"Un par de minutos después, nos habían reducido a todos.
Solo tuve tiempo de ver que Ancel esbozaba una sonrisa
cansada antes de que todo se volviera negro."
Y este último capítulo os lo dedico a todos. A todos vosotros. Hayáis estado desde siempre, hayáis llegado cuando apenas quedaban un par de capítulos por subir. A todos y cada uno de vosotros. Mil gracias por acompañarme en este viaje que constituye escribir una novela.
[Este es el capítulo más largo de la novela (19 páginas); disfrutadlo :)]
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Capítulo 25
Cuando me desperté, el mundo no eran más que imágenes
borrosas, ruidos extraños y recuerdos.
Parpadeé varias veces tratando de ignorar el dolor de
cabeza, hasta que pude ver lo que ocurría a mi alrededor.
Una voz calmada (la de Ancel, supuse) hablaba con otra que
me producía escalofríos (Lucifer). Sin embargo, había otras personas en la sala.
Y no eran guardias.
Me habían puesto de espaldas para que no viera, y lo
suficientemente lejos como para que no oyera. Pero ellos no conocían mis
poderes.
“Estúpidos” pensé.
Luego, busqué en mi interior hasta dar con el primer poder
que había aparecido. El que me permitía ver a la gente sin… bueno, sin en
realidad verlos.
Estaba atada de pies y manos con una especie de cinta
aislante, junto a una pared en lo que parecía un gran salón.
Supuse que estaríamos en el Infierno, dentro de la guarida
de Lucifer. A su merced, por supuesto.
Había hasta diez hombres en la sala. Entre ellos Ancel, pero
no había ni rastro de Nergal. Evité preocuparme demasiado antes de saber qué
había pasado.
Lucifer estaba sentado en una especie de trono colocado en
un estrado. Los demás le miraban desde abajo.
No había guardias, aunque todos los Purgadores de la sala
llevaban colgada al cinto una espada, y quién sabe qué otras armas escondían
bajo la ropa.
No pude investigar más, puesto que la puerta uno de los
hombres se había separado del grupo para ir en mi busca.
Aparté mi poder y volví a mi situación. Justo un par de
segundos después, el espíritu había llegado al lugar donde me encontraba.
Sacó la espada y cortó la cinta que impedía que moviera los
pies. Ni siquiera se molestó en mirarme. Algo me decía que le daba incluso
miedo.
Me cogió de un brazo y me levantó a la fuerza. No me debatí,
no serviría para nada.
Me llevó entre los presentes, hasta colocarme al lado de
Ancel, justo frente a Lucifer.
Le dirigí una mirada a Ancel, y este me la devolvió. Parecía
apenado, aunque no entendía por qué.
–Leyna Shellow… –dijo
Lucifer, con un profundo deje en la voz–. Te voy a proponer un trato.
Levanté la cabeza, desafiante. No iba a permitir que Lucifer
me acobardara, aunque en realidad sí lo hiciera.
No obstante, había un par de cosas que me tenían preocupada:
¿por qué Ancel estaba tan devastado? ¿Y dónde demonios se había metido Nergal?
–Ancel y tú lucharéis contra dos de mis hombres en un
combate totalmente igualado. No están permitidos los poderes –añadió mirando a
Ancel–, y tampoco el juego sucio.
–¿Qué pasa si ganamos? –inquirió Ancel con voz ronca.
–Me olvidaré de todo esto, y serás despojado de tu
maldición.
Miré a Ancel, sorprendida. Eso significaba que quedaría
libre de su condición como la Muerte.
Pero…
–Si perdéis, os tengo preparada una sorpresa –Lucifer esbozó
una sonrisa de suficiencia.
–¿Eso es todo lo que pides? ¿Por qué te molestas en ponernos
a combatir?
–Mi querido Ancel… Necesito saber cómo ha avanzado Leyna en
vuestra… carrerita por mis dominios. Mis guardias volvieron impresionados –hizo
un gesto que quedó demasiado teatral–. Yo quiero verlo con mis propios ojos.
Ancel me miró para saber mi opinión. Yo no me iba a rendir
sin luchar, y, además, el poder que desaté me daba cierta habilidad con la
espada, aunque no tanta como la que podía tener Ancel. Sin embargo, era
suficiente como para entretener a mi contrincante durante un largo rato.
–Aceptamos –dijo Ancel finalmente.
–¡Fantástico! –exclamó Lucifer, extrañamente alegre.
Algo me decía que tramaba algo, pero no le di mucha
importancia. De todas maneras, ya no importaba.
–¿Quién luchará contra nosotros? –inquirí.
–Buena pregunta –Satanás asintió–. ¿Algún voluntario?
Dos hombres dieron un paso al frente. Los demás se
apartaron, dejándoles espacio.
–Que alguien le entregue una espada a Leyna –ordenó Lucifer.
–No –replicó Ancel–. Si ella no lucha con su propia espada,
como nosotros, el combate no estará igualado.
–¿Y qué sugieres?
Ancel se encogió de hombros.
–La llevaré a elegir una y haremos el ritual en seguida.
Lucifer se rio.
–Buen intento, chico, pero no cuela. ¿Crees que os dejaría
marchar solos a una sala repleta de armas?
–Las cuales no podemos tocar
–repuso mi compañero.
Lucifer le escrutó la mirada, pero Ancel no se movió.
–Está bien, ¡vale! Pero llevaréis escolta. Y no quiero
tonterías. Este palacio está a rebosar de gente que cumple mis órdenes sin
reparos.
–Por supuesto –Ancel esbozó una sonrisa socarrona antes de
volverse y agarrarme por el brazo.
Me condujo fuera de la sala, seguidos de cuatro espíritus
que portaban amenazadoras espadas colgadas de un cinto atado en sus respectivas
cinturas.
Traté de no hacerles mucho caso y concentrarme en Ancel.
¿Podría comunicarme mentalmente? ¿Me oiría si lo deseaba con la suficiente
fuerza?
Tendría que probar.
“Ancel, ¿qué se supone que estás haciendo?”
Para mi sorpresa, contestó.
“Vamos a por tu espada.”
“¿Y ya está? ¿No es un truco para escapar?”
“Leyna, es imposible escapar de aquí sin Ares. Y lo tienen
custodiado en los establos. La única salida que tenemos es pelear, y lo harás
mejor con tu propia arma. Además, así tendré tiempo para explicarte una última
cosa.”
“Está bien.”
No me gustaba el plan, pero Ancel tenía razón. No teníamos
otra escapatoria. Era luchar o aceptar nuestra derrota. Y esto último resultaba
inconcebible para cualquiera de los dos.
Finalmente llegamos a una puerta custodiada por otros dos
guardias. Estos cruzaron una mirada con los que venían por detrás.
–Órdenes directas –dijo el más alto.
Los dos centinelas asintieron y, con una llave, abrieron la
cerradura. Empujaron las puertas con cierta pesadumbre. Luego, nos indicaron
que pasáramos.
Ancel se volvió hacia nuestros “guardaespaldas”.
–No podéis pasar. El ritual no podría salir bien si hay demasiada
gente. Además, no hay ninguna salida, no vamos a intentar escapar. Somos más
listos que eso –añadió, al ver la mirada escéptica de los cuatro soldados.
Después, entró
sin más preámbulos.
Me sobresalté
al oír el ruido de la puerta al cerrarse. Cuando por fin pude observar con
atención la sala, una sensación sobrecogedora se apoderó de mi cuerpo.
Las paredes
estaban repletas de espadas, mazas, garrotes y todo tipo de armas con diseños
únicos en la empuñadura. En el medio de la habitación había una especie de pila
con un líquido transparente, parecido al agua.
–¿Y ahora? –le pregunté a Ancel.
–Antes de elegir tu nueva espada y compañera, tengo que
hablar contigo.
Ladeé la cabeza, enarcando una ceja.
–¿Ahora?
–Temo que Lucifer nos tienda una trampa. Y, si perdemos,
estoy seguro de que me apartará de ti. Así que este era el único momento en el
que podía decírtelo.
Dio un par de pasos en mi dirección. Nuestras cabezas
estaban tan cerca que casi notaba su aliento en la piel.
Me cogió de las manos.
–¿Por qué crees que nos separará?
Ancel rio levemente ante mi pregunta.
–Porque eres la única forma que tiene de hacerme daño,
Leyna. Te has convertido en mi punto débil.
Si tuviera corazón, seguramente palpitaría a cien por hora.
Pero, a falta de este, mi esencia encrespó como si le hubieran dado una
descarga de electricidad estática.
Me incliné un poco hacia delante, en un ademán de besar a
Ancel. Sin embargo, él soltó una de mis manos para ponerme el dedo índice en
los labios, parándome.
Le miré sorprendida, pero él tenía una sonrisilla pícara en
la boca.
–No puedo hablar si me besas, ¿sabes?
Le di un puñetazo flojo en el hombro y luego volvió a
cogerme las manos. Estaba serio otra vez.
–Escucha. Sé que te he hecho daño escondiéndote lo que te he
escondido, y me odio por ello, pero ambos estamos en peligro si te lo cuento.
Y, de verdad, me encantaría decírtelo, pero…
De nuevo me
incliné para besarle, solo que esta vez no me lo impidió. Me acercó todavía más
a él, de forma que no quedara ni un milímetro entre nuestros cuerpos.
Me besaba con
pasión y ardor, como si nunca más fuera a tener la oportunidad de saborear mis
labios. Y quizá tenía razón.
Por un
momento, me olvidé de que no estábamos vivos, de que no éramos materiales, en
realidad. Todo eso quedó apartado de mi mente. Tan solo existíamos Ancel y yo.
Hasta que no
tuvimos más remedio que separarnos.
–Tenemos que apresurarnos –dijo él, recuperando la
respiración.
Yo asentí, consternada. Teníamos que ganar aquel combate: no
podía permitirme perder a Ancel.
Por primera vez desde mi llegada al Otro Lado me di cuenta
de lo mucho que lo necesitaba. Daba igual que me estuviera ocultando algo de
importancia que, además, tenía que ver conmigo. Nada me haría dejar de quererle
como lo hacía.
–¿Qué tengo que hacer? –le pregunté.
Él cogió un cuchillo no muy grande de un recoveco escondido
en la base de la pila y me lo entregó.
–Este cuchillo es especial. Lo fabricaron las Parcas para
conseguir un poco de la esencia de Lucifer. Tienes que derramar tu sangre sobre
la pila.
–Está bien –asentí, acercándome.
–Las espadas de los Purgadores son especiales porque portan
la esencia de aquel que la empuña. Si tú cogieras a Musitel, probablemente te
rechazaría.
–Pero la cogí, ¿recuerdas? Cuando estaba medio poseída por
mi propio poder.
–Ese es un tema que tengo que investigar –respondió Ancel,
rascándose la nuca–. El caso es, que esa espada te pertenecerá. Será tuya y
solo tuya. Nadie en el campo de batalla podrá arrebatártela. Además, te será
más fácil luchar, porque contiene parte de tu esencia.
–Vale, vamos allá.
Ancel me pasó el cuchillo.
–¿Quieres que lo haga yo o prefieres ocuparte tú?
–Yo lo haré –dije, cerrando los dedos en torno al mango del
puñal.
Coloqué la hoja sobre la palma de mi mano y, apretando la
mandíbula, hice un tajo no muy profundo. Mi esencia brotó, sorprendiéndome. En
verdad era como la verdadera sangre: roja y espesa.
Unas gotas cayeron al agua de la pila, tiñéndola de color
carmín. Ancel asintió.
–En verdad es increíble.
–¿El qué?
–Eso. Tú. Tú eres increíble. La mayoría tenemos la sangre
como… descolorida. Como si se hubiera desteñido.
Le miré a los ojos, con ese color ambarino tan intenso. Él
me devolvió la mirada con una sonrisa incluida, y yo sentí que me derretía.
Después, una luz aún más intensa que la propia del Infierno
brilló desde la pila. Ambos nos giramos para observar el resplandor rojizo. Lo
comparé con el de mi esencia para descubrir que, en efecto, eran iguales.
–Impresionante –susurré.
Ancel dio unos pasos hacia atrás.
–Ahora, cierra los ojos y concéntrate. Sabrás lo que tienes
que hacer.
Asentí por última vez antes de hacer lo que Ancel me
indicaba. En cuanto ya no tuve visión, algo me guio por la sala a ciegas.
Era como una voz, un presentimiento, que me decía por dónde
tenía que ir. Luego, me hizo alargar el brazo para coger la empuñadura de una
espada.
Abrí los ojos.
El arma que tenía entre las manos era ligera, con la hoja
afilada y no demasiado larga. La empuñadura estaba adornada con un par de alas
extendidas.
Ancel se acercó por detrás y asomó la cabeza por encima de
mi hombro para observar mi nueva espada.
Luego, se empezó a reír.
Me giré, extrañada. Tenía una sonrisa irónica en la boca.
–¿Qué? ¿Qué es tan gracioso?
–Nada. Es solo que esa es la única espada que existe que ha
tenido oportunidad de Convertirme.
Miré sorprendida el arma de nuevo.
Las plumas de las alas parecían sonreírme. Yo las sonreí a
ellas, y en seguida supe que llegaría lejos con aquella espada. No importaba si
me separaban de Ancel, no importaba cuántos espíritus tuviera que mandar al
Limbo, porque con aquella nueva amiga le encontraría.
–Vale. Toca ponerle un nombre –me dijo Ancel.
–Valimai –respondí, admirando el filo.
De vuelta en la sala repleta de hombres que, muy
seguramente, nos querían “muertos”, Lucifer aplaudió nuestra llegada.
–Abrid espacio, señores. Estos jóvenes se merecen vuestro
respeto.
Supe que los demás no lo aprobaban, a pesar de que nadie se
atrevió a contradecir a su señor.
–Haced un círculo amplio, aprisa. Quiero que empiece el
espectáculo.
Los hombres se movieron rápidamente. Se pegaron a las
paredes para dejarnos el máximo espacio posible. Algo me decía que lo íbamos a
necesitar.
–Leyna, déjame ver tu espada, por favor –me dijo Lucifer,
enarcando una ceja.
Yo levanté la cabeza, desafiante, y le miré directamente a
los ojos.
–Por supuesto –respondí con voz fría.
Me acerqué hasta las escaleras del estrado sobre el que se
encontraba Lucifer. Pensé en atravesarle con Valimai cuando estuviera a la
distancia adecuada, pero en seguida deseché la idea. Nos matarían al instante.
Lucifer observó la espada con curiosidad, sin atreverse a
tocarla.
Entonces, al reparar en la empuñadura, se le abrieron mucho
los ojos.
–Imposible… –murmuró–. Señores –dijo entonces, mirando a sus
hombres–. Esta chica que tanto nos hemos esforzado por traer porta la antigua
espada del arcángel Gabriel, aquel a quien Ancel abatió en la Batalla del
Campo, y después perdimos a manos de un asqueroso Alma.
Unos murmullos de sorpresa recorrieron la sala. Pero yo solo
tenía ojos para Ancel y su sonrisa orgullosa. Se la devolví, feliz a pesar de
todo.
Tenía que concentrarme en la pelea.
Los dos Purgadores a los que nos enfrentábamos estaban
esperándonos.
–Vamos a patear algunos traseros –le dije a Ancel,
guiñándole un ojo con complicidad.
Él esbozó una sonrisa torcida, avanzando también hacia el
centro de la sala. Nos reunimos allí los cuatro, enfrentándonos, aunque
guardando una distancia prudencial.
–Empezad –ordenó Lucifer.
Bajé la cabeza a modo de saludo, tal como había visto hacer
a Ancel cuando había luchado contra Nergal.
Cuando levanté la vista, el espíritu que estaba frente a mí
atacó.
Recordé algo que había leído en un libro: “si te ataca
primero, se deja al descubierto”.
Así que le observé con atención en el poco tiempo que tardó en
alcanzarme. Portaba la espada en la mano derecha, al igual que yo, pero él la
tenía en alto, dejando desprotegido el costado izquierdo.
Me adelanté a él, esquivé su golpe, y propicié el mío
directo a sus costillas. Él trató de evitarlo, pero reaccionó tarde, por lo que
conseguí hacerle un tajo poco profundo.
Soltó un juramento mientras se recomponía, con la mano sobre
la herida. Me fijé levemente en su sangre: roja, pero como si fuera
transparente, tal y como Ancel había dicho.
Me coloqué en guardia, cubriendo los puntos más vulnerables.
El otro Purgador me observó con atención: ya no me subestimaría.
Nos miramos un segundo a los ojos, y no me sorprendió
encontrar nada más que furia en los suyos. Yo me había encargado de colocar la
máscara de indiferencia que Ancel solía llevar en un combate.
Mi contrincante volvió a la carga en un momento en el que
estaba más o menos desprevenida. Me alcanzó levemente el brazo. No lo
suficiente como para hacerme mucho daño, pero al menos eso le otorgó un poco de
ventaja para lanzar otra estocada.
Di un salto hacia atrás para esquivar su siguiente golpe,
pero había un pie puesto justo detrás del mío, de modo que tropecé y caí al
suelo de espaldas.
En mi campo de visión entraron tres pares de ojos. Ninguno
era ámbar.
No obstante, oía los gritos desesperados de Ancel, chillando
mi nombre a todo pulmón.
¿Qué demonios estaba pasando?
Entre los tres Purgadores me pusieron en pie, sujetándome
fuerte. Entre ellos se encontraba mi adversario.
Levanté el pie para darle una patada en la entrepierna, pero
me vio venir y se apartó a tiempo. Solté una palabrota entre dientes mientras
me guiaban para poder ver a Ancel.
Este se debatía entre los brazos de cinco Purgadores.
Chillaba, daba patadas, arañaba, pero no había manera de soltarse.
Yo también empecé a luchar, aun a sabiendas de que era en
vano.
Faltaban dos hombres, a quienes pude ver por fin en una de
mis refriegas para quedar libre.
Estaban junto a Lucifer, mirando inquietos a la pared.
Un momento. ¿La pared?
En ese momento, una luz blanca y pura surgió del lugar donde
estaban los Purgadores. Todos nos tapamos los ojos en un acto por proteger
nuestra vista. Sin embargo, tanto Ancel como yo aprovechamos el tiempo para soltarnos,
a pesar de que no llegamos muy lejos, puesto que una figura se recortó contra
la luz entrante.
Un Alma.
En el Infierno.
Esto no tenía nada de sentido.
El visitante habló con Lucifer y sus dos hombres,
manteniendo una prudencial distancia. Las manos de los cuatro estaban sobre las
empuñaduras de sus respectivas armas.
La conversación no fue demasiado larga. De hecho, ni
siquiera creo que fuera una conversación propiamente dicha.
El Alma entró a la sala, inquieto pero seguro.
Ancel y yo estábamos en lados opuestos de la sala: yo en una
esquina y el en la otra. Y, sin embargo, eso no evitó que cruzáramos una
mirada.
Me encogí de hombros, dándole a entender que no tenía ni
idea de lo que estaba pasando.
El Alma se acercó peligrosamente a Ancel, observándole con
los ojos entrecerrados.
Después, se volvió hacia Lucifer y todos los presentes.
–En nombre de todo el Ejército de los Cielos, os damos las
gracias por hacernos tal útil regalo. No caerá en el olvido.
Todo el mundo parecía saber de qué hablaba. Todo el mundo,
menos Ancel y yo misma, por supuesto.
¿Qué demonios significaba “tal útil regalo”?
No tardé en descubrirlo. Y no me gustó nada.
El Alma se giró hacia Ancel de nuevo, desenvainando la
espada. Desde mi posición pude ver cómo los hombres que le sujetaban apretaban
sus agarres.
El visitante observó a mi compañero un segundo, antes de
mover velozmente su espada y hundirla en el pecho de Ancel.
Él miró a Lucifer con los ojos abiertos, pero en seguida sus
ojos me buscaron a mí.
“Te quiero”, pude leer en sus labios.
Su esencia se iba tornando cada vez más transparente, dando
lugar al Cambio.
Empecé a chillar, conforme las lágrimas corrían por mis
mejillas.
–¡LEYNA! ¡ESCÚCHAME, LEYNA! –bramó Ancel. Dejé de gritar
para poder oírle, para poder escuchar sus últimas palabras antes de que se
Convirtiera–. Encontraré la forma de volver. Te lo prometo.
Solo pude pensar en lo que Ancel me había dicho mucho tiempo
atrás: “nunca incumplo mis promesas”, mientras su esencia se transformaba hasta
desvanecerse por completo.
FIN DEL PRIMER LIBRO
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Bien, pues hasta aquí hemos llegado. Como podéis leer arriba, esto es solo el principio de algo más :) Quería decir que ha sido esta misma mañana cuando he escrito esas palabrejas que tanto significan para mí. Es un auténtico reto escribir un libro, y, aunque de primeras puede parecer un tanto solitario, en realidad no lo es. Todo esto no habría sucedido sin vosotros, lectores. Hay algunos escritores que escriben para ellos mismos, otros que no escriben para nadie, y luego estamos los que escribimos para todos: para nosotros, para vosotros y para nadie.
Bueno, solo era anunciar que me tomaré lo que queda de verano para descansar de novelas, y lo utilizaré para escribir relatos y demás. Luego comenzaré a preparar la segunda parte, y escribiré los primeros diez capítulos antes de ponerme a subir nada. Lo haré en un blog aparte.
Creo que eso es todo, de momento. A los que queráis que os avise cuando suba algo en el blog de relatos, tan solo ponedlo en un comentario abajo. ¡Ah! Tengo un vecino que estuvo trabajando un tiempo con SM, y, en cuanto se enteró de que escribía, me pidió que le dejara leer algo. Lo hice, y le encantó. Así que me dijo que cuando terminara mi novela, que se la enviara por correo y él se encargaría de hacérsela llegar a un editor amigo suyo. Así que ya veis. No es que la vaya a publicar, pero por lo menos este editor me podrá aconsejar, corregir y criticar, por lo que creo que es genial.
Bueno, y ahora solo me queda despedirme y dejaros una sorpresita: la sinopsis (temporal) de la novela que estoy desarrollando.
El internado Berlian ha vuelto a abrir sus puertas.
Pasados sesenta años desde que cerró repentinamente, la
reapertura del centro ha sido igual de súbita. No se ha hecho ninguna
remodelación, pero los profesores han cambiado la forma tradicional de admitir
alumnos.
Aquellos que deseen entrar deberán superar una ardua prueba.
Esta constará de una parte intelectual y otra física. El que suspenda una de
las dos será directamente eliminado.
Brendan Haleford ha conseguido su matrícula. Tampoco es que
le haga mucha ilusión, pero necesita olvidarse de todo lo que deja atrás. Lo
que ninguno de los alumnos sabe, es que, una vez cruzas las puertas de Berlian,
no hay marcha atrás.
¿Por qué cerró el internado sesenta años atrás? ¿Qué les ha
traído a abrirlo de nuevo? ¿Quién lo dirige? Y, sobre todo, ¿qué son esos ruidos
que provienen de la última planta?
Son las preguntas que se les pasan a los alumnos
continuamente. Pero nadie puede parar a buscar una respuesta, porque el final
de curso les espera. Y hay una sorpresa aguardando.
Bueno, esto ha llegado a su fin, pero pronto tendréis más noticias de lo que pasa con Ancel; dónde está Nergal; qué hará Leyna ahora que ha perdido lo único que la anclaba al Infierno...
Muchas gracias, de verdad. A todos. Nos veremos pronto.