¿Qué te parece la historia

viernes, 28 de marzo de 2014

Capítulo 9.

Hola^^ Aquí... bueno, sigue sin haber acción, lo que se llama acción, pero este capítulo es más diferente^^ Espero haberlo escrito de manera que nadie llegue a sentirse mal, por algo que le ha pasado recientemente o algo, así que, si no lo he conseguido, pido perdón por adelantado. Segundo, no me matéis cuando lleguéis al final :3 Comentarios por favor. 

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Capítulo 9.
–¿Qué has dicho?
–Lo has oído bien.
–¿El espíritu más deseado del Otro Lado? Estás de broma.
–En absoluto. Comprobarías que tengo razón si vienes conmigo.
Puse los ojos en blanco.
¿Qué otra cosa podía hacer? Tal vez podría intentar atrasarlo, o sacarle más información acerca de Lucifer y el Infierno. ¿Sería como en los cuentos? ¿Todo fuego, maldad y oscuridad? De algún modo, sabía que no.
–Quiero poner una condición –anuncié.
Ancel se giró y abrió mucho los ojos.
–¿Otra? –Inquirió, con tono de burla y llevándose un puñetazo de mi parte en el hombro, que fue más flojo de lo que había previsto.
–Sí –respondí con aplomo.
–Dispara –de nuevo, una sonrisa torcida se había apoderado de su rostro.
–Quiero ver a mi familia.

Respiré hondo por septuagésima vez, intentando en vano que Ancel no me viera.
–Me estás poniendo nervioso.
–No lo puedo evitar. Me tranquiliza.
–No, no lo hace. Lo único que hace es fastidiarme –protestó.
Me volví hacia él.
–En serio, Ancel, dos cositas de nada. ¿Cómo es posible que seas el General del ejército siendo tan quejica? Y la otra ¿por qué tuve que estar atada a un tío tan pesado?
–Porque no me has visto a la hora de luchar. Y mejor no te lamentes demasiado, recuerda que yo también estoy atado a ti –añadió, con una sonrisa de las suyas.
Me di la vuelta de nuevo, mirando el camino que tan bien conocía. La grava del camino de entrada, enemiga acérrima de mis rodillas cuando era pequeña; los pequeños tulipanes de colores en el jardín; la inmaculada pintura blanca del porche.
Me detuve ante la puerta y apoyé el puño cerrado contra el marco, intentando controlar mis emociones.
Noté una suave presión en el hombro, y, al volverme, descubrí a Ancel con la sonrisa más adorable que había visto en mi vida.
Me pareció increíble que tuviera tantas facetas. Yo solo conocía tres –la simpática, la sarcástica y la intimidadora–, pero me apostaba lo que fuera a que me faltaban muchas más por descubrir.
–¿Te arrepientes? –Preguntó.
Rememoré el momento de mi muerte, y después a mi sucio hermano y mi querida madre. Ni siquiera les había dedicado un solo pensamiento, y se lo debía.
–No –dije con aplomo.
–Así me gusta –sonrió Ancel.
–¿Podemos atravesarla o la tenemos que abrir? –Inquirí, señalando a la puerta.
Ancel hizo un mohín.
–Espera aquí y no te muevas.
La última vez que me había dicho eso había matado a un hombre.
–Ni de coña.
Él me miró sin entender hasta que final cayó en la cuenta.
–¿Crees que me voy a cargar a tu familia? –Profirió una sonora carcajada que sonaba sincera.
–No tienes ninguna razón para no hacerlo, pero tienes al menos una para matarlos.
–¿Ah, sí? ¿Cuál?
–Pues, por ejemplo, yo no voy a ir contigo hasta que les vea, así que si te los cargas, no tendré que más remedio que ir contigo.
Ancel se acercó.
–¿Y no has deseado ni por un momento que la palmen para acompañarte?
–No –y era la verdad.
–Eres muy rara –declaró Ancel, apartándose–. Pero, de todas formas, ¿qué te hace pensar que los voy a matar?
–No lo sé. Das mucho miedo, por si no te has dado cuenta.
Él se miró entero, frunciendo el ceño.
–Llevo una sudadera negra, unos vaqueros y unas zapatillas normales. Dejando de lado mi altura y mi masculinidad, ¿qué te hace pensar que los voy a matar?
–Oh, está bien. En cualquier caso, ¿cómo podría saber si tienes que matar a alguien, si no me cuentas nada?
Ancel puso los ojos en blanco mientras se apoyaba contra el marco de la puerta, quedando muy cerca de mí.
–No te puedo contar gran cosa, pero si tengo que matar a alguien, me da un jamacuco, mi energía cambia y mis ojos se vuelven azules.
–Recibido.
–Y ahora, espérame aquí y no te muevas. No hagas nada si ves a algún vecino o familiar, ¿está claro?
–Cristalino –dije, poniendo la sonrisa más inocente que pude.
Ancel me miró de reojo y bajó las escaleras del porche para rodear la casa por el jardín. Le seguí con la mirada hasta perderle de vista, y entonces me senté en el primer escalón, apoyando mi codo en el muslo y la cabeza en la mano.
¿Quería realmente ver a mi familia? Le había dado muchas vueltas al tema durante el trayecto, pero no había sacado ninguna conclusión.
Mi cabeza tenía sentimientos encontrados.
Ni siquiera sabía cuál era el mayor. Ambos tenían el mismo peso, y eso no lo hacía fácil. Sin embargo, ya había tomado mi decisión.
Por mi madre y mi pesado pero querido hermano.
Un ruido que provenía del jardín me sobresaltó, haciéndome ponerme en pie. Escruté la parte trasera de la casa, sin moverme de mi sitio tal y como Ancel me había dicho.
Pero, ¿por qué le hacía caso? Podría echarle fácilmente la culpa si algo pasaba. Era él quien no me quería contar lo que pasaba.
Bajé el primer escalón indecisa, y me quedé allí parada, imaginando toda la clase de cosas que podrían suceder si abandonaba mi puesto.
El problema era que no tenía absoluta idea de a qué cosas me enfrentaba. Ni siquiera sabía si tenían que ver con el Mundo de los Muertos.
Suspiré y bajé los dos escalones restantes, deteniéndome al pie de la escalera. Agudicé el oído, tratando de escuchar un ruido de nuevo.
Lo había oído claramente, lo que significaba que lo que fuera que había producido el sonido estaba bien muerto.
Y entonces me entró la duda sobre si Ancel estaba en peligro. Algo me decía que el ruido tenía que ver con él, pero, ¿hasta qué punto?
Decidí moverme. Si estaba en peligro, ya me lo agradecería. Y si no… bueno, soy Leyna Shellow. No me voy a quedar sentada.
El silencio que reinaba me pareció de repente muy abrumador, y el recuerdo de las películas de miedo que pude ver cuando estaba viva –no fueron muchas, era una cagada– me atenazaba la garganta.
Me imaginé al psicópata suicida agarrando a Ancel por la garganta en el patio trasero de mi casa –porque, seamos realistas, ¿Ancel tropezándose? ¿Y luego que van? ¿Ranas con pelo?
Sabía que probablemente no podía cargárselo, pero yo había sentido el dolor, y no era agradable. Porque cuando estás vivo el dolor lo sientes realmente en el cerebro, e incluso puede remitirse con juegos mentales. Pero aquí… esto era dolor de verdad. Un pinchazo que recorría los recovecos más hondos de tu alma. Como decía, no era agradable.
Avancé durante todo el largo de la casa andando en silencio, procurando no hacer nada de ruido –y tropezándome hasta con el aire– y mirando hacia atrás constantemente.
Justo en el momento en el que torcí la esquina, un cuerpo muy alto se abalanzó sobre mí, haciéndome brincar hacia atrás.
Algo me decía que de haber tenido un corazón, se habría parado sin dudarlo.
Tropecé con una de las herramientas que usaba mi hermano –o que era obligado a usar por mi madre– para limpiar el jardín.
Vi una sombra en el suelo a mi lado, profiriendo sonidos y revolcándose en el césped.
Ancel. Riéndose.
–¿Tan gracioso ha sido? –Fruncí el ceño.
–¡Hacía siglos que no me reía así! –Exclamó.
–Literalmente –mascullé, levantándome.
Ancel se rio durante un buen rato más, restregándomelo por la cara, hasta que saqué el tema de su pasado.
En ese momento, se parecía a mí por las mañanas. Cuando odias a todo ser humano que ose dirigirte la palabra, para aclarar.
–¿Y bien? ¿Qué pasa con mi familia?
–Oh, sí. No están en casa.
–¿Qué? ¿Y dónde están?
Y de nuevo, sentimientos encontrados. Una mezcla de alivio y decepción se apoderó de mí, sin saber cuál imponía más.
–En tu funeral.

Me obligué a modular mis respiraciones para que no me diera un ataque de nervios. ¿Mi funeral?
Ancel y yo nos encontrábamos en frente del tanatorio local, que estaba justo al lado del cementerio.
–Leyna, vamos a hacer una cosa. No vas a entrar hasta que estés calmada ¿vale? Nos jugamos mucho aquí.
Y por primera vez, supe lo mucho que estaba arriesgando por mi culpa. Él no tendría que estar aquí, acompañándome en mi funeral, sino postrado ante Lucifer, conmigo a su lado.
Sin embargo, estábamos aquí.
Le miré de reojo, un gesto apenas visible, pero que él sí pudo percibir. Me lanzó una sonrisa amigable que consiguió calmarme.
–Ya estoy lista.
–¿Estás segura? Tu energía vibra demasiado –hizo un mohín–. No tendrás familiares médiums, ¿verdad?
Negué con la cabeza, aunque evité preguntar por qué quería saber eso.
Mientras cruzábamos las puertas del tanatorio, pregunté a Ancel:
–¿Y cómo sabes que están aquí?
–Tu madre lo dejó apuntado en una nota. Estaba en la nevera.
–¿Has entrado a mi casa?
–Ajá. Por la puerta de atrás –dijo, anticipándose a mi pregunta.
–¿Y sabías que había una puerta trasera?
–Soy de los que hacen bien su trabajo.
Recordé el momento de mi muerte. Lo que había hecho antes, y caí en algo.
–La nota…
–La escribí yo –Ancel asintió–. Me materialicé y escribí la nota haciéndome pasar por el chico que te gustaba.
–No me gustaba.
–Lo que sea. El caso es, ¿no notaste que ese día no fue al instituto?
Y sí, lo noté. Como para no hacerlo. Prácticamente, Lía y yo nos pasábamos todos los tiempos libres acosándole.
–Y el del coche…
–También era yo –concedió.
Rememoré el momento, la última visión que tuve antes de que el coche conducido por el mismo chico que tenía al lado me arroyase.
Unos ojos azules. Azules eléctricos.
–Uf.
–Y esa es la razón por la cual no te respondo todas las preguntas. Es demasiada información, y muy fuerte. Es mejor que te la diga poco a poco –y añadió–: te espero fuera para darte intimidad.
Asentí mientras cruzaba la puerta que daba a mi capilla ardiente. En un ataúd de madera, reposaba mi cuerpo, cubierto de flores.
Mi familia estaba reunida en torno a él, con trajes negros y las caras rojas del llanto. O bueno, lo que quedaba de mi familia.
Tanto mi tío como su esposa habían perecido en el mundo de la bebida. Mi padre había muerto en la guerra de Irak, y mi madre tenía una sola hermana soltera que padecía una extraña enfermedad. Mis abuelos… bueno, ya los vería por aquí.
Pero el que más me rompió el corazón, a pesar de la sorpresa, fue mi hermano. Estaba sentado en una silla, con los hombros hundidos y la cabeza gacha. Lágrimas saladas caían al suelo bajo sus pies, empapando a veces su bonito traje negro.
Me dieron ganas de correr a abrazarlo, de consolarle. Ya tenía los quince cumplidos, pero eso no quitaba que no siguiera siendo mi hermano pequeño. Además, también había perdido a su padre.
–Ni se te ocurra –dijo Ancel, desde la puerta.
Observaba todo atentamente, con la misma expresión impasible, aunque pude atisbar un brillo de compasión en sus ojos. No obstante, fue tan ligero que creí que me lo había imaginado.
Resoplé y me acerqué al ataúd. Mi madre estaba asomada a él, acariciándome la cara con la mano y retirándome los pelos castaños de la frente.
Ambos párpados estaban bajados, y noté que habían cubierto bien la herida del costado con una blusa blanca y unos vaqueros.
No obstante, aún se notaban los moratones de la cara. Así no podré ligar.
En ese momento llegó el cura, y me pregunté por qué habían hecho el funeral en la misma capilla ardiente.
–¿Nos vamos a quedar toda la misa? –Inquirió Ancel desde la puerta.
Miré a mi madre y después a mi hermano, que seguía llorando en la silla, y supe que no iba a poder soportar sus palabras.
Cuando íbamos a salir, llegó una persona más, que reconocí en seguida.
Lía.
Entró corriendo, por lo que, de no ser por Ancel, casi me pasa por encima… O me atraviesa. Lo que sea.
Ancel me miró con la pregunta explícita en sus ojos.
–Tengo que ir –respondí solamente. No tenía tiempo para dar explicaciones y no podía marcharme sin despedirme de mi mejor amiga.
Él asintió y yo le imité, para darle a entender que se lo agradecía. Acto seguido me giré y corrí hacia el final de la sala, donde encontré a Lía abrazando a Mike, mi hermano.
Luego le dio un beso en la boca.
Los miré con los ojos como platos. ¿Habían empezado a salir ahora o antes de mi muerte?
Me acerqué más, agudizando el oído para poder captar algo de su conversación.
–No se lo pudimos… –decía él.
–Lo sé. No sé cómo habría reaccionado.
Luego mi hermano dijo algo más, que hizo que ambos soltaran una leve risita. En el fondo, me sentía feliz por ellos.
No podía culparlos al fin y al cabo. Si yo hubiese estado en el puesto de mi mejor amiga tampoco habría sabido decírselo, y ninguno tenía por qué saber que me iba a morir.
Les dediqué una sonrisa que no podían ver y me marché en pos de Ancel.
Desandamos el camino hasta el parque donde nos habíamos encontrado la primera vez. Para mi sorpresa, Ares estaba allí, echado en la hierba.
Otra cosa que también me sorprendió era que aun tumbado seguía siendo jodidamente más alto que yo.
–Es un frisón –informó Ancel–. Solo admite el color negro, y los caballos de esta raza son bastante grandes.
–Lo he podido notar –repliqué, mirando de reojo al semental que seguía con sus miradas venenosas hacia mi persona.
Ancel se acercó y le palmeó el cuello, para luego incitarlo a levantarse. El animal obedeció, levantándose imponente sobre sus cuatro patas, y Ancel me tendió la mano para ayudarme a subir.
–Qué caballeroso –ironicé.
–Espera a ver –esbozó una sonrisa traviesa que no me gustó un pelo.
–¿Vas a parlotear o a ayudarme a subir?
–Pon las manos a ambos lados de la silla –lo hice–. Y ahora, flexiona tu pierna izquierda.
Ancel me agarró la pierna.
–A la de tres, salta y pasa la derecha por encima, y ya estás arriba.
–¿Dónde encaja aquí tu sonrisa malvada?
–Ya lo verás –se acercó a mí, puesto que noté su aliento contra mi nuca–. Una, dos, tres.
Y salté, sintiendo la ayuda que Ancel me proporcionaba impulsándome hacia arriba desde la pierna… hasta que puso su mano sobre mi trasero.
Terminé de subir, y, cuando estuve acomodada sobre la montura, le lancé la peor mirada del mundo. Alzó las manos, reprimiendo la risa.
–Yo te avisé, y el que avisa no es traidor.
–No te tacho de traidor, pero el guantazo te lo llevarás.
Sonrió ácidamente y subió delante de mí.
–Vamos a cambiar de plano, así que agárrate fuerte –casi pude ver su sonrisa irónica, pero le creía, por lo que pasé mis manos alrededor de su cintura.
–Tengo una pregunta –dije antes de que partiéramos–. ¿Cómo es que ya es mi funeral? Apenas han pasado unas horas desde mi muerte.
–El tiempo es diferente aquí –respondió Ancel.
–Pero cuando hemos ido allí, actuaban con normalidad. Es decir, no iban más deprisa.
–Sí, bueno, me ha costado algo de trabajo.
No me dio tiempo a contestarle, porque agarró las riendas y clavó los talones en los flancos del semental, quien obedientemente partió al galope. Pero no era un galope corto.
El aire golpeando mi cara fuertemente me hizo cerrar los ojos, por lo que no me enteré mucho de la transición. Tan solo noté algo que me recorrió de arriba abajo, y luego nada.
Al abrir los ojos, una inmensa luz me envolvió. Y esa fue la primera vista que tuve del Infierno.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Capítulo 8.

Bueno, lo siento, sigue sin haber demasiada acción :S Pero no os preocupéis, que a partir del siguiente vais a alucinar^^ Y os digo lo mismo de siempre: he intentado meter pizcas de humor para hacer la lectura más amena, ya que no hay nada de peligro... ¿o sí? Comentarios por favor^^

Capítulo 8.
–¿Qué…? ¿Cómo…? –Traté de formular la pregunta correcta, la que me pudiera asegurar una respuesta fiable, pero no conseguí encontrarla. Aunque, tratándose de Ancel, tampoco obtendría una buena explicación.
–¿Crees en el destino? –Preguntó Ancel, sin hacer caso a mis balbuceos.
–No sé… sí pero no –me lanzó una mirada maliciosa.
–Luego dices que no soy claro.
Le saqué la lengua.
–Me lo estás pegando. Aléjate un metro de aquí, que no tardaré en empezar a hablar de lo buena que estoy.
Él reprimió una risa.
–Explícate –dijo después de un silencio.
–Quiero decir, no creo en que todo esté escrito, pero sí creo en que las cosas pasan por algo. O sea, a lo mejor mi muerte está relacionado con algo mucho más grande…
–No sabes lo bien encaminada que vas –murmuró, más para sí mismo que para mí.
No obstante, lo oí. Y, la verdad, no supe qué pensar acerca de ello, por lo que lo dejé pasar.
–Pero si tengo que hacer algo importante, pueden pasar varias cosas –arqueó las cejas, dándome a entender que se había perdido en el “pero” –. A ver, ¿no has visto…? –Me interrumpí–. Oh, claro. No sabes lo que es una película.
–Saberlo, lo sé. Pero nunca he visto una. Sí que he leído libros, sin embargo.
–¿En serio? ¿Sobre cómo conquistar territorios?
–Era soldado, pero no el rey de roma.
–Es igual. Explica lo de los libros.
–Bueno, digamos que Lucifer y yo somos conocidos, y él ostenta un gran poder sobre el mundo inmaterial y también sobre el material. El porqué, te lo contará él si quiere.
–Guau. Me has hablado del mismísimo Diablo como si fuera tu mejor amigo. ¿Sabes? Creo que hasta hace unos segundos, ni siquiera sabía que Satanás existía.
–Ahora sí –sonrió–. Bien, pues él consiguió convertir libros materiales en esencia, y traerlos al Otro Lado. Es un largo proceso, así que no me preguntes acerca de ello... Y, bueno, también aquí hay escritores.
Asentí.
–Bien, pues supongo que algún libro habrás leído sobre el típico protagonista que tiene un destino mega importante.
–Ajá.
–Pues a eso me refiero. Ese tipo de destino que está escrito y  no se puede cambiar. No creo en eso, sobre todo porque al final lo acaban cambiando. Creo que las cosas no pasan porque sí, pero no creo en que nuestro futuro está escrito.
–Lo he pillado –sonrió.
–Mejor, porque me había quedado muy bien y no pensaba repetírtelo.
Me di cuenta de repente de que aún estábamos a lomos del semental negro de Ancel. El caballo no se había movido nada, y aguardaba pacientemente a que su amo diera alguna orden.
Aun así, supe que seguía mirándome mal.
–¿Tiene nombre? –Dije, señalando al animal.
–Ares –Ancel sonrió.
–¿Debo tomarlo como una indirecta?
–Depende de si sabes quién es Ares, y de si sueles pillar bien las indirectas.
–Sí a los dos.
Ancel arqueó las cejas, como si no me creyese.
–Ares es el dios de la guerra ¿no? –Inquirí.
–Tómatelo como una indirecta –afirmó, reprimiendo una sonrisa–. Y ahora, vámonos –añadió, girándose de nuevo y rozándome levemente en la pierna.
–No –y salté al suelo.
Gran error.
Ares era más alto de lo que pensaba, por lo que al caer con un ruido sordo, mi tobillo decidió no seguir la dirección que debía, sino que, en un intento de huida, se animó a seguir un rumbo completamente contrario.
Un pinchazo recorrió mi alma entera (literalmente), mientras caía de rodillas en el suelo.
–¿Se puede saber cómo siento el dolor estando muerta? –Mascullé.
–Oh. Otra cosa que te podría explicar si vinieses conmigo y no saltases de mi caballo –ironizó, descendiendo también al suelo.
Solo que él lo hacía con demasiada elegancia.
–¿Es tu tobillo? –Se agachó a mi lado.
–Ha decidido que no quiere seguir viviendo conmigo. Y se ha llevado a Pie.
–Te entiendo perfectamente –respondió Ancel, hablándole a mi extremidad derecha.
Entrecerré los ojos y, apoyándome en él, conseguí incorporarme –he de decir que intenté dejar a Ancel en el suelo, pero en mi defensa alegaré que se alió con mi extremidad inferior derecha para destruirme.
Los brazos de Ancel me rodeaban la cintura, formando un abrazo protector en torno a mi cuerpo, y, aunque aún sentía las punzadas de dolor que subían y bajaban por mi espíritu, todo pareció calmarse frente a la electricidad que expulsaba la esencia de Ancel.
En un momento de orgullo pensé en soltarme y apartarle, pero al recordar los momentos posteriores a mi muerte, en los que lo único que había era soledad, frío y vacío, aprecié, por primera vez desde que le conocía, la presencia de Ancel. No sabía nada sobre él, no me quería contar nada, a pesar de que sabía las respuestas a todas mis preguntas, y era un capullo, pero la simple cosa de que estuviera allí, apoyándome indirectamente y guiándome cuando me podría haber dejado a la intemperie, era más de lo que podía esperar.
–¿Sabes? Tú quieres una cosa, yo otra. Te estoy ofreciendo un trato –dijo, rompiendo el silencio–, que muchos otros no dudarían en aceptar. Además de que estoy buenísimo. ¿Por qué tú no haces lo lógico?
–Primero, porque sabes que no suelo ser coherente. Y segundo, ¿cómo puedo saber que cumplirás?
–Créeme por una vez si te digo que nunca incumplo mi palabra. Puedo ser un mentiroso, un farsante y hasta un asesino, pero jamás incumplo mi palabra.
Por su tono supe que hablaba en serio y que lo de incumplir la palabra tenía que ver con algo que pasó hacía mucho tiempo.
Lo consideré, lo juro. Pero…
–Lo siento. No puedo.
–¿Por qué no? ¿Qué más da, de todas formas? Ambos sabemos que soy tu única compañía, el único con respuestas y que no tienes nada más que hacer.
–Puedo buscar a mi padre –respondí.
–También sabemos que solo lo dices para no venir.
–Bueno, ya puestos a preguntar por qué, dime, ¿por qué tengo que ir contigo?
–¿Vendrías si te explicara algo? Es como un perro, cada vez que hace algo bien le das una chuche. ¿Qué te parece si me acompañas y te voy soltando información?
–¿Qué te parece si no me comparas con un perro? –Dije, de brazos cruzados.
Ancel puso los ojos en blanco.
–Ya sabes a lo que me refiero. Es una metáfora, no una indirecta.
Abrí la boca. No lo había pensado así.
–De todas maneras, no voy a cambiar de opinión.
–¿Por qué no? ¿Es que no me crees?
Cerré los puños con fuerza. Sabía que lo estaba haciendo a posta. Su tono demostraba auténtica pena, pero ¿hasta qué punto era creíble?
Luché para no caer y decirle que sí. Debía ser fuerte y mantenerme firme, sobre todo estando ante a alguien tan misterioso y extraño como Ancel, que seguro era bien capaz de colármela sin esfuerzo.
Sus ojos ambarinos relucieron con un brillo de aflicción mientras apuntaban a los míos. Sentí mis defensas hundiéndose, desmoronándose lentamente bajo el color ámbar.
–Si no me gusta la información, me quedo –dije, mordiéndome el labio.
Su cara cambió en medio segundo. Sus ojos resplandecieron de alegría, y una sonrisa radiante se formó en su boca.
–Genial –dijo–. Déjame pensar.
–¿Acaso sabes? –Me hice la sorprendida mientras reprimía una sonrisa.
Él arqueó las cejas y luego se puso serio, mirando al horizonte, como si pudiera ver más allá de lo que había.
–¿No me dejas preguntarte? A lo mejor así no te provocas un cortocircuito ahí dentro –me toqué la sien con el dedo.
–No. Tengo que elegirlo yo.
–¿Vas a tardar mucho? –Pregunté después de un rato en silencio.
–No. Es solo que no sé lo que técnicamente puedo contarte.
–Pues ya puedes ir escupiendo información, porque si no me voy a quedar aquí sentada.
–Mm… vale. Mira, querías saber por qué tienes que venir conmigo ¿no?
–Ajá –sentí una pizca de emoción recorriéndome entera.
–Te voy a decir por qué no debes no venir conmigo –y la chispa de esperanza se apagó.
No pude evitar expresar mi disconformidad.
–¿Esa expresión es gramaticalmente correcta? –Inquirí con un tono más amargo de lo esperado.
–No lo sé. Pero no te desanimes, es más de lo que esperas.
–Ya lo veremos –murmuré tan bajo como pude para que no lo escuchase.
–Que sepas que si lo que te voy a decir no es de tu agrado, no tendrás más opción que acompañarme. Ahora estoy siendo generoso, porque me apetece conocerte más –una sinuosa sonrisa con un brillo malicioso asomó a su boca–, pero no me voy a jugar la existencia en el limbo.
–¿Ah, sí? ¿Y eso por qué es? ¿Crees que no voy a oponer resistencia?
–Sé que lo harás, pero no me vencerás. No aún –no pregunté qué significaba ese “aún”.
–¿Y eso? –Intenté disimular mi interés, aunque no obtuve buenos resultados.
–Porque estás unida a mí.
Proferí una carcajada.
–¿Y funciona?
–El lazo es más poderoso de lo que crees. Si decido irme al Infierno, te verás arrastrada.
–¿Y si yo decido irme a buscar a mi padre? Si el lazo nos une a ambos, ¿no tendría yo poder para arrastrarte a ti?
–Puede, pero ahora mismo yo soy el más fuerte.
Hice una mueca. Tenía razón, si aún no estaba con él arrodillada frente a Satanás era porque él quería. Sin embargo, mi orgullo se negaba a aceptarlo.
–¿Y cómo sé que no es una farsa?
–Te dije que te daría información.
–Pero también dijiste que eras un mentiroso –remarqué–, y nunca me aseguraste que lo que me ibas a decir fuera cierto.
Ancel suspiró de exasperación.
–¿Quieres que te lo muestre?
–¿Implica la muerte de alguien?
Él puso los ojos en blanco.
–No.
Se acercó a mí dos pasos, y yo retrocedí uno por instinto. Inmediatamente volví a mi posición con aplomo. ¿Confiaba en él? No. Confiaba en mi orgullo.
Ancel me puso las manos en los hombros y cerró los ojos. Estaba a punto de reírme cuando noté que algo tiraba de mí fuertemente, dejándome sin aliento.
Abrí mucho los ojos y, al apartar la vista de la cortina de pelo color cobre que tapaba los párpados cerrados de Ancel, vi que algo blanco, sólido y fuerte estaba entre ambos, como un puente serpenteante.
Bajé la mano para tocarlo, repentinamente atraída hacia la magnitud de poder que emitía, pero en seguida unos dedos rodearon mi muñeca, parándome.
–Ten cuidado. Es magia negra.
Miré fascinada el cordón que nos unía, sin tener ahora ningún argumento sólido para pelearme con él. Noté cómo algo se desinflaba en mi interior.
Tendría que ir con él. ¿Qué consecuencias podría acarrear? No me había despedido de mi familia y amigos. Ni siquiera había pensado en ellos. Y ahora tenía que irme con un desconocido que al parecer quería acosarme, que encima era la muerte, y al que estaba atada con magia negra.
Un planazo.
También tenía la opción de decir que no me había gustado la información, pero eso no era demasiado creíble, a juzgar por mi reacción al ver el hilo.
Tendría que aguantarme.
–Como decía antes, si no vas a venir conmigo, te arrastraré.
Me quedé en silencio, sin responderle, mientras barajaba mis opciones. No podía mentirle, eso estaba claro.
–Y a Lucifer no le haría ninguna gracia ver que la chica con el espíritu más deseado del Otro Lado entra en el Infierno arrastrada por el General del Ejército del Príncipe de las Tinieblas–añadió, dejándome sin palabras.

domingo, 23 de marzo de 2014

Capítulo 7.

Bien, pues, tras una etapa en la que he estado en silencio (he estado ocupada, perdón), vengo con un capítulo 9. Lleva más diálogo que acción, pero he tratado de meter un poco de humor para hacerlo más ameno. Eso sí, preparaos para un capítulo 10 repleto de cosas muy, pero que muy interesantes^^ Tres comentarios, por favor. Saludos :)

Capítulo 7.
Le miré incrédula, conteniendo la risa, hasta que, sintiéndolo mucho, tuvo que salir.
Ancel se giró en cuanto oyó mis carcajadas, y ante su mirada estupefacta, no pude hacer más que reír más fuerte.
–No sé qué te hace tanta gracia.
–¿Jurar protegerme? ¡Suena ridículo! –Exclamé.
–No lo es.
–Pues explícamelo. Es la única manera de que deje de reírme y, ya que estamos, de que vaya contigo.
–Creía haber dejado claro el tema de venir o no.
–Cristalino –repuse, en tono de mofa–. Empieza.
Él puso los ojos en blanco y pasó sus piernas a un mismo lado, para luego volver a sentarse a horcajadas sobre la silla, solo que en sentido contrario, de forma que nuestras caras quedaban enfrentadas, demasiado cerca para mi gusto.
–El caso es que no hay nada que explicar, nena –sonrió.
–Odio que me llames así –repliqué haciendo una mueca.
–Por eso te lo llamo.
Rodé los ojos.
–De todas formas, sí que hay algo que explicar. Creo que no me has contado nada todavía, a excepción de… ¡oh! Tu nombre y tu edad, la que, por cierto, no creo que sea verdad, porque según me parece, ¿no eres un poco alto?
–De todas las cosas que puedes preguntar, ¿me dices que soy demasiado alto para mi edad?
Asentí rotundamente. La verdad era que me encantaba verle perder los nervios conmigo.
–Vale. Sí, soy muy alto. ¿Eso es todo?
–Oh, vamos, no te pongas así –le pinché, sonriendo ampliamente.
–Volvamos al tema.
–¿Ancel queriendo explicar algo? Alucinante.
–Si sigues así de insoportable no te contestaré a nada –su tono de voz indicaba que ya estaba harto, por lo que bajé las comisuras de mis labios y le miré fijamente, ya seria.
–Entonces, ¿qué es eso de protegerme?
–Es algo así como no dejar que te pase nada…
–Corta el rollo. Sé lo que significa proteger.
Él esbozó una sonrisa torcida felina.
–¿No has oído hablar de ángeles y demonios?
Abrí los ojos como platos. ¿Qué tenían que ver ahora los mitos celestiales? ¿Qué me importaban los ángeles si, de todas formas, no podía entrar al cielo?
–¿Existen?
–Sí, pero no.
Arqueé las cejas.
–¿Sí, pero no? ¿Qué clase de respuestas das? ¿Es que fuiste a una escuela de contestaciones evasivas y sin sentido?
–Yo era el maestro –asintió.
–Eso es comprensible.
Ancel sonrió de medio lado, mientras me escrutaba el rostro como si pudiera ver a través de él.
–¿Qué? –Inquerí, empezando a sentirme incómoda debido a su inquietante mirada.
–Tienes que controlar tus pensamientos.
Abrí la boca, pero no encontré las palabras hasta pasados unos preciosos segundos.
–¿Puedes leerme la mente?
–No, técnicamente.
–¿¡PUEDES CONTESTAR DE FORMA CLARA Y CONCISA ALGUNA MALDITA VEZ!?
–Sí.
–Gracias –dije, y al instante me arrepentí. Su “sí”, era un cañonazo de artillería sarcástica.
Le hice una mueca.
–Bien. Me estabas explicando qué significa eso de “jurar protegerme”.
–Y yo te dije algo sobre ángeles –me recordó.
–Ajá.
–Vale. Entonces, supondré que has oído hablar de ellos.
–Sí. Pero no entiendo qué tienen que ver…
–Actualmente no entiendes muchas cosas, así que no me interrumpas.
–Te pareces a mis profesores –repuse.
–Ya te dije que era profesor –sonrió.
Proferí una suave carcajada antes de volver a posar mi vista en sus ojos ambarinos. Realmente, nunca había visto ese color en unos ojos.
Era extraño, y raro, pero, de algún modo, le quedaba muy bien.
–Vale. Ángeles y demonios, no interrupciones.
–Así me gusta. Bien, lo primero que te voy a contar es lo que tienen que ver los ángeles y sus antagonistas en esto –me lanzó una mirada que significaba: “¿ves cómo deberías dejarme hablar?” y yo le saqué la lengua–. Te he dicho que sí existían pero que a la vez no, porque los humanos se equivocan, aunque no en todo.
–Creo que me has dejado peor de lo que estaba, en cuanto a entendimiento –añadí al captar su mirada traviesa.
–Quiero decir, que existen, pero no como los humanos creen.
–¿Los demonios también? –Ancel asintió–. Entonces, ¿cómo son?
Él sonrió de medio lado.
–¿Lo quieres saber? –Afirmé con la cabeza–. Pues ven conmigo.
–Mira que eres pelmazo.
–Lidia con ello. Pero ahora vámonos.
–Agh. Pareces mi madre. Solo me basta con una.
–Te recuerdo que ya no tienes madre. Bueno, técnicamente, es ella la que ya no tiene hija.
Le miré con los ojos entrecerrados, intentando averiguar si lo había hecho aposta para molestarme o si se le había escapado sin querer.
Por sus rasgos duros supe que era la primera.
–Eso duele.
Me observó durante unos instantes que me parecieron eternos y en los que, de haber estado viva, me habría puesto más roja que el teletubbie Po.
–¿Qué es un teletubbie? –Preguntó Ancel, con una sonrisa maliciosa.
–Tienes que enseñarme cómo va esto de leer el pensamiento.
Él profirió una carcajada.
–Solo tienes que aprender a controlarlo.
–Como si fuera fácil.
–Bueno, al menos, hasta que te enseñe, intenta no pensar en mi presencia sobre lo bueno que estoy.
Le miré con las cejas arqueadas, aunque por dentro me moría de vergüenza.
–Me estabas diciendo, antes de conducir la conversación a un punto demasiado incómodo –ignoré su mirada divertida–, algo sobre protegerme. De hecho, creo recordar que te pregunté qué significaba eso. Ya he comprobado que eres un maestro de las evasivas, así que ahora responde.
–Si te respondiera, todo perdería la gracia –contestó haciendo una mueca.
–Ja, ja. ¿Ya está? Me he reído. Ahora, responde.
–Y luego me dices que soy pelmazo.
–¡Oh! Cierto, se me olvidó decirte que soy un as en esto de ser un maldito grano en el culo. Aunque después de conocerte, creo que mi puesto peligra –ironicé, perdiendo la paciencia.
–Ey, eso suena a… ¿enfado?
–Y pronto pasará a ser un cabreo de los gordos. Así que, o respondes, o corres.
Él rio, lo que hizo que la furia aumentara.
–Creo que me decantaré por la primera opción.
Sentí como si un globo se desinflara en mi interior, llenando mi esencia de alivio.
–Bien. ¿Qué tienen que ver los ángeles con eso de protegerme?
–Oh, Dios. ¿En serio que no lo pillas? Eso es que o eres cortita o no tienes mucha idea de ángeles.
Me erguí completamente y le lancé una mirada amenazadora e intimidante… para un pececito.
–No tengo mucha idea de ángeles. Es más, creo que lo único que sé es que tienen alas y están muy buenos.
–¿Nunca has oído hablar de un ángel guardián o custodio? –Carraspeó–. Oh, y la segunda condición la cumplo.
–¿Eres mi ángel guardián?
–Ajá –volvió a carraspear–. Y la segunda condición la cumplo.
Puse los ojos en blanco.
–No me has dejado comprobarlo. Los ángeles normalmente van sin camiseta.
Esbozó una sonrisa felina y se levantó la sudadera negra que llevaba puesta para dejar ver una camiseta blanca ajustada.
Le miré con la boca abierta, sin poder articular palabra.
–Vale, me creo lo de la segunda condición –balbuceé.
–Menos mal, porque si mi creadora no cree que estoy bueno…
–Espera. ¿Tu creadora?
–Ajá. Tú me has dado el cuerpo con el que me ves ahora.
–¿Y no podría haber moldeado tu personalidad?
Él rio.
–De hecho, te agradezco que me hayas puesto más altura de la que tenía en vida.
–¿Este era tu cuerpo cuando vivías?
–Un poco más flacucho y desgarbado, pero sí. Bueno, y unos centímetros más bajo, quizá.
–Pero, ¿cómo te puedo haber creado?
–Oh, venga. ¿No me reconoces?
Le miré entero, aprovechándome un poco de la situación, quizá, para reparar en el plano vientre que se notaba bajo la camiseta. Y cuando en mi repaso general llegué a sus facciones, una imagen repentina, un recuerdo fugaz, se me vino a la mente.
Esos rasgos, suaves pero firmes y seguros. Sus ojos, con ese color tan peculiar. Su energía, que tan reconfortante me resultaba.
Era mi ángel guardián, por supuesto que lo era.
El ángel de mis sueños.

domingo, 16 de marzo de 2014

Capítulo 6.

Lo subo muy rápido, por lo que no tengo tiempo de revisarlo, así que habrá muchas faltas. A lo importante: mínimo tres comentarios si queréis el siguiente. Siento tener que hacer esto, pero es que necesito opiniones. Bien, dicho esto, estoy buscando a gente que lea un pequeño relato que voy a presentar a un concurso. Dejadme vuestro correo en el comentario y lo tendréis. Gracias :)

***
Capítulo 6.
Observé conmocionada su cuerpo. Que Ancel lo hubiese matado no probaba que era la Muerte, pero el hecho de que solamente él pudiera materializarse ya lo confirmaba. Y además, supuse que el color de sus ojos también tenía algo que ver, puesto que en cuanto el corazón del chico se hubo parado, los ojos de Ancel volvían a ser ambarinos.
Volví a posar mi vista sobre el cuerpo del muchacho, evitando mirar la herida de la bala. Ancel volvió a mi lado, otra vez inmaterial, pero no le presté ninguna atención.
La figura fue envuelta en una luz blanca cegadora, lo que hizo que tuviese que protegerme con el gran cuerpo del semental. Cuando el resplandor se hubo apagado, salí de mi “escondrijo” para ver una cosa sorprendente.
Del cuerpo, en la misma posición en la que estaba antes de la luz, salía una presencia, el espíritu del chico.
Ancel lo observó con una mueca que estaba en una mezcla entre asco y decepción. El espíritu era blanco, puro, y entonces me di cuenta de algo.
Pasé mi mirada desde Ancel al chico, y de vuelta. Descubrí que la energía que manaba de Ancel era completamente diferente a la del chico, así como la mía.
Las esencias de Ancel y mía eran blancas rojizas, como una luz fogosa, mientras que la del joven era absolutamente inmaculada.
Observé cómo su presencia se desvanecía poco a poco, como humo, comprendiendo por fin lo que Ancel había querido decir: “somos diferentes”.
Le miré, frunciendo el ceño.
–¿Era eso a lo que te referías?
–¿Qué? –Inquirió, un poco confuso.
–Con lo de ser diferentes –le orienté.
–Ah –dijo.
Sin embargo, no contestó. Reacia a enfadarme –por muy raro que sonara–, decidí redirigir nuestra conversación.
No con el fin de disuadir a Ancel para que hablara –no me sentía con la capacidad suficiente como para engañarle–, sino para poder averiguar otras cosas de otros temas que podrían conducirme a una suposición acertada.
Vaya, eso ha sonado bien.
–¿De qué modo somos diferentes?
Él me escrutó la cara impasible, lo que me impidió deducir qué se le pasaba por la cabeza.
–De uno peligroso –contestó solamente.
Intenté contenerme para no poner los ojos en blanco, lo juro, pero me fue imposible.
Al cabo de un rato en el que nos quedamos en silencio –uno incómodo, puedo asegurarlo–, Ancel resopló y me cogió del brazo.
–Creo haberte dicho como unas diez mil veces hace bastante rato que tenías que venir conmigo. No quiero parecer tu madre ni nada, pero…
–Tarde, chaval.
Suspiró y la presión sobre mi antebrazo aumentó. Me intentó arrastrar –omitiré el detalle en el que intento despegarme en vano– hacia su caballo, que aún me miraba con cara de asco y se subió a él, tendiéndome la mano para supuestamente ayudarme a subir.
Resoplé.
–¿Vas a intentar obligarme a ir contigo?
–Oh, no, querida –sonrió maliciosamente–. Quita eso de intentar, parece que no lo voy a conseguir.
–Porque no lo vas a conseguir –me crucé de brazos y me planté en el suelo, escrutándolo con la mejor mirada amenazadora que pude poner. Obviamente, no era tan fría como la del semental.
–¿Voy a tener que subirte a la fuerza?
–Atrévete.
Él se rio sonoramente, como si hubiera contado el chiste más gracioso del mundo. Aunque, probablemente, para él lo había hecho.
Desmontó, provocando un sonido sordo en el momento en que sus pies tocaron tierra, y se acercó a mí.
Comencé a retroceder instintivamente. De pronto, el aura de energía que le rodeaba se había vuelto de un negro ceniza y todo él emanaba una clara advertencia de peligro.
–¿Ancel?
–Creo que debería haberte dicho antes que soy el segundo más poderoso por estas tierras, y que no conviene desobedecerme, no solo a mí, sino al único que me supera.
Tragué saliva sin pensar.
–Vale…
Entonces se separó, y en cuanto pude respirar, me di cuenta por primera vez de que me había arrinconado en el callejón.
Sus ojos ambarinos echaban chispas, lo que me dio una gran satisfacción personal que no debería sentir, pero que para mí era inevitable.
Desde que conocía a Ancel, era la primera vez que había podido leer un sentimiento en su rostro.
Así que al final, le seguí a lomos del caballo negro. Ancel palmeó su gran cuello, con un pelaje sedoso. La silla era lo suficientemente pequeña como para que yo cupiera en la grupa.
Con todo el descaro del mundo, Ancel cogió mis manos y las colocó alrededor de su cintura, como si supiera que me encantaría.
La verdad, me dieron ganas de cruzarle la cara.
Eso sí, toda la verdad, es que me de algún modo me gustó sentir el tacto de sus musculados abdominales y la real calidez de su piel.
Desde mi muerte, todo me había parecido muy frío y distante. Solo Ancel lograba disipar la cortina que me separaba de la completa humanidad que había perdido… por su culpa.
De algún modo, no quería dejar mi vida atrás. No como lo había hecho Ancel. No quería olvidarlo. Sabía que sería doloroso, por supuesto. Por alguna razón Ancel no quería hablar de su pasado, pero tenía que haber un modo de no dejarlo todo atrás.
Tenía que haberlo.
Ancel giró la cabeza, haciendo que nuestros ojos quedaran a la misma altura.
–¿Debo preguntar si te gusta?
–Creo que debes sacarnos de aquí antes de que te de un guantazo.
Él profirió una risita contenida.
–Aún respiras –observó–. Y todavía no lo controlas.
Y se dio la vuelta de nuevo.
Fruncí el ceño. ¿Qué había querido decir con…? Ah. Claro.
–No te creas que es por ti –le dije, poniendo énfasis en la última palabra–. Es este animal. Me pone de los nervios, amenazándome con la mirada.
–Eso es porque piensa que te vas a quedar conmigo.
–Parece que es lo que tú quieres. ¿No lo entendería? –Repliqué.
Él volvió a cogerme las manos y las apretó más fuerte contra su vientre.
–Una pregunta –mi aliento golpeando su oído–. ¿Sueles acosar a la gente como haces conmigo o es algo personal?
–No creo que quieras saber la respuesta –rio.
–¡Oh! ¡Lo sabía! ¡Eres un acosador!
–Uno atractivo. Has tenido suerte.
–Sí, claro –repuse–. Atractivo e idiota.
–¡Já! ¿Lo admites, entonces?
–¡¿Qué?! ¡Esas palabras no pueden haber salido de mi boca! –Dije, dramatizándolo un poco demasiado.
–Lo que tú digas.
–Volviendo al tema –anuncié–, es algo personal, ¿verdad? Me has estado observando para matarme y acosarme aquí. Aunque si te habían ordenado matarme, y tú querías violarme, podrías haberte materializado como un hostigador de primera y haberme matado después de…
–No me des ideas –me cortó, sonriendo.
–Ya, bueno. Pero respóndeme.
Él suspiró.
–Que sepas que al principio no quería.
¡Agh! Ya estábamos otra vez con el misterio de las narices que a él tanto parecía divertirle.
–¿No querías qué? –Pregunté de todos modos.
Empecé a pensar respuestas defensivas ante una contestación evasiva de su parte, pero por un breve instante solo me encontré una sonrisa que me provocaba sentimientos contradictorios.
Para mi sorpresa, su respuesta fue clara:
–Jurar protegerte.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Capítulo 5.

Bien, tengo dos cosas que anunciar. La primera, es que el tercer libro de esta trilogía, ya tiene nombre. Se llamará: Terreno de Dios. Quedando así: Al otro lado de la ventana, El reinado de Satanás y Terreno de Dios. Y la segunda, es que quiero dar mi pésame a la familia de Iraila, quien falleció el lunes a causa de un cáncer.
Este capítulo no está revisado, lo siento :s Tres comentarios, por favor. ¡Gracias! Un saludo.

Va por ti, Iraila.

***
Capítulo 5.
Ancel, sin soltarme aún, me arrastró hacia arriba en la avenida. Pasamos por el lugar donde mi vida había terminado, y sufrí una fuerte tentación de ir a ver dónde estaba mi cuerpo, pero Ancel, aparte de tenerme cogida del brazo, me recomendó –o amenazó–, que no lo hiciera.
Decidí obedecer por la curiosidad que sentía acerca de lo que Ancel quería mostrarme, a pesar de que eso significara creerle. Una parte de mí sabía que decía la verdad. De hecho, todas mis partes sabían que no mentía. El problema era que una gran porción, destinada al orgullo, no quería aceptar que no tenía razón.
Por otro lado me preguntaba si me iba a arrepentir. Ancel había dicho que no quería que pensara mal de él después, y eso me hacía cuestionarme si realmente era tan malo. Vale que ver cómo matan a alguien nunca es agradable, pero tampoco sería tan malo observarlo desde aquí ¿no? Claro que tampoco sabía qué significaba “aquí”.
Suspiré. Todo esto parecía reducirse a una sola cosa, pero enseguida se tornaba en miles de pequeños detalles que eran imprescindibles para entender y que, sin ellos, nada encajaba.
Ancel giró en una esquina que daba a un callejón oscuro, con las paredes pintadas y la basura y restos de botellones tiradas a lo largo.
Si hubiese seguido con vida –tampoco es que me hubiese metido aquí–, no vería nada, pero, siendo un fantasma o lo que fuera, todo era claro. Las bolsas llenas de comida pasada, las botellas vacías y los graffitis de las paredes resultaban completamente visibles.
Ancel me soltó y se detuvo de repente, por lo que faltó poco para que chocara con él. Se volvió hacia mí.
–No hagas nada. Solo observa.
Y entonces pasó algo bastante extraño. Sus ojos se volvieron totalmente blancos y su cuerpo se convirtió en humo. Noté el miedo que me atenazaba, recordando la sensación de haberle perdido como guía y, digámoslo también, compañero.
Sin embargo, esta vez me había advertido de que algo le sucedería, y, ¿quién sabe lo que me podría pasar si me entrometía en lo que quisiera que fuera lo que Ancel estaba haciendo?
En ese mismo instante, desapareció. Sin más. Solo, el humo se disolvió, llevándose con él a Ancel.
Esperé unos segundos más, por si acaso me estaba gastando una broma, pero había algo en el ambiente que me resultaba extraño, y algo en mi interior me decía que no se trataba de ninguna burla.
Entonces algo resopló detrás de mí. Al girarme, vi un gran caballo negro con unos insondables ojos del mismo color que su pelaje. Una crin rizada le caía en cascada por el cuello, al igual que la cola. Las patas, fuertes y resistentes, también iban adornadas por unos mechones de pelo.
Me observó desafiante, y casi pude ver la amenaza pintada en su mirada. Iba ensillado, con brida, y de la primera colgaba una guadaña que me sonaba bastante.
Me giré, buscando a Ancel, aunque sin quitar ojo de encima al poderoso semental que parecía querer matarme. Y lo que vi me sorprendió.
Ancel ya no era como antes. Estaba en el callejón, en el mismo lugar, pero ahora no era un espíritu, sino corpóreo. Era perfectamente corpóreo y humano.
Sentí una punzada de celos mientras lo observaba acercarse. Como todo el mundo real, parecía extrañamente lejano, aunque podía ver una energía extraña manando de su cuerpo que no lo denotaba como persona.
Y el calor de esa energía me hizo ver cuánto poder poseía Ancel realmente.
Se acercó con una sonrisa pícara en la boca.
–Es genial. ¡He conservado mi cuerpo! –Exclamó.
–¿Qué? –Fruncí el ceño. No tenía ni idea de lo que me estaba hablando–. ¿Sabes? Si no me vas a contar nada, no lo hagas, pero después no actúes como si me lo hubieras dicho. Es muy molesto.
Su sonrisa se acrecentó.
–Cuando me materializo suelo hacerlo con un cuerpo diferente con el que tenía en vida. Es decir, robo la imagen de un cuerpo. Pero, por alguna extraña razón, ahora he conservado el mío.
Su voz, normalmente fría e impasible, expresaba una euforia verdaderamente contagiable. No obstante, yo tenía demasiadas preguntas.
–¿Y bien? ¿Cómo narices te has… materializado? ¿Y qué es eso, ya que estamos?
–Quiere decir que me convierto en corpóreo, me permite ser material y vagar por el plano terrestre –explicó–. Solo yo puedo hacerlo. Es la única parte buena de…
Se calló de pronto, lo que me hizo pensar que no quería que supiese lo que tenía un solo lado bueno, fuese lo que fuese. O quizá es que le había dado otro flus, pero la mirada culpable que me echaba me hacía decantarme por la primera opción.
–¿Y bien?
–Es igual –hizo un gesto con la mano.
Me crucé de brazos.
–No. Cuéntamelo.
–No hay tiempo.
Resoplé.
–Tenemos toda la eternidad por delante.
–Es en serio.
–Lo mío también –repuse–. No te dejaré hasta que me lo digas.
–Buena suerte –sonrió, esbozando todos sus dientes. No era una sonrisa amistosa.
Apreté los labios y pegué los brazos a mis costados, cerrando los puños. Conté mentalmente hasta diez, y, cuando lo hube hecho, volví a hablar a Ancel.
–No te voy a dejar marchar hasta que me des respuestas.
–Mejor.
No pude preguntar a qué se refería con ello, porque se llevó los dedos a la boca y silbó. El caballo negro que me seguía mirando mal se acercó a Ancel y bajó la cabeza en señal de sumisión.
Ancel le habló al oído, por lo que no pude oír qué decía, pero sabía que estaba relacionado conmigo.
El semental soltó un resoplido, pateó en el suelo y, finalmente, se alejó de Ancel para ponerse entre ambos.
–Aunque no creo que puedas traspasar una barrera espacio-temporal, por si acaso, Ares hará vigilancia. Yo que tú no me movería. Él es una de las pocas cosas que te pueden causar daño aquí.
Abrí los ojos como platos de indignación.
–¿No confías en mí?
–Te conozco mejor de lo que crees, y tus impulsos suelen conllevar estupideces.
Miré con odio a Ancel y luego a su caballo, quien ahora parecía tener un brillo divertido en la mirada.
–No disfrutes tanto –le espeté por lo bajini.
Un movimiento al final del callejón llamó mi atención. Una puerta trasera de algún bar se abrió, y de ella salió una figura que me resultaba vagamente familiar.
Sacó un paquete de tabaco del bolsillo y, cuando se disponía a encender un cigarrillo, Ancel hizo su aparición.
Misteriosamente, ahora llevaba una sudadera negra –que le quedaba demasiado bien–, y la cara tapada por un pasamontañas.
Una fuerza sobrenatural invadió la callejuela, haciéndome sentir un verdadero escalofrío. Ancel metió la mano en el cinturón de sus vaqueros y extrajo una pistola.
No me hacía falta preguntar si estaba cargada. Lo sabía.
–Dame tu dinero –dijo con una voz que no era la suya.
La figura soltó el cigarro del susto, y en cuanto avanzó unos pasos, pude reconocerle: el chico joven del parque. El que había provocado no sé qué a Ancel.
A punto estuve de lanzarme hacia él, pero el semental giró su cabeza amenazadoramente justo antes de que dijera algo. Recordé la amenaza explícita de Ancel y me convencí para quedarme en el sitio, al margen de todo.
–No tengo –respondió el chico.
–Mientes –repuso Ancel. Pude notar cómo las comisuras de sus labios se tornaban hacia arriba.
–Vete a la mierda.
Ancel soltó una sonora carcajada y, antes de que el muchacho pudiera pestañear, una bala había penetrado en su corazón.

domingo, 9 de marzo de 2014

Capítulo 4.

Bien, he de recordar que pido 3 comentarios por favor. Yo escribo, vosotr@s opináis. Me parece un trato aceptable :3 Quería decir que, pensando el otro día, creo que voy a hacer de Al otro lado de la ventana una trilogía. Sí, bien habéis oído. Dos continuaciones, así que tendréis mucho Ancel, sino desaparece en algún punto... Saludos^^

***
Capítulo 4.
Bufé. ¿Se estaba burlando de mí? Sus ojos ya no expresaban la misma actitud sarcástica, sino que ahora estaban mortalmente serios.
Me fijé en que todo él estaba en tensión. La mandíbula y los hombros los tenía contraídos, como si fuera un depredador a punto de saltar sobre su presa.
–¿Y por qué no?
–Simplemente, somos diferentes –contestó, haciendo un movimiento con la mano para restarle importancia–. Son unos racistas –sonrió, recuperando de nuevo el brillo divertido de sus ojos.
–No sé cómo conoces esa palabra, teniendo en cuenta que moriste, seguramente, en tiempo de los romanos, así que mejor dejémoslo pasar.
–Estoy de acuerdo.
Hubo un incómodo silencio que aproveché para echar un disimulado vistazo a Ancel. Él, sin embargo, me miraba con todo el descaro del mundo, pasando sus ojos por cada centímetro de mi cuerpo, como si quisiera evaluarme.
Pasé por alto el que su mirada se detuviera más de la cuenta en algún lugar entre la clavícula y el estómago.
Me envolví en mis propios brazos, como si tuviese frío, pero con el único fin de taparme.
–¿Eras así de acosador en vida?
Ancel asintió.
–Viene de fábrica.
Me mostró todos sus dientes en una pícara sonrisa torcida.
–Volviendo al tema que nos ocupaba –dije, retomando la conversación que de verdad me interesaba. No es que no me agradara un diálogo sobre el complejo de acosador de Ancel, sino que ahora mismo sentía más importante hablar sobre todo esto del cielo y la muerte–. ¿Por qué no nos dejan entrar?
–Ya te he dicho que son un poco racistas.
–¡AGH! ¿Podrías hacerme el favor de ponerte serio un momento solo?
Él sonrió.
–No será fácil, pero lo intentaré.
Resoplé.
–Entonces, ¿por qué no nos dejan entrar al cielo?
–Somos diferentes.
Alcé las cejas.
–¿Es una broma?
–Va totalmente en serio –levantó los brazos, como diciendo que era inocente. No me lo creí del todo.
–Y entonces, ¿diferentes a quién?
Ancel no contestó, sino que pasó su mirada a un joven de unos veinticinco años que andaba mirando su teléfono. Ancel hizo una mueca y se puso una mano en el corazón, ahogando un grito.
–¿Qué pasa? –Inquerí, preocupada de repente.
–Nada –jadeó Ancel.
Me quedé donde estaba, sin hacer nada. Simplemente, me dediqué a observar al chico, quien no podía ni vernos ni sentirnos y andaba despreocupadamente, alejándose lentamente de nosotros.
Estaba claro que no nos podía ver, pero, ¿por qué Ancel había actuado como si le hubiesen apuñalado justo cuando pasaba? Bien podía ser simple casualidad, pero la mirada que mi compañero había lanzado al muchacho indicaba que algo se cocía.
Carraspeé.
–¿Ancel?
Él me miró, todavía con las manos en el pecho. Luego se desplomó en el suelo y automáticamente corrí hacia él.
Le puse las manos sobre los hombros como si ese gesto pudiera quitarle el dolor que parecía que estaba pasando y traté de recordar lo que nos habían enseñado en esas clases de primeros auxilios a las que Lía me había arrastrado solo porque quería ver chicos sin camiseta.
Recordé que lo primero de todo era identificar si la persona se había quedado sin pulso o no.
Ahora bien, ¿cómo sabes si un muerto sigue estando contigo? Y peor, ¿se puede morir estando muerto?
–¿Ancel? –Repetí.
De repente una preocupación y ansiedad se apoderaron de mí. Ancel era la única puerta que tenía para conseguir respuestas (aunque no me diera ninguna) y era el único muerto que me había encontrado. Aunque era un capullo y se burlara de mí, era lo mejor que tenía.
Y… bueno, vale, estaba como un tren.
Me agaché a su lado con la respiración entrecortada y temiéndome lo peor. El único problema era que no sabía lo que significaba “peor”.
Tenía los ojos cerrados fuertemente, y, como no tenía la necesidad de respirar, su quietud me dio más preocupación.
–Ancel… –susurré.
¿Qué podía hacer? Nadie me podía ayudar ahora. Nadie me podía ver ni escuchar y aquí no había ni un alma. Literalmente.
Sin conseguir retenerlas, las lágrimas afloraron a mis ojos. ¿Sentía pena por Ancel? Me caía mal y era un cabrón de los gordos, pero era el único con el que podía contar ahora.
Lágrimas saladas resbalaron por mis mejillas, dejando una estela tras ellas y cayendo finalmente hasta la cara de Ancel.
Me quedé allí de rodillas, junto a un Ancel inmóvil que tenía el cuello de la sudadera empapado por mis lágrimas.
De repente noté un suave movimiento, y por fin abrió los ojos. Casi me caí hacia atrás por la sorpresa.
Sus ojos ya no eran ambarinos, sino de un azul eléctrico y frío.
–¡Ancel!
Él sacudió la cabeza y se levantó, mirando significativamente el cuello de su sudadera.
–Lo siento –dije mientras me levantaba también.
Ancel frunció el ceño.
–¿Me has echado agua o algo?
Miró mi cara, que aún dejaba ver el rastro del llanto.
–¿Has llorado? –Dijo; parecía incrédulo.
–Que sepas que no te aprecio tanto.
–Ya lo veremos –sonrió, para luego ponerse serio de nuevo–. Entonces, ¿has llorado?
–¡Pues claro que sí! La única persona que me ve y oye, de repente se cae al suelo, ¿y yo qué hago? ¿Me subo a un árbol y grito como Tarzán?
Él sacudió la cabeza.
–Es solo que… se supone que no puedes llorar.
Me callé y le miré fijamente.
–¿Cómo?
–Es largo de explicar.
–Puf. Seguro que mi padre tiene respuestas también.
–¿Ya estamos?
–¿Y si te vuelve a dar un flus? ¿Qué hago? Ah, ya sé. Tú lo que quieres es verme con un taparrabos como ropa única.
Esbozó una sonrisa traviesa.
–Y encaramada a un árbol –añadió.
–Y tú mirando desde abajo, ¿verdad?
–A lo mejor me conoces mejor de lo que crees.
Puse los ojos en blanco.
–Quiero ver a mi padre.
–Ya te he dicho que no podemos entrar en el cielo.
–A lo mejor él es como nosotros.
Ancel negó con la cabeza.
–Imposible –dijo.
–¿Por qué?
–Yo lo habría sabido.
–Vale, esto empieza a dar mal rollo –hice una pausa–. Mira, no sé nada de lo que ha pasado, no entiendo nada del otro mundo y no me quieres contar ni una sola pizca. Así que voy a empezar por una pregunta fácil, porque paso de seguir con tus evasivas –llevaba la amenaza escrita en la voz–. ¿Quién eres?
Ancel me miró con ese nuevo color de ojos que había salido de vete tú a saber dónde. Seguía impasible, sin darme ninguna pista sobre sus pensamientos y emociones, hasta que finalmente dijo:
–¿Quieres que te diga toda la verdad?
–Al completo.
–¿Sabes las consecuencias que puede acarrear eso?
Titubeé un poco al responder.
–Sí.
–¿Sabes que mis explicaciones te pueden cambiar para siempre?
Asentí con la cabeza, empezando a notar el enfado. ¿Por qué no me lo soltaba ya?
–No quiero que malpienses de mí después. Soy el mismo que hace cinco minutos.
–Igual de capullo, lo he pillado.
Él sonrió.
–Soy la Muerte –soltó.
Eché una carcajada.
–¿Estás de broma?
En una milésima de segundo tenía a Ancel encima de mí, su cuerpo tocando el mío en varios puntos. Sus manos a ambos lados de mi cabeza, arrinconándome contra una pared. Empecé a respirar muy fuerte.
–Yo no bromeo con eso. No es divertido –susurró, con sus labios muy cerca de mi cara–. Y no hace falta que respires.
–Me gusta respirar –repliqué, separándome de él.
Ancel se encogió de hombros.
–¿Y bien? Entonces eres la muerte ¿no? ¿Por eso me mataste? ¿Quién te dice a quién matar? –Pregunté.
–Será mejor que te lo muestre.
Sus ojos azules brillaron con malicia mientras me agarraba la mano y un escalofrío me recorría entera.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Capítulo 3.

Capítulo 3.
–¿Perdón?
–Perdonada –sonrió.
–He oído perfectamente lo que has dicho. No intentes arreglarlo o esconderlo –dije, notando crecer mi enfado.
–Así que al final me equivocaba –comentó tras un rato.
–¿En qué? ¿En qué te equivocabas?
–En que no te has tomado demasiado bien tu muerte –hizo un mohín que se asemejaba a una sonrisa.
Agh, de repente me gustaría arrancarle la cabeza.
–¿Es que todo te hace gracia? ¿Te ríes de las desgracias ajenas?
Ancel se puso serio.
–Me río del peligro.
–Qué valeroso –ironicé.
Sin embargo, no estaba pensando en lo osado que podía llegar a ser, sino en la posibilidad de que sus palabras llevaran un doble sentido. Por su tono no podía averiguarlo, y por sus facciones menos. Mantenía la misma expresión de impasibilidad que siempre, y eso me ponía muy difícil el averiguar si podía ser yo un peligro para él.
La idea me parecía completamente estúpida, claro, porque, ¿qué iba a hacer yo contra él, teniendo una espada que seguro que era muy capaz de utilizar?
No era muy probable que yo significara un peligro para él. Aunque a lo mejor no se estaba riendo de mí, sino que simplemente era así.
De todas formas, lo dejé pasar.
Él se quedó callado, y, por un momento, fui consciente del silencio que reinaba. El zumbido de vida que no sabía que existía hasta mi muerte, quedaba bloqueado por una extraña razón. El canto de los pájaros, el sonido de los coches, las risas de los niños, parecía como si todo estuviese lejos de mi alcance, pero a la vez tan cerca…
–Eso es porque estás en otro plano –contestó Ancel.
–No te he preguntado –dije tajante.
En realidad le agradecía que hubiese contestado a una pregunta que ni siquiera había planteado, sobre todo porque ahora estaba cabreada con él y lo que menos me apetecía era tragarme mi orgullo.
–No –concedió él–. Pero lo ibas a hacer.
Yo resoplé.
–Me ibas a decir por qué habías acabado con mi vida ¿no? Supongo que será divertido ir arrebatándole todo a una persona.
Ancel se acercó a mí, poniendo sus ojos a la altura de los míos y quedando separados por unos centímetros.
De repente me asaltó un deseo incondicional de besarle, pero me contuve. Era un idiota. Un completo idiota.
–¿Crees que disfruto? –Siseó–. No fui yo quien elegí esto.
Y luego se alejó.
Mi cabeza daba vueltas. No entendía absolutamente nada.
–Empecemos por el principio ¿vale? –Dije, tratando de calmar los ánimos y luchando contra mi orgullo–. ¿Por qué me has matado?
–Era necesario.
Yo bufé.
–Eso no me sirve. Quiero entenderte, Ancel –añadí al ver que no contestaba.
–Pues no vas por buen camino.
De pronto se había vuelto muy brusco. Tomé una nota mental: “no hablar sobre el pasado de Ancel”. Sin embargo, era tan cerrado… y tenía respuestas. Las respuestas que yo quería. Y estaban en ese pasado.
Suspiré.
–Entonces, has dicho que era necesario. ¿Por qué? ¿Tenías un deseo incondicional de matarme que necesitaba ser satisfecho?
–Es más que eso –susurró Ancel.
El tono de voz de sus palabras me sorprendió. Sonaba realmente dolido. Debajo de toda esa arrogancia, había algo más.
Algo más que no me quería enseñar.
–Mira, ahora mismo estoy muy perdida, y tú no ayudas, así que, o me dices algo, o…
–¿O qué? –Me interrumpió.
Yo callé, sabiendo que mi amenaza no le afectaría lo más mínimo... ¿O sí? ¿No quería que me fuese con él?
–O me iré.
–Sí, es cierto. Te irás conmigo.
–Sigue soñando –dije mientras me daba la vuelta.
Para mi sorpresa, no volvió a impedirme el camino, sino que soltó una risa ronca.
–¿Adónde crees que vas?
Una malvada voz me susurró: “eso, ¿adónde vas?”. Nunca –que vienen a ser apenas dos horas– me había parado a pensarlo. ¿Qué voy a hacer durante la eternidad que me queda por delante?
Ancel tenía algo que hacer, que, aunque no me entusiasmara, era suficiente como para mantenerlo ocupado. Pero, ¿y sus familiares? Si él murió joven, sus padres ya deben haber muerto. Y sus nietos, si hubiese tenido hijos. Y sus bisnietos. Y sus tataranietos. Y sus tatataranietos.
Entonces se me ocurrió algo.
–Voy a buscar a mi padre.
Él profirió una risa de burla.
–Si me dices dónde te dejo ir –dijo él.
Noté la burla en su tono, por lo que supe que no iba en serio y que, además, ni siquiera era un desafío. Ancel tenía claro que yo no podría encontrar a mi padre. Sin embargo, podía intentar picarle para que me dijera algo. Podría acabar divertiéndome, incluso. Es realmente gracioso ver a un chico que siempre conserva la calma perder los papeles.
–¿No se supone que hay un cielo?
Él rio.
–Te sigo –dijo, mientras notaba sus pasos acercándose hacia mí.
Me di la vuelta, encarándole, y me percaté de que había llegado muy rápido y que estaba a una distancia que sobrepasaba los límites de lo cómodo.
–Vale. Está bien. No me quieres contar nada. ¿Por qué?
–No es seguro que te lo diga aquí –susurró.
Su aliento me hacía cosquillas en la piel, y me asaltó una repentina duda.
–He abandonado mi cuerpo, así que, ¿no debería no tener una piel, ni pelo, ni nada de eso?
–Esa es una larga historia de la que seguramente no te enterarías ni de la mitad. Así que… dejémoslo para otro día ¿quieres?
–Pues que sepas que has perdido tu oportunidad de que me quede.
Volví a darle la espalda para enfilar el camino de grava que llevaba al cementerio local y di un par de inseguros pasos al frente, esperando oír el eco de las pisadas de Ancel detrás. Sin embargo, el sonido no llegó.
Miré por encima de mi hombro, aun sabiendo que era un grandísimo error que no haría más que darle a entender a Ancel que él ganaba.
No estaba en el lugar donde habíamos hablado, sino sentado en un banco a la derecha. A su lado había una anciana leyendo un libro, que ni siquiera se percató de la presencia de mi compañero.
–¿Y bien? ¿No te ibas? –Su voz tenía un timbre calmado, pero sus ojos le traicionaban, denotando burla.
De repente me asaltaron unas ganas de soltarle un guantazo –aunque no era la primera vez. ¿Pero qué se creía?
–Y lo haré –le aseguré.
–Te espero aquí –dijo, haciendo como que bostezaba.
Respiré hondo, a pesar de que no era necesario. Pero me reconfortaba y me recordaba a la vida que había perdido hacía una hora, más o menos, gracias al idiota sentado en el banco.
–Voy a buscar a mi padre –declaré, firme y segura.
–Buena suerte –respondió, con una sonrisa retorcida y recostándose en el banco.
Al final perdí los estribos, y, aunque sabía que no debía haberlo hecho, porque no hacía más que darle la razón, le grité:
–¿ES QUE NO SIENTES NADA? ¿TE CREES SUPERIOR O ALGO?
–Soy superior.
Se puso en pie, más serio de lo que había mostrado en todo el rato que habíamos estado hablando y se me quedó peligrosamente cerca.
–Entonces es verdad ¿te crees el amo del mundo?
–¿Sabes? Debería decirte que solo hay alguien por encima de mí.
–No quiero saber quién es.
–Oh, no quieres. Pero le conocerás.
Tragué saliva. De repente, me daba mucho miedo.
–Voy a buscar a mi padre –sentencié.
Él me agarró del brazo muy fuerte.
–No. No vas.
–Tiene que estar en alguna parte. Tiene que haber un cielo o algo así.
–Existe el infierno.
–Pues estará allí.
–No. No está.
–Pues entonces está en el cielo.
Él esbozó una sonrisa amarga que me provocó un estremecimiento.
–Sí, está allí, pero ni tú ni yo tenemos la entrada permitida.