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viernes, 15 de agosto de 2014

Capítulo 24

Anteriormente en Al otro lado de la ventana:
"Salimos todos por la puerta, despidiendo y dándole las gracias a Ernest conforme la cruzábamos. Ancel iba a la cabeza, seguido por Nergal. Después iba yo, y, en último lugar, Tom, a quien nadie quería matar o secuestrar.
Y partimos con buen ritmo hacia Eroz, sin ningún plan de ataque o defensa. Tan solo, tratar de salvarnos todos para hacer cualquier cosa a la vuelta. Aunque no supiéramos el qué."

Este capítulo se lo dedico a ValeriaCF, daiplucero y SoledadLucero7, de Wattpad. A la primera, porque ha estado ahí desde el principio, con cada capítulo. A las otras dos, por sus increíbles comentarios en el capítulo 22, que me dieron un gran empujoncito para rematar la novela. Gracias.

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Capítulo 24
Eroz no era como esperaba.
En un principio había pensado que sería parecido a un colegio o academia, con un edificio amplio para las clases o lo que fuera.
La construcción que tenía frente a mí demostraba cuán equivocada estaba.
Altos y gruesos muros rodeaban enormes pabellones de dos pisos de alto. En las cimas de las numerosas almenas había arqueros, listos para cargar y disparar en cualquier momento. Y, justo frente al doble portón que hacía de entrada, otros dos espíritus armados.
“Como si necesitaran protegerse de algo…” pensé para mis adentros, admirando la fortaleza.
–No es para protección –respondió Ancel, sin mirarme–. Es para evitar que salgan.
–¿Para evitar que salga quién? –preguntó Tom, con el ceño fruncido.
–Los seres como tú, los Elementales.
–¿Y por qué querría nadie salir de ahí? ¿Qué es? –la voz de mi antiguo compañero de clase temblaba un poco, a pesar de los intentos de este por contenerse.
En ese momento, un grito atravesó el aire hasta llegar a mis oídos. Era uno de los peores ruidos que había oído en mi vida, cargado de dolor y súplicas.
–¡¡DEJADME SALIR!!
Miré a Tom para darle apoyo, aunque él solo tenía ojos para la enorme muralla, tras la cual alguien deseaba desesperadamente salir al exterior.
–¿Qué hacen ahí dentro? –preguntó Tom, claramente asustado.
–Entrenan a los Elementales a controlar su poder. Pueden ser muy peligrosos si no saben usarlo –explicó Nergal.
Tom alzó las cejas, visiblemente más relajado.
–¿Y por qué quieren salir? No puede ser tan malo.
–Verás, hay cinco tipos de seres que entran ahí: los Acuáticos, los Ígneos, los Terrestres, los Aéreos, y, finalmente, los Elementales.
–Como habrás podido comprobar, si no eres tan idiota como pareces –añadió Ancel–, cada uno tiene poder sobre un solo elemento… excepto el Elemental, que puede controlar los cuatro.
–¿Y para qué nos entrenan, aparte de para controlarlo?
–Luego haréis misiones para aplicar vuestros conocimientos en el plano terrestre.
–Es decir, que la naturaleza la dirigen unos espíritus.
–Bueno, vosotros rozáis más lo sobrenatural, pero podríamos decirlo así.
–¡Eh! –gritó una voz desconocida.
Los cuatro nos volvimos hacia el portón, donde uno de los guardias hacía aspavientos en nuestra dirección.
Ancel se encogió de hombros y echó a andar con la cabeza alta hacia allí. Los demás le seguimos.
Qué remedio.
Conforme nos acercábamos a la muralla, esta se iba tornando cada vez más y más terrorífica. Parecía que no conocía límite con el “cielo”, puesto que se elevaba hasta alturas inimaginables. Desde el suelo, los arqueros no eran más que puntitos negros recortados contra la resplandeciente luz del Infierno.
El enorme portón también era infinitamente más grande una vez te acercabas. Cabían hasta diez hombres a lo ancho, y, aunque no era muy alto, sí que era suficiente como para que pasaran tres elefantes subidos uno encima de otro.
El guardia que nos había llamado se adelantó. Tenía una armadura inmaterial (impresionante, la verdad), y un tomahowk militar colgado a la espalda.
Algo me decía que debía guardar las distancias, por lo que me quedé al lado de Nergal mientras dejábamos que Ancel se ocupara del asunto.
El guardia, al reconocer a este, inclinó la cabeza. Ancel le hizo un gesto con la mano, para luego estrechar la del centinela.
Era un hombre relativamente joven, de unos treinta y pico. Esto me hizo preguntarme dónde estaba la gente mayor en el Infierno. Quizá los Purgadores eran más propensos a morir jóvenes.
–¿Así que esta es la chica de la que habla todo el mundo? –inquirió el guardia.
Levanté la cabeza, desafiante.
–Leyna Shellow, un placer –le dije, con la voz fría.
Él me examinó con la sombra de una sonrisa sobre la boca.
–Interesante… –musitó. Luego se volvió de nuevo hacia Ancel–. ¿Qué le trae por aquí, General? Seguro que no se ha pasado solo para dejarme ver a una chica tan guapa.
Me estremecí de asco. Puaj. La esencia de Ancel tembló un poco, también, aunque luego se recompuso.
–En realidad, antes de nada, quería preguntarte si habéis avistado a… alguien en los alrededores.
–No, señor. Nadie sospechoso.
–Perfecto –Ancel asintió. Luego, se apartó, para dejar que el guardia viera a Tom.
Este miró al frente, guardando la compostura mientras el centinela le observaba de arriba abajo, como si le desnudara con la mirada.
Finalmente, asintió, levemente sorprendido.
–Un Elemental. Hacía tiempo que no nos llegaba ninguno… –musitó–. Está bien. Os dejo a solas para que podáis despediros.
El guardia volvió a su puesto, lo suficientemente lejos como para darnos un poco de intimidad.
Tom se giró hacia mí primero, abrazándome con fuerza.
–Ya sabes lo que tienes que hacer –me dijo al oído. Casi pude oírle sonreír.
Cuando nos separamos, le dio un pequeño achuchón a Nergal también, y luego encaró a Ancel, quien llevaba una sonrisa torcida en la boca.
–Cuídate –le dijo, estrechándole la mano amigablemente.
Tom le devolvió la sonrisa y se dirigió al portón, donde le esperaba su nuevo hogar, al menos durante un largo tiempo.
Los dos guardias le abrieron las puertas, y, tras una breve mirada hacia atrás, Tom cruzó la frontera que le separaba de Eroz, adentrándose en su corazón.
Cuando las puertas se terminaron de cerrar, una figura se acercó desde la lejanía. Caminaba sin prisa, con actitud despreocupada, pero con la mirada fija en su objetivo: nosotros.
Tenía una daga en cada mano, y era visible el extremo de un garrote sobresaliendo de su espalda.
–Lucifer no puede haber sido tan tonto como para mandar a uno solo de sus hombres –dijo Ancel, con la vista fija en el Purgador que se acercaba.
–Eso es porque no lo ha hecho –dijo Nergal, con los ojos abiertos como platos.
Miraba hacia el lado izquierdo, por donde se acercaba una horda de hasta cuarenta hombres armados.
–Es casi toda su escolta –masculló Ancel, como si estuviera furioso.
–Parecen robots –dije yo.
–Es porque prácticamente lo son. Los han entrenado de manera que su único deseo sea cumplir los de Lucifer. Es lo que necesitan para vivir.
–¿Y cómo demonios se le hace eso a una persona?
–Con miedo –contestó Ancel, mirando ahora a las amenazadoras figuras, que no tardarían en alcanzarnos.
–¿Y ahora qué vamos a hacer? –preguntó Nergal, preocupado.
–Esperar –respondió Ancel, como si fuera obvio.
–¿¡Esperar!? ¿Ese es tu gran plan? ¿Quedarte aquí aguardando a tu muerte?
–Punto uno, yo ya estoy muerto. Punto dos, el único que corre verdadero peligro aquí, eres tú. Corre si quieres, pero ya te digo yo que no llegarás muy lejos.
Nergal calló, frunciendo los labios. Sabía que Ancel tenía razón, a pesar de que este lo hubiera expresado de manera fría e indiferente.
Y así, los tres observamos cómo la figura que al principio iba sola se juntaba con los demás, para avanzar amenazantes hacia nosotros.
–¿Vas a luchar? –le pregunté a Ancel.
Él me miró por primera vez desde la cueva y esbozó una sonrisa torcida.
–Yo siempre lucho –dijo.
–Está bien –le respondí.
Luego nos quedamos en silencio, hasta que, cuando casi teníamos a los guardias de Lucifer encima, me acerqué a Ancel y le susurré.
–Te perdono.
Él me miró, sorprendido, aunque sus ojos no tardaron en llenarse de calidez. Luego, se inclinó y me plantó un suave beso en los labios.
–Sabes que lo hago para protegerte.
Asentí.
Él sonrió cálidamente.
–Vamos a patear unos cuantos traseros antes de que nos cojan –me dijo, colocando un objeto afilado en mi mano.
Luego se separó y encaró a la primera fila de combatientes. Yo le imité, y, justo después, empezó una batalla que sabíamos que íbamos a perder.


A pesar de que peleé con fiereza, acabaron atrapándome después de que abatiera a ocho hombres.
No había utilizado mi poder, sobre todo porque no era prudente. Lucifer no podía conocer aquella faceta sobre mí, así que no quedaba más remedio que pelear armada únicamente con las dagas que me había dado Ancel.
Estas yacían ahora a veinte pasos de mi posición, lejos de mi alcance. Se habían asegurado de ello los dos espíritus que me sujetaban por las muñecas, de rodillas.
Me hacían observar la batalla, aunque no era necesario que me obligaran. Yo disfrutaba mucho personalmente viendo a Ancel peleando.
Se movía sobre el campo con tal gracia y agilidad que apenas se veía. Era rápido y letal, segando gargantas a diestra y siniestra. Debía haber acabado con casi quince Purgadores.
Nergal, por otro lado, me sorprendió. No era un torpe luchando, como cualquiera habría pensado. Y, aunque no era igual de eficiente que Ancel, tampoco dejaba que le atraparan.
Llevaba por lo menos cuatro abatidos.
Entre los tres habíamos acabado con más o menos la mitad de enemigos. Sin embargo, no tardaron en llegar otros diez más.
Yo estaba fuera de combate. Nergal apenas podía con los cuatro atacantes que le acosaban desde todos los lados. Y Ancel había perdido a Musitel, por lo que ahora hacía lo que podía por esquivar los golpes que le lanzaba su contrincante.
Un par de minutos después, nos habían reducido a todos.
Solo tuve tiempo de ver que Ancel esbozaba una sonrisa cansada antes de que todo se volviera negro.

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Muy bien, este es el penúltimo capítulo de Al otro lado de la ventana. El último lo subiré a continuación, para que así podáis leerlos de seguido. 

1 comentario:

  1. Ains, y ya se va a acabar... Me ha encantado, todos y cada uno de los capis :') vamos a por el ùltimo!

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