lo hiciera.
No obstante, había un par de cosas que me tenían preocupada: ¿por qué Ancel estaba tan devastado? ¿Y dónde demonios se había metido Nergal?
–Ancel y tú lucharéis contra dos de mis hombres en un combate totalmente igualado. No están permitidos los poderes –añadió mirando a Ancel–, y tampoco el juego sucio.
–¿Qué pasa si ganamos? –inquirió Ancel con voz ronca.
–Me olvidaré de todo esto, y serás despojado de tu maldición.
Miré a Ancel, sorprendida. Eso significaba que quedaría libre de su condición como la Muerte.
Pero…
–Si perdéis, os tengo preparada una sorpresa –Lucifer esbozó una sonrisa de suficiencia.
–¿Eso es todo lo que pides? ¿Por qué te molestas en ponernos a combatir?
–Mi querido Ancel… Necesito saber cómo ha avanzado Leyna en vuestra… carrerita por mis dominios. Mis guardias volvieron impresionados –hizo un gesto que quedó demasiado teatral–. Yo quiero verlo con mis propios ojos.
Ancel me miró para saber mi opinión. Yo no me iba a rendir sin luchar, y, además, el poder que desaté me daba cierta habilidad con la espada, aunque no tanta como la que podía tener Ancel. Sin embargo, era suficiente como para entretener a mi contrincante durante un largo rato.
–Aceptamos –dijo Ancel finalmente.
–¡Fantástico! –exclamó Lucifer, extrañamente alegre.
Algo me decía que tramaba algo, pero no le di mucha importancia. De todas maneras, ya no importaba.
–¿Quién luchará contra nosotros? –inquirí.
–Buena pregunta –Satanás asintió–. ¿Algún voluntario?
Dos hombres dieron un paso al frente. Los demás se apartaron, dejándoles espacio.
–Que alguien le entregue una espada a Leyna –ordenó Lucifer.
–No –replicó Ancel–. Si ella no lucha con su propia espada, como nosotros, el combate no estará igualado.
–¿Y qué sugieres?
Ancel se encogió de hombros.
–La llevaré a elegir una y haremos el ritual en seguida.
Lucifer se rio.
–Buen intento, chico, pero no cuela. ¿Crees que os dejaría marchar solos a una sala repleta de armas?
–Las cuales no podemos tocar  –repuso mi compañero.
Lucifer le escrutó la mirada, pero Ancel no se movió.
–Está bien, ¡vale! Pero llevaréis escolta. Y no quiero tonterías. Este palacio está a rebosar de gente que cumple mis órdenes sin reparos.
–Por supuesto –Ancel esbozó una sonrisa socarrona antes de volverse y agarrarme por el brazo.
Me condujo fuera de la sala, seguidos de cuatro espíritus que portaban amenazadoras espadas colgadas de un cinto atado en sus respectivas cinturas.
Traté de no hacerles mucho caso y concentrarme en Ancel. ¿Podría comunicarme mentalmente? ¿Me oiría si lo deseaba con la suficiente fuerza?
Tendría que probar.
“Ancel, ¿qué se supone que estás haciendo?”
Para mi sorpresa, contestó.
“Vamos a por tu espada.”
“¿Y ya está? ¿No es un truco para escapar?”
“Leyna, es imposible escapar de aquí sin Ares. Y lo tienen custodiado en los establos. La única salida que tenemos es pelear, y lo harás mejor con tu propia arma. Además, así tendré tiempo para explicarte una última cosa.”
“Está bien.”
No me gustaba el plan, pero Ancel tenía razón. No teníamos otra escapatoria. Era luchar o aceptar nuestra derrota. Y esto último resultaba inconcebible para cualquiera de los dos.
Finalmente llegamos a una puerta custodiada por otros dos guardias. Estos cruzaron una mirada con los que venían por detrás.
–Órdenes directas –dijo el más alto.
Los dos centinelas asintieron y, con una llave, abrieron la cerradura. Empujaron las puertas con cierta pesadumbre. Luego, nos indicaron que pasáramos.
Ancel se volvió hacia nuestros “guardaespaldas”.
–No podéis pasar. El ritual no podría salir bien si hay demasiada gente. Además, no hay ninguna salida, no vamos a intentar escapar. Somos más listos que eso –añadió, al ver la mirada escéptica de los cuatro soldados.
Después, entró sin más preámbulos.
Me sobresalté al oír el ruido de la puerta al cerrarse. Cuando por fin pude observar con atención la sala, una sensación sobrecogedora se apoderó de mi cuerpo.
Las paredes estaban repletas de espadas, mazas, garrotes y todo tipo de armas con diseños únicos en la empuñadura. En el medio de la habitación había una especie de pila con un líquido transparente, parecido al agua.
–¿Y ahora? –le pregunté a Ancel.
–Antes de elegir tu nueva espada y compañera, tengo que hablar contigo.
Ladeé la cabeza, enarcando una ceja.
–¿Ahora?
–Temo que Lucifer nos tienda una trampa. Y, si perdemos, estoy seguro de que me apartará de ti. Así que este era el único momento en el que podía decírtelo.
Dio un par de pasos en mi dirección. Nuestras cabezas estaban tan cerca que casi notaba su aliento en la piel.
Me cogió de las manos.
–¿Por qué crees que nos separará?
Ancel rio levemente ante mi pregunta.
–Porque eres la única forma que tiene de hacerme daño, Leyna. Te has convertido en mi punto débil.
Si tuviera corazón, seguramente palpitaría a cien por hora. Pero, a falta de este, mi esencia encrespó como si le hubieran dado una descarga de electricidad estática.
Me incliné un poco hacia delante, en un ademán de besar a Ancel. Sin embargo, él soltó una de mis manos para ponerme el dedo índice en los labios, parándome.
Le miré sorprendida, pero él tenía una sonrisilla pícara en la boca.
–No puedo hablar si me besas, ¿sabes?
Le di un puñetazo flojo en el hombro y luego volvió a cogerme las manos. Estaba serio otra vez.
–Escucha. Sé que te he hecho daño escondiéndote lo que te he escondido, y me odio por ello, pero ambos estamos en peligro si te lo cuento. Y, de verdad, me encantaría decírtelo, pero…
De nuevo me incliné para besarle, solo que esta vez no me lo impidió. Me acercó todavía más a él, de forma que no quedara ni un milímetro entre nuestros cuerpos.
Me besaba con pasión y ardor, como si nunca más fuera a tener la oportunidad de saborear mis labios. Y quizá tenía razón.
Por un momento, me olvidé de que no estábamos vivos, de que no éramos materiales, en realidad. Todo eso quedó apartado de mi mente. Tan solo existíamos Ancel y yo.
Hasta que no tuvimos más remedio que separarnos.
–Tenemos que apresurarnos –dijo él, recuperando la respiración.
Yo asentí, consternada. Teníamos que ganar aquel combate: no podía permitirme perder a Ancel.
Por primera vez desde mi llegada al Otro Lado me di cuenta de lo mucho que lo necesitaba. Daba igual que me estuviera ocultando algo de importancia que, además, tenía que ver conmigo. Nada me haría dejar de quererle como lo hacía.
–¿Qué tengo que hacer? –le pregunté.
Él cogió un cuchillo no muy grande de un recoveco escondido en la base de la pila y me lo entregó.
–Este cuchillo es especial. Lo fabricaron las Parcas para conseguir un poco de la esencia de Lucifer. Tienes que derramar tu sangre sobre la pila.
–Está bien –asentí, acercándome.
–Las espadas de los Purgadores son especiales porque portan la esencia de aquel que la empuña. Si tú cogieras a Musitel, probablemente te rechazaría.
–Pero la cogí, ¿recuerdas? Cuando estaba medio poseída por mi propio poder.
–Ese es un tema que tengo que investigar –respondió Ancel, rascándose la nuca–. El caso es, que esa espada te pertenecerá. Será tuya y solo tuya. Nadie en el campo de batalla podrá arrebatártela. Además, te será más fácil luchar, porque contiene parte de tu esencia.
 –Vale, vamos allá.
Ancel me pasó el cuchillo.
–¿Quieres que lo haga yo o prefieres ocuparte tú?
–Yo lo haré –dije, cerrando los dedos en torno al mango del puñal.
Coloqué la hoja sobre la palma de mi mano y, apretando la mandíbula, hice un tajo no muy profundo. Mi esencia brotó, sorprendiéndome. En verdad era como la verdadera sangre: roja y espesa.
Unas gotas cayeron al agua de la pila, tiñéndola de color carmín. Ancel asintió.
–En verdad es increíble.
–¿El qué?
–Eso. Tú. Tú eres increíble. La mayoría tenemos la sangre como… descolorida. Como si se hubiera desteñido.
Le miré a los ojos, con ese color ambarino tan intenso. Él me devolvió la mirada con una sonrisa incluida, y yo sentí que me derretía.
Después, una luz aún más intensa que la propia del Infierno brilló desde la pila. Ambos nos giramos para observar el resplandor rojizo. Lo comparé con el de mi esencia para descubrir que, en efecto, eran iguales.
–Impresionante –susurré.
Ancel dio unos pasos hacia atrás.
–Ahora, cierra los ojos y concéntrate. Sabrás lo que tienes que hacer.
Asentí por última vez antes de hacer lo que Ancel me indicaba. En cuanto ya no tuve visión, algo me guio por la sala a ciegas.
Era como una voz, un presentimiento, que me decía por dónde tenía que ir. Luego, me hizo alargar el brazo para coger la empuñadura de una espada.
Abrí los ojos.
El arma que tenía entre las manos era ligera, con la hoja afilada y no demasiado larga. La empuñadura estaba adornada con un par de alas extendidas.
Ancel se acercó por detrás y asomó la cabeza por encima de mi hombro para observar mi nueva espada.
Luego, se empezó a reír.
Me giré, extrañada. Tenía una sonrisa irónica en la boca.
–¿Qué? ¿Qué es tan gracioso?
–Nada. Es solo que esa es la única espada que existe que ha tenido oportunidad de Convertirme.
Miré sorprendida el arma de nuevo.
Las plumas de las alas parecían sonreírme. Yo las sonreí a ellas, y en seguida supe que llegaría lejos con aquella espada. No importaba si me separaban de Ancel, no importaba cuántos espíritus tuviera que mandar al Limbo, porque con aquella nueva amiga le encontraría.
–Vale. Toca ponerle un nombre –me dijo Ancel.
–Valimai –respondí, admirando el filo.


De vuelta en la sala repleta de hombres que, muy seguramente, nos querían “muertos”, Lucifer aplaudió nuestra llegada.
–Abrid espacio, señores. Estos jóvenes se merecen vuestro respeto.
Supe que los demás no lo aprobaban, a pesar de que nadie se atrevió a contradecir a su señor.
–Haced un círculo amplio, aprisa. Quiero que empiece el espectáculo.
Los hombres se movieron rápidamente. Se pegaron a las paredes para dejarnos el máximo espacio posible. Algo me decía que lo íbamos a necesitar.
–Leyna, déjame ver tu espada, por favor –me dijo Lucifer, enarcando una ceja.
Yo levanté la cabeza, desafiante, y le miré directamente a los ojos.
–Por supuesto –respondí con voz fría.
Me acerqué hasta las escaleras del estrado sobre el que se encontraba Lucifer. Pensé en atravesarle con Valimai cuando estuviera a la distancia adecuada, pero en seguida deseché la idea. Nos matarían al instante.
Lucifer observó la espada con curiosidad, sin atreverse a tocarla.
Entonces, al reparar en la empuñadura, se le abrieron mucho los ojos.
–Imposible… –murmuró–. Señores –dijo entonces, mirando a sus hombres–. Esta chica que tanto nos hemos esforzado por traer porta la antigua espada del arcángel Gabriel, aquel a quien Ancel abatió en la Batalla del Campo, y después perdimos a manos de un asqueroso Alma.
Unos murmullos de sorpresa recorrieron la sala. Pero yo solo tenía ojos para Ancel y su sonrisa orgullosa. Se la devolví, feliz a pesar de todo.
Tenía que concentrarme en la pelea.
Los dos Purgadores a los que nos enfrentábamos estaban esperándonos.
–Vamos a patear algunos traseros –le dije a Ancel, guiñándole un ojo con complicidad.
Él esbozó una sonrisa torcida, avanzando también hacia el centro de la sala. Nos reunimos allí los cuatro, enfrentándonos, aunque guardando una distancia prudencial.
–Empezad –ordenó Lucifer.
Bajé la cabeza a modo de saludo, tal como había visto hacer a Ancel cuando había luchado contra Nergal.
Cuando levanté la vista, el espíritu que estaba frente a mí atacó.
Recordé algo que había leído en un libro: “si te ataca primero, se deja al descubierto”.
Así que le observé con atención en el poco tiempo que tardó en alcanzarme. Portaba la espada en la mano derecha, al igual que yo, pero él la tenía en alto, dejando desprotegido el costado izquierdo.
Me adelanté a él, esquivé su golpe, y propicié el mío directo a sus costillas. Él trató de evitarlo, pero reaccionó tarde, por lo que conseguí hacerle un tajo poco profundo.
Soltó un juramento mientras se recomponía, con la mano sobre la herida. Me fijé levemente en su sangre: roja, pero como si fuera transparente, tal y como Ancel había dicho.
Me coloqué en guardia, cubriendo los puntos más vulnerables. El otro Purgador me observó con atención: ya no me subestimaría.
Nos miramos un segundo a los ojos, y no me sorprendió encontrar nada más que furia en los suyos. Yo me había encargado de colocar la máscara de indiferencia que Ancel solía llevar en un combate.
Mi contrincante volvió a la carga en un momento en el que estaba más o menos desprevenida. Me alcanzó levemente el brazo. No lo suficiente como para hacerme mucho daño, pero al menos eso le otorgó un poco de ventaja para lanzar otra estocada.
Di un salto hacia atrás para esquivar su siguiente golpe, pero había un pie puesto justo detrás del mío, de modo que tropecé y caí al suelo de espaldas.
En mi campo de visión entraron tres pares de ojos. Ninguno era ámbar.
No obstante, oía los gritos desesperados de Ancel, chillando mi nombre a todo pulmón.
¿Qué demonios estaba pasando?
Entre los tres Purgadores me pusieron en pie, sujetándome fuerte. Entre ellos se encontraba mi adversario.
Levanté el pie para darle una patada en la entrepierna, pero me vio venir y se apartó a tiempo. Solté una palabrota entre dientes mientras me guiaban para poder ver a Ancel.
Este se debatía entre los brazos de cinco Purgadores. Chillaba, daba patadas, arañaba, pero no había manera de soltarse.
Yo también empecé a luchar, aun a sabiendas de que era en vano.
Faltaban dos hombres, a quienes pude ver por fin en una de mis refriegas para quedar libre.
Estaban junto a Lucifer, mirando inquietos a la pared.
Un momento. ¿La pared?
En ese momento, una luz blanca y pura surgió del lugar donde estaban los Purgadores. Todos nos tapamos los ojos en un acto por proteger nuestra vista. Sin embargo, tanto Ancel como yo aprovechamos el tiempo para soltarnos, a pesar de que no llegamos muy lejos, puesto que una figura se recortó contra la luz entrante.
Un Alma.
En el Infierno.
Esto no tenía nada de sentido.
El visitante habló con Lucifer y sus dos hombres, manteniendo una prudencial distancia. Las manos de los cuatro estaban sobre las empuñaduras de sus respectivas armas.
La conversación no fue demasiado larga. De hecho, ni siquiera creo que fuera una conversación propiamente dicha.
El Alma entró a la sala, inquieto pero seguro.
Ancel y yo estábamos en lados opuestos de la sala: yo en una esquina y el en la otra. Y, sin embargo, eso no evitó que cruzáramos una mirada.
Me encogí de hombros, dándole a entender que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
El Alma se acercó peligrosamente a Ancel, observándole con los ojos entrecerrados.
Después, se volvió hacia Lucifer y todos los presentes.
–En nombre de todo el Ejército de los Cielos, os damos las gracias por hacernos tal útil regalo. No caerá en el olvido.
Todo el mundo parecía saber de qué hablaba. Todo el mundo, menos Ancel y yo misma, por supuesto.
¿Qué demonios significaba “tal útil regalo”?
No tardé en descubrirlo. Y no me gustó nada.
El Alma se giró hacia Ancel de nuevo, desenvainando la espada. Desde mi posición pude ver cómo los hombres que le sujetaban apretaban sus agarres.
El visitante observó a mi compañero un segundo, antes de mover velozmente su espada y hundirla en el pecho de Ancel.
Él miró a Lucifer con los ojos abiertos, pero en seguida sus ojos me buscaron a mí.
“Te quiero”, pude leer en sus labios.
Su esencia se iba tornando cada vez más transparente, dando lugar al Cambio.
Empecé a chillar, conforme las lágrimas corrían por mis mejillas.
–¡LEYNA! ¡ESCÚCHAME, LEYNA! –bramó Ancel. Dejé de gritar para poder oírle, para poder escuchar sus últimas palabras antes de que se Convirtiera–. Encontraré la forma de volver. Te lo prometo.
Solo pude pensar en lo que Ancel me había dicho mucho tiempo atrás: “nunca incumplo mis promesas”, mientras su esencia se transformaba hasta desvanecerse por completo.

FIN DEL PRIMER LIBRO
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Bien, pues hasta aquí hemos llegado. Como podéis leer arriba, esto es solo el principio de algo más :) Quería decir que ha sido esta misma mañana cuando he escrito esas palabrejas que tanto significan para mí. Es un auténtico reto escribir un libro, y, aunque de primeras puede parecer un tanto solitario, en realidad no lo es. Todo esto no habría sucedido sin vosotros, lectores. Hay algunos escritores que escriben para ellos mismos, otros que no escriben para nadie, y luego estamos los que escribimos para todos: para nosotros, para vosotros y para nadie.
Bueno, solo era anunciar que me tomaré lo que queda de verano para descansar de novelas, y lo utilizaré para escribir relatos y demás. Luego comenzaré a preparar la segunda parte, y escribiré los primeros diez capítulos antes de ponerme a subir nada. Lo haré en un blog aparte.
Creo que eso es todo, de momento. A los que queráis que os avise cuando suba algo en el blog de relatos, tan solo ponedlo en un comentario abajo. ¡Ah! Tengo un vecino que estuvo trabajando un tiempo con SM, y, en cuanto se enteró de que escribía, me pidió que le dejara leer algo. Lo hice, y le encantó. Así que me dijo que cuando terminara mi novela, que se la enviara por correo y él se encargaría de hacérsela llegar a un editor amigo suyo. Así que ya veis. No es que la vaya a publicar, pero por lo menos este editor me podrá aconsejar, corregir y criticar, por lo que creo que es genial.
Bueno, y ahora solo me queda despedirme y dejaros una sorpresita: la sinopsis (temporal) de la novela que estoy desarrollando.

El internado Berlian ha vuelto a abrir sus puertas.
Pasados sesenta años desde que cerró repentinamente, la reapertura del centro ha sido igual de súbita. No se ha hecho ninguna remodelación, pero los profesores han cambiado la forma tradicional de admitir alumnos.
Aquellos que deseen entrar deberán superar una ardua prueba. Esta constará de una parte intelectual y otra física. El que suspenda una de las dos será directamente eliminado.
Brendan Haleford ha conseguido su matrícula. Tampoco es que le haga mucha ilusión, pero necesita olvidarse de todo lo que deja atrás. Lo que ninguno de los alumnos sabe, es que, una vez cruzas las puertas de Berlian, no hay marcha atrás.
¿Por qué cerró el internado sesenta años atrás? ¿Qué les ha traído a abrirlo de nuevo? ¿Quién lo dirige? Y, sobre todo, ¿qué son esos ruidos que provienen de la última planta?
Son las preguntas que se les pasan a los alumnos continuamente. Pero nadie puede parar a buscar una respuesta, porque el final de curso les espera. Y hay una sorpresa aguardando.

Bueno, esto ha llegado a su fin, pero pronto tendréis más noticias de lo que pasa con Ancel; dónde está Nergal; qué hará Leyna ahora que ha perdido lo único que la anclaba al Infierno...
Muchas gracias, de verdad. A todos. Nos veremos pronto.

Capítulo 24

Anteriormente en Al otro lado de la ventana:
"Salimos todos por la puerta, despidiendo y dándole las gracias a Ernest conforme la cruzábamos. Ancel iba a la cabeza, seguido por Nergal. Después iba yo, y, en último lugar, Tom, a quien nadie quería matar o secuestrar.
Y partimos con buen ritmo hacia Eroz, sin ningún plan de ataque o defensa. Tan solo, tratar de salvarnos todos para hacer cualquier cosa a la vuelta. Aunque no supiéramos el qué."

Este capítulo se lo dedico a ValeriaCF, daiplucero y SoledadLucero7, de Wattpad. A la primera, porque ha estado ahí desde el principio, con cada capítulo. A las otras dos, por sus increíbles comentarios en el capítulo 22, que me dieron un gran empujoncito para rematar la novela. Gracias.

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Capítulo 24
Eroz no era como esperaba.
En un principio había pensado que sería parecido a un colegio o academia, con un edificio amplio para las clases o lo que fuera.
La construcción que tenía frente a mí demostraba cuán equivocada estaba.
Altos y gruesos muros rodeaban enormes pabellones de dos pisos de alto. En las cimas de las numerosas almenas había arqueros, listos para cargar y disparar en cualquier momento. Y, justo frente al doble portón que hacía de entrada, otros dos espíritus armados.
“Como si necesitaran protegerse de algo…” pensé para mis adentros, admirando la fortaleza.
–No es para protección –respondió Ancel, sin mirarme–. Es para evitar que salgan.
–¿Para evitar que salga quién? –preguntó Tom, con el ceño fruncido.
–Los seres como tú, los Elementales.
–¿Y por qué querría nadie salir de ahí? ¿Qué es? –la voz de mi antiguo compañero de clase temblaba un poco, a pesar de los intentos de este por contenerse.
En ese momento, un grito atravesó el aire hasta llegar a mis oídos. Era uno de los peores ruidos que había oído en mi vida, cargado de dolor y súplicas.
–¡¡DEJADME SALIR!!
Miré a Tom para darle apoyo, aunque él solo tenía ojos para la enorme muralla, tras la cual alguien deseaba desesperadamente salir al exterior.
–¿Qué hacen ahí dentro? –preguntó Tom, claramente asustado.
–Entrenan a los Elementales a controlar su poder. Pueden ser muy peligrosos si no saben usarlo –explicó Nergal.
Tom alzó las cejas, visiblemente más relajado.
–¿Y por qué quieren salir? No puede ser tan malo.
–Verás, hay cinco tipos de seres que entran ahí: los Acuáticos, los Ígneos, los Terrestres, los Aéreos, y, finalmente, los Elementales.
–Como habrás podido comprobar, si no eres tan idiota como pareces –añadió Ancel–, cada uno tiene poder sobre un solo elemento… excepto el Elemental, que puede controlar los cuatro.
–¿Y para qué nos entrenan, aparte de para controlarlo?
–Luego haréis misiones para aplicar vuestros conocimientos en el plano terrestre.
–Es decir, que la naturaleza la dirigen unos espíritus.
–Bueno, vosotros rozáis más lo sobrenatural, pero podríamos decirlo así.
–¡Eh! –gritó una voz desconocida.
Los cuatro nos volvimos hacia el portón, donde uno de los guardias hacía aspavientos en nuestra dirección.
Ancel se encogió de hombros y echó a andar con la cabeza alta hacia allí. Los demás le seguimos.
Qué remedio.
Conforme nos acercábamos a la muralla, esta se iba tornando cada vez más y más terrorífica. Parecía que no conocía límite con el “cielo”, puesto que se elevaba hasta alturas inimaginables. Desde el suelo, los arqueros no eran más que puntitos negros recortados contra la resplandeciente luz del Infierno.
El enorme portón también era infinitamente más grande una vez te acercabas. Cabían hasta diez hombres a lo ancho, y, aunque no era muy alto, sí que era suficiente como para que pasaran tres elefantes subidos uno encima de otro.
El guardia que nos había llamado se adelantó. Tenía una armadura inmaterial (impresionante, la verdad), y un tomahowk militar colgado a la espalda.
Algo me decía que debía guardar las distancias, por lo que me quedé al lado de Nergal mientras dejábamos que Ancel se ocupara del asunto.
El guardia, al reconocer a este, inclinó la cabeza. Ancel le hizo un gesto con la mano, para luego estrechar la del centinela.
Era un hombre relativamente joven, de unos treinta y pico. Esto me hizo preguntarme dónde estaba la gente mayor en el Infierno. Quizá los Purgadores eran más propensos a morir jóvenes.
–¿Así que esta es la chica de la que habla todo el mundo? –inquirió el guardia.
Levanté la cabeza, desafiante.
–Leyna Shellow, un placer –le dije, con la voz fría.
Él me examinó con la sombra de una sonrisa sobre la boca.
–Interesante… –musitó. Luego se volvió de nuevo hacia Ancel–. ¿Qué le trae por aquí, General? Seguro que no se ha pasado solo para dejarme ver a una chica tan guapa.
Me estremecí de asco. Puaj. La esencia de Ancel tembló un poco, también, aunque luego se recompuso.
–En realidad, antes de nada, quería preguntarte si habéis avistado a… alguien en los alrededores.
–No, señor. Nadie sospechoso.
–Perfecto –Ancel asintió. Luego, se apartó, para dejar que el guardia viera a Tom.
Este miró al frente, guardando la compostura mientras el centinela le observaba de arriba abajo, como si le desnudara con la mirada.
Finalmente, asintió, levemente sorprendido.
–Un Elemental. Hacía tiempo que no nos llegaba ninguno… –musitó–. Está bien. Os dejo a solas para que podáis despediros.
El guardia volvió a su puesto, lo suficientemente lejos como para darnos un poco de intimidad.
Tom se giró hacia mí primero, abrazándome con fuerza.
–Ya sabes lo que tienes que hacer –me dijo al oído. Casi pude oírle sonreír.
Cuando nos separamos, le dio un pequeño achuchón a Nergal también, y luego encaró a Ancel, quien llevaba una sonrisa torcida en la boca.
–Cuídate –le dijo, estrechándole la mano amigablemente.
Tom le devolvió la sonrisa y se dirigió al portón, donde le esperaba su nuevo hogar, al menos durante un largo tiempo.
Los dos guardias le abrieron las puertas, y, tras una breve mirada hacia atrás, Tom cruzó la frontera que le separaba de Eroz, adentrándose en su corazón.
Cuando las puertas se terminaron de cerrar, una figura se acercó desde la lejanía. Caminaba sin prisa, con actitud despreocupada, pero con la mirada fija en su objetivo: nosotros.
Tenía una daga en cada mano, y era visible el extremo de un garrote sobresaliendo de su espalda.
–Lucifer no puede haber sido tan tonto como para mandar a uno solo de sus hombres –dijo Ancel, con la vista fija en el Purgador que se acercaba.
–Eso es porque no lo ha hecho –dijo Nergal, con los ojos abiertos como platos.
Miraba hacia el lado izquierdo, por donde se acercaba una horda de hasta cuarenta hombres armados.
–Es casi toda su escolta –masculló Ancel, como si estuviera furioso.
–Parecen robots –dije yo.
–Es porque prácticamente lo son. Los han entrenado de manera que su único deseo sea cumplir los de Lucifer. Es lo que necesitan para vivir.
–¿Y cómo demonios se le hace eso a una persona?
–Con miedo –contestó Ancel, mirando ahora a las amenazadoras figuras, que no tardarían en alcanzarnos.
–¿Y ahora qué vamos a hacer? –preguntó Nergal, preocupado.
–Esperar –respondió Ancel, como si fuera obvio.
–¿¡Esperar!? ¿Ese es tu gran plan? ¿Quedarte aquí aguardando a tu muerte?
–Punto uno, yo ya estoy muerto. Punto dos, el único que corre verdadero peligro aquí, eres tú. Corre si quieres, pero ya te digo yo que no llegarás muy lejos.
Nergal calló, frunciendo los labios. Sabía que Ancel tenía razón, a pesar de que este lo hubiera expresado de manera fría e indiferente.
Y así, los tres observamos cómo la figura que al principio iba sola se juntaba con los demás, para avanzar amenazantes hacia nosotros.
–¿Vas a luchar? –le pregunté a Ancel.
Él me miró por primera vez desde la cueva y esbozó una sonrisa torcida.
–Yo siempre lucho –dijo.
–Está bien –le respondí.
Luego nos quedamos en silencio, hasta que, cuando casi teníamos a los guardias de Lucifer encima, me acerqué a Ancel y le susurré.
–Te perdono.
Él me miró, sorprendido, aunque sus ojos no tardaron en llenarse de calidez. Luego, se inclinó y me plantó un suave beso en los labios.
–Sabes que lo hago para protegerte.
Asentí.
Él sonrió cálidamente.
–Vamos a patear unos cuantos traseros antes de que nos cojan –me dijo, colocando un objeto afilado en mi mano.
Luego se separó y encaró a la primera fila de combatientes. Yo le imité, y, justo después, empezó una batalla que sabíamos que íbamos a perder.


A pesar de que peleé con fiereza, acabaron atrapándome después de que abatiera a ocho hombres.
No había utilizado mi poder, sobre todo porque no era prudente. Lucifer no podía conocer aquella faceta sobre mí, así que no quedaba más remedio que pelear armada únicamente con las dagas que me había dado Ancel.
Estas yacían ahora a veinte pasos de mi posición, lejos de mi alcance. Se habían asegurado de ello los dos espíritus que me sujetaban por las muñecas, de rodillas.
Me hacían observar la batalla, aunque no era necesario que me obligaran. Yo disfrutaba mucho personalmente viendo a Ancel peleando.
Se movía sobre el campo con tal gracia y agilidad que apenas se veía. Era rápido y letal, segando gargantas a diestra y siniestra. Debía haber acabado con casi quince Purgadores.
Nergal, por otro lado, me sorprendió. No era un torpe luchando, como cualquiera habría pensado. Y, aunque no era igual de eficiente que Ancel, tampoco dejaba que le atraparan.
Llevaba por lo menos cuatro abatidos.
Entre los tres habíamos acabado con más o menos la mitad de enemigos. Sin embargo, no tardaron en llegar otros diez más.
Yo estaba fuera de combate. Nergal apenas podía con los cuatro atacantes que le acosaban desde todos los lados. Y Ancel había perdido a Musitel, por lo que ahora hacía lo que podía por esquivar los golpes que le lanzaba su contrincante.
Un par de minutos después, nos habían reducido a todos.
Solo tuve tiempo de ver que Ancel esbozaba una sonrisa cansada antes de que todo se volviera negro.

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Muy bien, este es el penúltimo capítulo de Al otro lado de la ventana. El último lo subiré a continuación, para que así podáis leerlos de seguido. 

miércoles, 13 de agosto de 2014

Capítulo 23

Bien, esta vez traigo un montón de cositas que anunciar.
1.- Me siento bastante decepcionada. Subo este capítulo porque ya he escrito el penúltimo y quiero quitarme esta novela ya de encima, pero, de no ser por eso... En el anterior capítulo no recibí ningún comentario, a excepción de uno en Wattpad. Así que... Por cierto, los que no tenéis cuenta en Blogger, ya podéis comentar en anónimo.
2.- Ayer reabrí el blog de relatos que tenía abandonado. Espero que os paséis y comentéis. Escritos del siglo XXI.
3.- Este capítulo va sin corregir, y, además, es más corto (todos lo son a partir de ahora). 
4.- La novela ya alcanza las 297 páginas. Mi objetivo era llegar a las 300, así que está conseguido.

Este capítulo se lo dedico a Vera, a Sandra, a Carol, a Pat, a Ro, a Silv y a todos aquellos que me leéis y me dais un apoyo incondicional. Gracias.

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Capítulo 23
Mi vista estaba fija en el suelo, mientras me concentraba en retener las lágrimas. Había cortado por completo la conexión con el mundo exterior.
Ahora solo existíamos yo y mis peligrosos pensamientos.
Recordaba vagamente a Ancel gritando mi nombre, diciéndome que no era lo que pensaba. Pero eso es demasiado típico y poco creíble.
No sabía cuál era la mentira, por lo que no podía saber si era de vital importancia, a pesar de que Ancel me había dado una buena pista al respecto.
Por otra parte, tampoco es que me hubiera mentido. Simplemente, no me había contado algo. Y aun así, seguía doliendo. Más, incluso. Creía que confiaba en mí, que yo era su confidente.
Al parecer no.
Un estruendo que sacudió mis tímpanos fue lo único que pudo traerme de vuelta. Todos habían apartado su atención de mí para fijarla en el techo, que se tambaleaba peligrosamente.
¿Qué había provocado tal estrépito?
Mi primer impulso fue buscar a Ancel en busca de ayuda, pero en seguida me retuve.
En su lugar, esperé en el sitio donde estaba, quieta y sin llamar la atención.
En ese momento, sentí una mano en mi hombro, y al instante supe que no era la de Ancel.
Las suyas transmitían una calidez que jamás había sentido. Una que me hacía sentir segura.
No sabía si eso había cambiado.
No obstante, esta era un poco más fría, aunque amigable. Con una esencia increíblemente joven.
Nergal.
–Algo me dice que no tienes ni idea de lo que ha pasado hasta el estallido –dijo.
Sin volverme para mirarle, negué con la cabeza.
–Ha habido una gran discusión –no hizo falta que precisara que había sido entre ciertas mujeres y cierto mentiroso–. Ancel ha conseguido lo que venía a buscar. Ya podemos irnos.
–¿Se han… peleado?
–No.
–¿Y entonces qué ha sido…?
Otro estruendo aún más fuerte me interrumpió.
Una voz grave y conocida hizo eco contra las paredes de la caverna. Oír aquel sonido de nuevo hizo que palideciera.
–Ancel, muchacho, sé que estás ahí dentro, escondiendo a tu dama y a mi pequeño y estúpido bastardo –dijo Lucifer–. No puedo veros, pero sé que estáis ahí. Y más os vale tener cuidado a partir de ahora, porque siempre estaré allí, acechándoos.
Y después, silencio.
Me permití echar un vistazo en derredor, esta vez a fondo.
Las Parcas habían vuelto a su trabajo, concentradas. Las tres mujeres se sentaban a la mesa, hilando y cortando con una velocidad alarmante.
Ancel estaba apoyado contra una columna, aparentemente derrotado. Se me hizo un nudo en el estómago, por lo que tuve que apartar la mirada.
–Nos va a escoltar –musitó Ancel.
No pude retenerme para preguntar.
–¿Qué? –Por lo menos, pude hacerlo con un toque de bordería.
–Quiere que llevemos a Tom a Eroz, y luego tratará de apresarnos allí –explicó, con los ojos cerrados.
–¿Y qué es lo que vamos a hacer? –inquirió Nergal.
Ancel se incorporó con un suspiro. Encaró a Nergal, con una mirada asesina dirigida a su mano en mi hombro. No la apartó.
Ancel sacudió ligeramente la cabeza mientras una sonrisa mordaz se abría paso en su boca.
–Exactamente eso.


Llegamos a casa de Ernest después de 4 horas de viaje. Tom y él se sobresaltaron al ver a Nergal entre nosotros, pero Ancel no tardó en calmarlos.
Ernest nos invitó a sentarnos y a contarle las cosas importantes de nuestra visita a las Parcas, y, mientras Ancel y Nergal se encargaban de ello, yo miraba consternada a mis manos entrelazadas sobre mi regazo.
–Leyna –me llamó Tom–, ¿por qué no vienes un momento? Me gustaría hablar contigo.
Todos le miramos sorprendidos.
Él carraspeó.
–Es… sobre… tu hermano –dijo finalmente.
Yo me levanté a la velocidad del rayo y le seguí fuera de la casa.
–¿Qué ha pasado con Ancel? –me preguntó una vez nos aseguramos de que no podían oírnos.
–¿Qué? –medio exclamé–. ¿No me ibas a decir algo de mi hermano?
–Bueno… sí… digo no. Era una excusa para poder hablar contigo sobre el tema.
–¿Y por qué crees que ha pasado algo?
–Vamos, se nota a mil leguas. No os podéis ni mirar, os habéis sentado lo más separados posibles, y no os dirigís una palabra.
Demasiado cierto como para negarlo.
–Me ha estado mintiendo –dije.
–¿Sobre qué?
–No lo sé, en realidad. Pero me ha ocultado algo que al parecer es bastante importante.
Al final, me derrumbé sobre su hombro. Tom me abrazó como cualquier buen amigo haría, y soportó mis sollozos como nadie lo había hecho hasta ahora.
Tan solo Ancel.
–Todo iba bien, ¿no podía solo decírmelo?
–¿Sabes? Contarle un secreto a alguien que amas no es tan fácil. Además, ¿y si solo lo hace para protegerte? –razonó Tom.
–¿Cómo iba a protegerme ocultando algo que tiene mucho que ver con mi persona? –gimoteé.
–Bueno, tú lo harías si estuvieras en su lugar. Estoy seguro de que tiene sus motivos. Solo tienes que ir a hablar con él y solucionarlo. Pero, Leyna –me apartó suavemente para que le mirara a los ojos–, intenta no perderle. Ese chico te quiere de verdad. Se le ve en los ojos, incluso en su esencia. Se enciende cuando te ve, y ahora está más apagada que nunca.
Pensé en las palabras de Tom mientras me limpiaba las lágrimas. Quizá tenía razón. Si Ancel me había ocultado algo, debía ser porque no estaba preparada para saberlo. Además, ¿y si tenía que ver con Lucifer y este le había amenazado si decía una palabra? No podía juzgar sin saber.
Ancel merecía mi perdón, o, al menos, que le concediera esa explicación que pedía.
Entré decidida en la casa, seguida por Tom. En el salón, todos estaban en pie. Ancel le daba las gracias a Ernest y Nergal miraba con admiración al anciano.
–¿Qué pasa? –preguntó Tom detrás de mí.
–Nos marchamos –respondió Ancel.
–¿Adónde?
–A Eroz.
–O a una muerte inminente –añadió Nergal.
–Eso solo para ti –le soltó Ancel, con una sonrisa irónica.
Me fijé en su esencia. Era verdad que estaba diferente.
–Muy bien, marchando.
Salimos todos por la puerta, despidiendo y dándole las gracias a Ernest conforme la cruzábamos. Ancel iba a la cabeza, seguido por Nergal. Después iba yo, y, en último lugar, Tom, a quien nadie quería matar o secuestrar.
Y partimos con buen ritmo hacia Eroz, sin ningún plan de ataque o defensa. Tan solo, tratar de salvarnos todos para hacer cualquier cosa a la vuelta. Aunque no supiéramos el qué.

martes, 12 de agosto de 2014

Capítulo 22

Bueno, como dije, ahora la cosa va a ir mucho más rápida. No creo que la novela pase de septiembre, seguramente estará terminada para entonces. Ahora, cositas importantes.
1.-Este capítulo lo subo únicamente gracias a la gente de Wattpad. Los comentarios han bajado, pero por lo menos sigo teniendo a la mayoría comentando. Aquí, sin embargo, solo he recibido uno (gracias hermana) de los 6 que normalmente tenía. Sé que muchos estáis fuera, pero, no sé...
2.- Como siempre, el capítulo no va corregido. Creo que ya no hace falta ni ponerlo.
3.- Siento que este capítulo pueda resultar un poco aburrido. Es, en su mayoría, explicatorio, ya que llega el momento de revelar cosas. Habrá sorpresas, aviso.
4.-Una de mis mejores amigas, Carol, me dio una gran idea: hacer un "Previously on...", como en las series. A partir de ahora, lo haré en cada novela y relato que suba. Aquí incluiré los últimos párrafos del capítulo anterior.
5.- Si alguno de mis lectores tiene procedencia o contactos alemanes, por favor, que lo diga D:

Anteriormente en Al otro lado de la ventana:
"–Debéis conocer cómo es el universo antes de saber cómo fue creado.
Nergal, Ancel y yo intercambiamos una mirada cargada de significado. Negro, ámbar y gris asentimos a la vez.
Y las Parcas prosiguieron, desvelándonos las verdades que Lucifer nos había ocultado a todos los espíritus durante milenios."


Este capítulo va dedicado a los lectores de Wattpad. Gracias por vuestros comentarios y votos.

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Capítulo 22.
Empezó hablando Datid, mientras las otras dos mujeres proseguían con los hilos, tejiendo, hilando y cortando.
–¿Sabéis lo que es el espacio-tiempo?
Como nosotros negamos, ella siguió hablando.
–Es un conjunto de… digamos, capas, superpuestas, formando un manto. Y sobre ellas se pueden mover un tipo de seres, como los Purgadores o los Almas.
–¿Y los vivos? –pregunté.
–Solo hay una capa que admite materia: la terrestial. El universo que conocemos está situado en el Gran Plano Terrenal, que conserva el pasado, el presente y el futuro.
–¿Eso significa que, quizá, en otros Grandes Planos existen otras cosas? –inquirió Nergal, con el ceño fruncido.
–Cosas demasiado complicadas para vuestro entendimiento –intervino Nutid–. Incluso para ti, joven –añadió, refiriéndose a Nergal.
–Los Grandes Planos están divididos en subplanos, en nuestro caso, como el Cielo, el Infierno o el Terrestial –prosiguió Datid–. Nadie saber de qué están hechos ni cómo exactamente llegaron a formarse. Solo que hubo una explosión: el Big Bang para los humanos, la Primera Guerra para nosotros.
–El origen de Dios y Lucifer es mucho más antiguo que eso –Framtid le tomó el relevo–.  Ni siquiera nosotras sabemos una palabra del tema, aunque creemos que su procedencia es parecida a la nuestra.
–Exiliados –murmuró Nergal, sorprendido.
–¿Qué? ¿Qué es eso? –inquirí.
–Significa que procedían de otro Gran Plano, pero fueron desterrados.
–¿Sabéis por qué? –preguntó Ancel.
Las Parcas negaron con la cabeza, las tres a la vez. Luego, Framtid prosiguió con una historia que, a cada palabra, se me antojaba más confusa y fascinante a la vez.
–Suponemos que debía ser un plano cercano a este, puesto que, si no, no encontramos ninguna razón por la cual se quedaron aquí. Abrieron el espacio que debían dejar entre el antiguo plano y el nuevo, y se instalaron en el más cercano posible.
–Pero eso no son más que suposiciones –dijo Ancel, enarcando una ceja.
Framtid asintió, echándole una mirada a mi compañero que a ninguno nos gustó. Seguramente deberíamos dejar de interrumpir.
–Lucifer, quien antes no era tan malo como ahora, sí que era igual de ambicioso. En cuanto descubrió que su hermano iba a crear su propio mundo en el plano, sin consultarle a él, montó en cólera –“un momento… ¿¡hermano!?” –. Se enzarzaron en una gran pelea, durante la cual el poder de Satanás fue corrompido. Finalmente, Dios lanzó su ataque maestro, que hirió gravemente a su hermano, a pesar de que este había tratado de defenderse. Aunque uno quería venganza, y el otro deseaba expulsar al primero del que ahora era su territorio, ninguno tenía fuerzas para luchar más.
»Dios se retiró a un lugar aparte y creó un refugio a prueba de Lucifer. Este, por su parte, buscó su propio espacio. Entre medias de ambos, se encontraba un subplano que pronto comenzaría a crecer.
Sobrevino un gran silencio, durante el cual ni Nergal, ni Ancel, ni yo pudimos articular palabra. Simplemente, tratábamos de asimilar toda la información de la que estábamos siendo previstos. Era demasiada.
Y, aun así, las Parcas no habían terminado.
–Comenzaron a aparecer criaturas, vivas –continuaron las Parcas, con esa voz que era el resultado de las suyas juntas–. Eran parecidas a los espíritus, pero tenían un cuerpo material que protegía su alma. Sin embargo, este no era permanente, y moría al cabo de poco tiempo. Solo entonces, el espíritu de la criatura era liberado para conocer los planos espacio-temporales que la materia no podía alcanzar.
»Más y más seres vivos aparecieron. Tenían formas diferentes y hábitos completamente distintos, pero todos comprendían el equilibrio del mundo que era su hogar. Hasta que fue roto por la criatura más monstruosa de todas.
»Lucifer había sido testigo, durante el paso de los años, de cómo progresaba el mundo de su hermano. Tenía una muy mala envidia, y deseaba destruir aquel paraíso desesperadamente. Descubrió que Dios buscaba crear el ser más perfecto, el más bondadoso e inteligente, que supiera adaptarse a cualquier situación para mantener el equilibrio en la Tierra, como llamó al único planeta que admitía vida.
»Cuando, por fin, creó el cuerpo que contendría las almas del ser humano, hasta Lucifer quedó sorprendido por su belleza. Sin embargo, aún seguía con sed de venganza.
»Fue entonces cuando Lucifer nos encontró, recién exiliadas, vagando por su territorio. Vio que éramos parecidas a él, y nos contó lo que pasaba con su hermano, omitiendo las partes en las que él quería destruirle, aunque, obviamente, nosotras ya lo sabíamos.
 –Entonces, ¿os prometió algo a cambio de que le ayudarais? –preguntó Nergal, tan perspicaz como siempre. También contaba con que, probablemente, conocía mejor a Lucifer que ninguno de nosotros, a excepción de las Parcas.
–Así es. Nos dijo que nos mantendría refugiadas y a salvo de cualquier peligro –contestaron las mujeres–. Como no teníamos nada que hacer, accedimos.
»Nos pidió que, usando nuestro poder, nos coláramos en los dominios de su hermano para poner un poco de su esencia en el alma del cuerpo de uno de los dos primeros humanos. Lo hicimos en el del hombre.
»Así, cuando muriera, su esencia sería más parecida a la de Lucifer que a la de Dios, por lo que sería al primero a quien le tuviera respeto. Su sangre se pasaba de humano a humano, propiciando que al menos un tercio de la población tuviera en su interior un espíritu Purgador.
Y allí terminó su historia.
Tuve que sacudir la cabeza con incredulidad, para intentar que la información no se me quedase atorada. Sin embargo, era mucho que asimilar, y de una magnitud tan grande, que no supe si podría sobrellevarlo.
Traté de recomponerme, repitiendo las cosas más importantes en mi cabeza. Y, cuando por fin me sentí capaz de respirar de nuevo, levanté la vista para observar a mis compañeros.
Tanto Ancel como Nergal tenían el ceño fruncido, y miraban a las Parcas con suspicacia, como si hubieran omitido una parte importante en su historia que, a su juicio, resultaba imprescindible.
–Seguís sirviendo a Lucifer –observó Ancel–. Y él nos quiere muertos, al menos a nosotros dos. ¿Cómo sabemos que no mentís?
–No nos aburrimos tanto como para inventarnos un cuento chino sobre la creación mundial –respondió Datid, claramente ofendida–. Además, hemos reunido el poder suficiente como para poder derrotarlo.
–¿Y a qué estáis esperando? –arremetió Nergal, controlando su impulso. Era obvio que, si lo intentábamos nosotros solos, probablemente acabaríamos todos en el Limbo. Pero con ayuda de las Parcas…
–Porque no queremos matarle. Y eso acabaría con nosotras. Sería casi imposible recuperarnos de tanta energía malgastada –contestaron.
–¿¡Malgastada!? –estalló Ancel–. ¿Sabéis a cuántos espíritus liberaríais? ¿Cuántos podrían salvarse de irse directamente al Limbo? ¡El mundo podría acabarse si Lucifer consigue el poder necesario para acabar con las Almas!
–¿No te gustaría librar a los tuyos de una guerra que nunca puede ser ganada?
–¡Pero es una guerra que tiene que ser luchada! –nunca había visto a Ancel perder los estribos de aquel modo. Su pecho subía y bajaba muy rápido, y, de haber estado vivo, seguramente el sudor se habría acumulado en el hueco de su cuello. Luchó por contenerse–. Estamos condenados. Estamos todos condenados –era como si se estuviera volviendo loco. Como si, por primera vez en su vida, no sabía qué hacer. Y no tuviera más fuerzas como para no derrumbarse.
Me apreté más a él, abrazándole con fuerza. Buscó mis ojos con los suyos, y, a pesar de que no era ni el momento ni lugar adecuados, no pude evitar acercar mis labios para que él terminara definitivamente con la distancia.
Sabía a salado, aunque no lograba averiguar por qué. Yo no había llorado, y dudaba de que él pudiera. A pesar de todo, no le di mucha importancia, y me concentre en sus manos, agarradas con fuerza a mi cintura.
Entonces me vino un recuerdo a la mente. Uno bastante reciente, al que había tratado de ignorar, pero que era imposible ahora.
¿Qué habían dicho las Parcas nada más verme?
«Leyna Shellow… Nuestra hija… Ha regresado por fin».
¿Qué demonios significaba eso?
Me separé bruscamente de Ancel, sin pensar siquiera en mis acciones. Miré automáticamente a las Parcas, con una extraña sensación en el estómago.
“Espera”, me dije. “¿Estás segura de que quieres oír la respuesta?” Me sorprendió la determinación con la que una palabra apareció en mi mente. “Sí.”
Avancé un par de pasos hacia las Parcas, con un montón de pensamientos formándose en mi cabeza. Sin embargo, traté de apartarlos.
Era peligroso que mi imaginación hiciera de las suyas.
–¿Leyna? –me llamó Ancel.
“Mierda”, me dije, pero ya no había vuelta atrás.
No le contesté, ya podría explicárselo luego. Aunque supuse que se metería en mis pensamientos o algo así. De todas maneras, iba a escuchar la conversación.
–¿Por qué me habéis llamado “hija”? –pregunté, temerosa.
Las Parcas, para mi sorpresa rieron.
–¿Aún no se lo has dicho, Ancel? –la mirada que le lanzaron no me gustó un pelo.
Ancel palideció notablemente, o quizá fue un efecto óptico que engañó a mis ojos. Lo que sí sabía con certeza era que se había quedado mudo.
–¿Decirme, qué?
–Estáis desobedeciendo órdenes directas –musitó Ancel, con la voz queda.
Nergal carraspeó, claramente incómodo, y fue a colocarse a mi lado.
–Si te sirve de consuelo, yo tampoco sé de qué demonios están hablando –me susurró.
Yo asentí. Sin embargo, sus palabras no habían rebajado el sentimiento que me atenazaba el estómago.
–Ancel… –empecé, suavemente, con un nudo en la garganta– ¿cómo de importante es eso que no me has contado?
Interpreté su silencio como él quería que lo hiciera.
Me sentó como una patada en el estómago que Ancel me hubiera mentido.

sábado, 9 de agosto de 2014

Capítulo 21

Bueno, bueno, bueno, ya estoy de vuelta :D Tras mi paso por los Estados Unidos de América, mi bloqueo ha desaparecido, y ya he terminado el capítulo 23, el cual es un poco lioso (sorry :$). Pero en fin, el caso es que estoy aquí de nuevo, y escribiendo más que nunca.
Quería hacer un par de anuncios y decir algunas cosas.
1.- Me siento un poco decepcionada, porque recibí solo 3 comentarios en el capítulo anterior (ya sé que pido esos), pero he estado recibiendo entre 5 y 6, y una bajada así resulta chocante. Y... bueno, sé que es verano, que mucha gente está de vacaciones sin internet y eso, pero aun así.
2.- El capítulo va sin corregir. Ni siquiera me molesto en leerlo. Si lo hago, probablemente acabe dejando la historia.
3.- Ya queda poco para el final.
4.- He estado construyendo una nueva historia. No diré nada sobre ella todavía, puesto que primero terminaré Al otro lado de la ventana, pero esta estará más currada, y me aseguraré diez capítulos de ventaja antes de subir el primero.
5.- Pues... ¡ah! Voy a remodelar mi antiguo blog de relatos, y lo convertiré en un blog de pensamientos, historias y reseñas (:ooo).
6.- Creo que no me queda nada más que decir .-. Solo que gracias por vuestra paciencia y comprensión, y que siento este parón. Espero que no suceda de nuevo :)
7.- ¡Feliz verano! O lo que queda de él...


Este capítulo se lo dedico a los médicos. Sí, ya sé que no tienen nada que ver con la historia o la escritura, pero me parece que deberían tener más reconocimiento del que en realidad tienen. No sé, salvan nuestras vidas. Algún día quiero hacer lo mismo. No importa cuánto cueste.

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Capítulo 21.
Ancel tenía el ceño fruncido, mirando a las Parcas con un brillo de reproche en sus ojos de fuego. Nergal había callado, sin atreverse a pronunciar una palabra más.
El silencio reinaba en la cueva.
Las tres mujeres me miraban con curiosidad, observándome de arriba abajo, mientras la incomodidad crecía en mi interior.
Sin embargo,  no me moví. Sus palabras resonaban en mi mente, haciendo que un extraño vacío se alojara en mi estómago. Era una sensación extraña, que no se parecía a nada que hubiera sentido antes.
Finalmente, una de ellas, que portaba unas tijeras en la mano, habló. Su voz no sonaba como la que había hablado antes, que parecía ser una mezcla de las tres, sino que era grave y profunda, denotando experiencia y sabiduría.
–No pensaba que nos dejarías verla tan pronto, Ancel –comentó, sin quitar los ojos de mí.
–Ni siquiera sabíamos que nos dejarías verla –añadió otra. Esta, sin embargo, sujetaba con ambas manos un par de ovillos de lana de un extraño color.
Desprendían un brillo plateado muy curioso.
Entonces supe por qué. De alguna manera, aquel material sí era tangible. Pertenecía al Otro Lado, no al mundo terrestre. La lana, y cualquier objeto en aquella cueva, pasaría desapercibido para un ser vivo.
Ancel tenía el ceño fruncido. Las sombras de aquel lugar, que tanto contraste hacían con la característica luminosidad del Infierno, otorgaban a su rostro un aspecto más serio del que en verdad era.
Ese era otro aspecto extraño sobre la cueva: la “poca” luz. En realidad, se veía perfectamente, pero era mucho más oscuro respecto al paisaje de fuera.
–No he venido a hacer una visita –dijo Ancel. Su voz contaba con un tono peligroso, con la amenaza pintada explícitamente, pero él estaba tranquilo–. Quiero hacer un recado. O, mejor dicho, deshacerme de ellos.
–¿Y por qué has venido? Sabes de sobra que para eso no necesitas nuestra ayuda –dijo, esta vez, la tercera mujer, que no había hablado hasta ahora.
–Lo sé –coincidió Ancel–. Pero también necesito que me respondáis una pregunta.
 –Te escuchamos –esta vez, fue la mezcla de las tres voces la que contestó.
Ancel dio un paso adelante, echándome una mirada, cuyo significado entendí perfectamente.
Me coloqué tras él, un tanto contrariada. Algo me decía que incluso Ancel tendría problemas para vencer a las Parcas.
–¿Se enterará Lucifer de mis movimientos si transformo el lazo?
Las tres mujeres se miraron entre sí, casi sorprendidas. Pude adivinar una mezcla de sentimientos, que se vieron reflejados en su esencia: confusión y culpa.
¿Por qué? No tardamos en descubrirlo.
–No podemos responder a eso.
–¿Por qué no? Es una simple pregunta –replicó Ancel, con la cabeza ladeada.
Aparté la mirada de la escena durante un momento para encontrarme con los ojos de Nergal. ¿Qué me habría querido decir?
Le pregunté en silencio, pero él solo sacudió la cabeza y bajó la vista.
Me encogí de hombros y volví prestar atención a la conversación entre Ancel y las Parcas, que se volvía más violenta a cada instante.
–No puedes con nosotras.
–No quiero luchar.
–Es lo que estás buscando, muchacho.
Ancel no añadió nada más. Permaneció en silencio, observando a las tres mujeres, cuyos rostros, demacrados, no expresaban lo que sus esencias hacían explícito. Las caras de las Parcas parecían haber quedado congeladas en una mueca indiferente, incapaces de mostrar ningún sentimiento, a pesar de los intentos de las ancianas.
Ancel, por otra parte, era un amasijo de emociones. No obstante, se esforzaba todo lo que podía por esconderlas, tapando su rostro con una máscara de impasibilidad.
“Son las emociones lo que nos distinguen de los Almas”, había dicho. Sin embargo, podría apostar lo que fuera a que por dentro, Ancel pensaba al contrario. Que los sentimientos le hacían débil en una batalla.
Qué equivocado estaba… Estaba bien esconder los pensamientos e ideas al enemigo, pero no reprimirlos. Por eso los Purgadores eran más fuertes que los Almas. Y por eso, me tendría que encargar de hacérselo saber a Ancel.
Pero no ahora. Ahora había que solucionar un tema del que ni Nergal ni yo teníamos ni idea.
Al ver que Ancel no reaccionaba, di un paso adelante, colocándome a su lado.
–¿Qué habéis querido decir con “nuestra hija”?
Al fin pregunté lo que tanto tiempo había callado. No era un buen momento, pero mi curiosidad era demasiado desbordante.
Las mujeres hicieron una mueca que se asemejaba a una sonrisa, aunque inmediatamente después, las tres emitieron un leve gruñido de dolor.
–Hora del cuento –susurraron.
Ancel me lanzó una mirada furibunda, aunque también agradecida. Le había dado tiempo para pensar en algo.
No era mucho, pero al menos tenía.
–A ver… ¿por dónde empezamos? –dijo una de las Parcas.
Ahora, se me hacía imposible distinguirlas, ya que todas habían dejado las manos libres de cualquier objeto.
–Podríais decirme vuestro nombre, si tenéis –sugerí.
Las mujeres se miraron entre ellas, aparentemente complacidas.
–Chica lista –murmuraron–. Somos las representantes de la vida y la muerte en el mundo de los vivos –hicieron una pausa, mirándome fijamente–. ¿Cuál crees que es la diferencia entre una y otra, niña?
–¿Entre la vida y la muerte? –inquirí, sin entender el porqué de aquella pregunta. Además, todavía no me habían dicho cómo se llamaban.
Ellas asintieron, en el mismo instante en el que me di cuenta de que lo único que veía de las mujeres eran sus macilentos rostros. Tanto las piernas como los brazos estaban cubiertos por los mugrientos vestidos negros, que arrastraban por el suelo a cada movimiento.
También, una de ellas presentaba una prominente chepa en la espalda, que cargaba como si nada. Seguramente, a las otras dos no tardaría en salirles.
–Vamos a hacer una cosa –habló la del medio, la que parecía más alta, aunque solo por un par de centímetros–. Si respondes correctamente a nuestras preguntas, te iremos contando cosas.
–Eso no sería necesario –intervino Ancel–. Ya puedo decírselo yo –su tono era amenazante.
Un ruido resonó y rebotó contra las paredes de la caverna, produciendo un terrible sonido parecido a… ¿una carcajada?
Sí, fue eso.
–Somos mucho más viejas que tú, Ancel. Hemos visto el nacimiento del mundo, hemos visto su aspecto antes de la creación de los humanos, y hemos presenciado su destrucción.
Ancel frunció el ceño. Nergal se adelantó también, interesado.
–No está destruido –dije, con voz débil.
Las Parcas me miraron, curiosas, con la sombra de una sonrisa cruzando sus rostros.
–¿Desde qué punto de vista lo dices, pequeña?
Nadie más dijo nada. Nergal había permanecido callado todo el tiempo, atento y escuchando, por lo que me sorprendió que hablara ahora.
–¿Desde qué perspectiva lo decís vosotras?
Aquello arrancó otra suave carcajada a las Parcas, aunque esta no fue tan estruendosa como la anterior.
–Tu esencia es muy interesante, chico –fue lo único que dijeron.
–Eso no es una respuesta –el tono de voz de Nergal era firme.
Hubo unos segundos de silencio que se me antojaron eternos, en los que las Parcas sopesaban sus opciones. ¿Qué tenían en mente?
Algo me decía que se traían algo entre manos, pero no podía imaginarme qué. Lo único que sabía de las mujeres era… Bueno, eso. Que eran mujeres.
Miré a Ancel en busca de apoyo, pero en su rostro solo encontré un ceño fruncido. Tampoco él sabía qué hacer.
Nergal, por otra parte, esperaba la contestación de las Parcas con expresión serena. Ahora que sus rasgos estaban calmados, pude ver con claridad la redondez propia de un rostro infantil. Y sus ojos, sin embargo, mostraban un brillo de madurez sobre la negra superficie de los iris que contrastaba con sus facciones.
–¿Vais a continuar evadiendo nuestras preguntas? –dijo Ancel.
Se oyó un suspiro, aunque no supe decir de cuál de ellas provenía. O si era uno conjunto.
–Nuestros nombres son Datid, Nutid y Framtid, encargadas de mantener el equilibrio entre la vida y la muerte, y protectoras del Hilo de la Vida que pende sobre las cabezas de cada mortal.
–Eso forma parte de la mitología. Empezad a contar lo que no sabemos ya –Nergal estaba impaciente.
“Ni siquiera en momentos como este es capaz de contener su sed de conocimiento”, pensé.
No obstante, le comprendía. Estaba completamente solo en el Otro Lado. No tenía a nadie que le entendiera, o que estuviera con él. Y no era más que un crío.
Eso me hizo mirar a Nergal con nuevos ojos.
Podía no ser un adulto, pero, ¿cuánta madurez podría haber alcanzado? Seguramente supiera muchas más cosas que Ancel y yo juntos. Tal vez no fuera un adulto, pero… ¿qué tenía que ver una cosa con la otra, de todas maneras? Lucifer superaba con creces la mayoría de edad, y, sin embargo, no alcanzaba a tener la sensatez de Nergal.
Y eso, lamentablemente, era algo que muchos no entendían.
–Nuestro origen se remonta a antes de la propia creación del universo –las Parcas continuaron, interrumpiendo mis cavilaciones–. Cuando no había nada.
–¿Nada? ¿Qué significa eso? –esta vez fue Ancel quien habló.
–Que no había materia, chico. Antes de que sucediera lo que los humanos llaman “Big Bang”, no había absolutamente nada.
–¿Y qué se supone que había, entonces? –Nergal dio voz a la pregunta que a todos se nos pasaba por la mente.
Una de las Parcas –si no fueron las tres– emitió un suspiro cansado. Después, las mujeres se acercaron a la mesa donde los hilos de lana estaban tendidos sin cuidado, y se sentaron en los taburetes que había delante de esta.
–Debéis conocer cómo es el universo antes de saber cómo fue creado.
Nergal, Ancel y yo intercambiamos una mirada cargada de significado. Negro, ámbar y gris asentimos a la vez.
Y las Parcas prosiguieron, desvelándonos las verdades que Lucifer nos había ocultado a todos los espíritus durante milenios.